JUICIOS POR IMPOTENCIA
Durante la Edad Media, una de las pocas razones, por no decir la única, por las que la mujer podía pedir la anulación o disolución del matrimonio era por la no consumación por motivos imputables al marido… la impotencia.
Después de la oportuna denuncia y si la denunciante podía costear el proceso, el acusado debería demostrar su virilidad delante de un comité de sabios (médicos, curas y matronas). Además del lógico nerviosismo al ser observado, la cosa podía empeorar. Podían exigir una prueba de eyaculación. Si no se superaba esta prueba, que ante tal grupo de voyeurs era lo normal, todavía quedaba el juicio de congreso, donde había que rematar, digo rematar, la faena con la denunciante bajo la supervisión directa del mismo comité en el lecho conyugal.
Había varias versiones de esta prueba de fuego, como la de un caso de divorcio en York en 1433. Un pobre hombre llamado John tuvo que someterse a esta dura prueba:
Una mujer diferente a su esposa le enseñó sus pechos desnudos y con sus manos cogió y frotó el pene y los testículos del citado John. Lo estimuló cuanto pudo para que mostrara su virilidad, pero, en todo el tiempo antedicho, el citado pene apenas alcanzó los siete centímetros de largo, sin aumentar o disminuir…
Después de algún caso que otro en el que la sentencia del juicio poco o nada tenía que ver con la realidad, el fiscal Christian Francis Lamoignon consiguió que se eliminase el juicio de congreso en 1677.