CAPÍTULO IX
NO era Lorenzo hombre de aguantar ofensas.
Perjudicarle a él era más peligroso que perjudicar al mismísimo Al Capone. Por otro lado, molestar a su familia (y Carmen ya era para él su familia) era buscarse problemas. Y no fueron problemas lo que se encontraron aquellos dos indeseables, sino más bien machetazos.
Lorenzo era capaz de madurar las ideas y de tomar la venganza con la cabeza fría, así que valoró la situación. Aquellos dos indeseables eran mucho más fuertes que él. Como no había que hacerse el héroe, buscó a dos individuos igualmente indeseables, que se dedicaban a negocios sucios y que además comían muchas veces en su restaurante.
—¿Os queréis ganar la comida gratis en mi restaurante durante un mes, todos los días?
—Dinos a quién hay que matar.
—Pues mira, habéis acertado: a dos individuos de Paquilá, que bla...bla...bla...
No era Lorenzo hombre de llevar a cabo una venganza así, sin darse el gusto de intervenir en ella personalmente. Así que tomaron el pick up del que ya Lorenzo disfrutaba, facilitado por don Martín, su socio, y marcharon a aquel pueblo a localizar a los dos ladrones. Cosa normal en esas tierras, mucha gente de escasos recursos hace autoestop, para, pagando algún quetzal, encaramarse al pick up y mitigar el cansancio de sus grandes caminadas.
De camino, se encontraron con una niña, Wendy. Estaba medio perdida y la invitaron a subir al vehículo. Además. era medio ciega, debido a las cenizas del volcán que se le habían metido en los ojos y le habían causado un gran daño.
Lorenzo sabía que quedaría ciega si no se le aplicaba terramicina de forma inmediata, así que propuso regresar a Mazate a curarla. Los sicarios protestaron, pero Lorenzo era así: lo mismo organizaba un asesinato, o en este caso dos, que protagonizaba una acción benéfica. Así que llevaron a la niña. Hicieron que le trataran su mal y regresaron hacia Paquilá.
—Como encontremos más ciegos, nos vas a pagar más días de comida —sentenció uno de los sicarios.
—No me encolerices —respondió Lorenzo.