EL SECRETO QUE ARRUINÓ LA CARRERA DE UN PERIODISTA
El periodismo de investigación, por su labor de sacar a la luz asuntos turbios, tiene cierto grado de riesgo físico y, sobre todo, profesional. Ésta es la historia de Elisha Jay Edwards, un periodista americano que se jugó su carrera por «meter la narices donde no le llamaban».
Grover Cleveland fue el vigésimo segundo (1885-1889) y vigésimo cuarto (1893-1897) presidente de los Estados Unidos y el único en tener dos mandatos no consecutivos. Independientemente de sus decisiones, se le tenía por un político honesto y cuya máxima era «sólo tengo algo que hacer y es hacer lo correcto». En junio de 1893, se le descubrió un tumor muy avanzado en el paladar. Tras estudiar todas las alternativas, aun a riesgo de una posible apoplejía e incluso de no superar la operación, se decidió extirpar el tumor. Cleveland aceptó, pero con una condición: la intervención se haría en secreto.
Estados Unidos se estaba recuperando del declive económico (Panic of 1893) y pensaba que si se filtraba la noticia de su intervención afectaría a Wall Street. Por el bien de la economía americana, seis médicos embarcaron en el yate Oneida, propiedad de su amigo Elias C. Benedict, para intervenirlo en alta mar. Tras 90 minutos de intervención, se le extirpó el tumor y cinco muelas. Un mes después, con una prótesis de caucho que le tapaba el orificio, Grover Cleveland aparecía en la Casa Blanca después de un terrible «dolor de muelas».
El 29 de agosto, en The Philadelphia Press aparecía un artículo, firmado por Elisha Jay Edwards, en el que se informaba sobre la grave enfermedad del presidente. Los rumores de la intervención habían circulado pero nadie se atrevió a publicar nada, hasta que Edwards dio con el anestesista y confirmó la noticia. La maquinaria de la Casa Blanca comenzó a rodar y lanzó una brutal campaña para desacreditar al periodista. La carrera de Edwards se arruinó e incluso se publicó que era una vergüenza para el periodismo. Durante 15 años nadie se atrevió a contratarlo.
En 1917, nueve años después de la muerte de Cleveland, tras muchos años peleándose con su conciencia y viendo cómo se linchaba al periodista, el doctor W.W. Keen, uno de los cirujanos que intervino en la operación, decidió contar la verdad. Lo hizo público en un artículo publicado en Saturday Evening Post con la esperanza de rehabilitar el nombre y el trabajo de Edwards.
Edwards le escribió una carta al doctor dándole las gracias por rehabilitar su reputación.