ZALEUCO DE LOCRIA Y CARONDAS DE CATANIA, EL LEGISLADOR MÁS RESPONSABLE Y EL MÁS COHERENTE DE LA HISTORIA
Zaleuco de Locria, siglo VII a. C., fue uno de los primeros legisladores griegos que hoy en día, lamentablemente, no tendría cabida en el ámbito político. Si la política fuese una balanza en la que se pesase la RESPONSABILIDAD y la COHERENCIA, podríamos poner a un lado todos los políticos del último siglo y al otro a Zaleuco, y la balanza se inclinaría del lado del griego.
Un hijo de Zaleuco fue acusado y condenado por un delito —adulterio o robo, según las fuentes consultadas—, cuya pena era la pérdida de ambos ojos. El pueblo pidió a Zaleuco que le perdonase y…
«Perdonaré a medias a mi hijo, ya que no es él el único culpable, y mandaré que le saquen sólo un ojo; el otro me lo sacaré yo, pues siendo su padre debí haberlo educado mejor; así, se dará cumplimiento a la ley, ya que ésta nada dice sobre qué ojos hay que sacar».
Pero, además de este acto de responsabilidad extrema, también fue un político ingenioso. Para erradicar de Locria la ostentación, la suntuosidad y ciertas costumbres legisló:
«A una mujer libre que no le acompañe más que una sirvienta, a no ser que esté ebria.
Que las mujeres no salgan de la ciudad por las noches, a no ser que vayan a cometer adulterio.
Que las mujeres no vistan ropas doradas ni vestidos bordados, a no ser que sean prostitutas.
Que los hombres no lleven anillo dorados ni vestido semejante al milesio (habitantes de Mileto), a no ser que frecuenten prostitutas o vayan a cometer adulterio».
Carontas de Catania, siendo discípulo de Zaleuco, no podía ser menos. Fue un legislador griego que elaboró las leyes de Catania, su ciudad natal, y Reggio. Además, para facilitar su aprendizaje, las escribió en verso y así poderlas cantar en banquetes y reuniones. Entre las más importantes: protección de la familia (herencias, orfandad, viudedad), leyes contra la calumnia y el perjurio… y la prohibición de entrar armado en la Asamblea. Este último delito, según su propia legislación, estaba castigado con la muerte. El caso es que, en una ocasión, por las prisas o vete tú a saber, Carondas entró con una espada en la Asamblea. Al reprocharle su actitud los allí presentes, Carontas dijo:
«Os equivocáis, vengo a confirmarla».
Y se suicidó con su propia espada.