¿POR QUÉ LOS PERROS DE LOS POLÍTICOS NO TIENEN RABO?
La respuesta parece obvia: porque se lo han cortado. Otra cosa es la razón por la que se lo cortan.
Para explicarlo, nos vamos a remontar a la Grecia clásica, en tiempos del general ateniense Alcibíades (siglo V a. C.). Además de un gran militar —llegó a luchar con los ejércitos de Atenas, Esparta, Persia y, de nuevo, Atenas—, fue un gran estadista y orador, puede que herencia de su abuelo, el gran Pericles (político y estratega durante la época más brillante de Atenas y que debería ser un modelo para los actuales políticos por su honradez y compromiso).
Alcibíades tenía un gran defecto, virtud dirían otros: su capacidad para acumular poderosos enemigos —si la grandeza de los hombres se mide por el número de sus enemigos, Alcibíades era muy grande—. Éstos aprovechaban cualquier nimiedad para atacarle, como ocurrió en una ocasión en la que le cortó el rabo a su perro. Sus amigos, que aunque en menor cuantía también los tenía, le reprocharon su actitud, ya que les daba más munición a sus enemigos. El general, muy tranquilo, dijo:
«Eso es lo que pretendo. Mientras los atenienses se entretengan con el rabo del perro, me dejarán en paz y no harán averiguaciones sobre otras acciones mías».
Hoy en día, la frase «el rabo del perro de Alcibíades» ha quedado como una expresión que describe lo que hacen o dicen los personajes públicos para distraer la atención y evitar que se hable de cosas más importantes o comprometedoras para ellos.