CAPÍTULO LXXI
-CARLOS, hijo— dijo Lorenzo —entra en el container. Está dispuesto para que puedas abrirlo desde dentro en caso de necesidad.
Dentro tienes tu colchón y tu ropa de abrigo, hay entradas de ventilación. Tienes varios cubos con tapa hermética para tus necesidades y gran cantidad de comida y agua.
También te he dispuesto libros para que te entretengas y medicinas de urgencia. Sobre todo estas pastillas para los nervios si sientes claustrofobia. Puedes tomar como mucho una cada ocho horas.
En la bolsa impermeable, tienes tus documentos con tu personalidad oculta de ciudadano guatemalteco.
Ahora, el contenedor saldrá para el barco y el barco para Portugal.
Llevas mucho dinero en la bolsa. Puedes vivir mucho tiempo.
También tienes tu visado para España puesto en el Pasaporte. “El Capitán Conseguidor”, lo consiguió todo en su día, a precio de oro...
En el barco, nadie sabe nada. Cuando estéis en el puerto, abres el contenedor y te apañas para saltar al agua.
Después, pasas a España e inicias tu nueva vida. Si en el último momento te localizan, España no extradita a un condenado a muerte. Aceptarían tu extradición para que te metieran en la cárcel de por vida...
—Antes muerto papá— lloró Carlos y se abrazó a su padre y a su hermano.
—Recuerda el periódico de España en el que te pondré el mensaje en clave cuando haya algo importante, en los anuncios clasificados...
—No se cuando nos veremos hijo, pero hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Y Lorenzo sin mas, cerró la puerta del contenedor y junto con Lorencito, regresaron al automóvil y se quedaron sentados viendo como el camión de transporte se llevaba el contenedor hacia el barco...
—Papá— dijo Lorenzo —he hablado mucho con Carlos esta noche, le he pillado en contradicciones y estoy convencido que sí mató a aquél individuo.
—Eso no importa hijo. No cambia nada.
Matara o no a aquél asqueroso, a mi hijo no me lo mata nadie.