CLEOPATRA, UNA GRIEGA DE PURA CEPA
Mucho se ha especulado sobre la imagen de Cleopatra y flaco favor le hizo a la verdad que Hollywood le diese el papel a un bellezón como Liz Taylor. Su nombre completo fue Cleopatra Filopator Nea Thea y era la séptima en llevar ese nombre dentro de la familia que dominaba el país del Nilo desde que Ptolomeo Soter, general de Alejandro Magno, se estableciese en Egipto después de la muerte de éste y se autoproclamase faraón.
Frente a lo que piensan algunos (que si era de piel oscura o incluso de facciones negroides, como reclaman algunas asociaciones de afroamericanos estadounidenses), Cleopatra era totalmente griega. La dinastía ptolemaica, también llamada lágida por Lagos, el padre de Ptolomeo I, adoptaron el ritual faraónico de casarse entre hermanos para preservar la sangre real, por lo que la reina del Nilo no tuvo ni una gota de sangre egipcia o africana. Lo que sí se sabe es que Cleopatra VII fue la primera reina ptolemaica que aprendió el idioma egipcio. Todos los testimonios de su tiempo indican que era una mujer muy inteligente, culta y refinada. Cuando se presentó en público por primera vez con catorce años, además de su griego vernáculo, ya hablaba egipcio demótico, hebreo, sirio, arameo y algo de latín. Como una especie de precursora de Hypatia, fue educada por un elenco de preceptores griegos y era mujer versada en literatura, música, política, matemáticas, medicina y astronomía. Plutarco dijo de ella:
«Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje; Platón reconoce cuatro tipos de halagos, pero ella tenía mil».