CAPÍTULO XXI
LORENZO y Carmen decidieron, aprovechando el spring brake, desplazarse a Guatemala para a relajarse de la complejidad del negocio y para distraer un poco a Carlos de la golpiza que había recibido.
Llegar al aeropuerto de la Aurora ya alegraba el alma. Después, bajar por el Paseo de La Reforma ya en coche y dirigirse a Mazatenango era un placer. A Lorenzo le encantaba detenerse en Escuintla, entrar en cualquier cantina a tomarse un café y proseguir finalmente hasta Mazatenango, donde se alojaban en la casa de los padres de Carmen.
Por la mañana del día siguiente, como siempre, Lorenzo y Carmen gustaban de ir al centro de Samayac a visitar a sus conocidos. Finalmente, Carmen visitaba a sus amigas y Lorenzo siempre se encontraba con don César, su maestro, y platicaban largo.
Como en veces anteriores, los dos quedaron para ir un día a Antigua a llevar donativos en ropa y alimentos al asilo del hermano Pedro, lo cual les servía de magnífica excusa para pasar el día platicando y platicando.
Otro día empleó Lorenzo en ir a Ciudad de Guatemala, entrevistarse con el Capitán, el que le había conseguido sus pasaportes y cédulas con nombres distintos para él y sus hijos “por si acaso”. Le encargó la renovación de los pasaportes y le dio las fotografías algo disfrazados, como el mismo Capitán le había sugerido, “porque otra personalidad es otra personalidad”, y habló con él por mucho tiempo.
Había hecho cierta amistad con aquel corrupto que le prestaba buenos servicios si lo precisaba. Le recordaba, en otro estilo, a su amigo José de Miami. Ambos atrevidos, aventureros y amigos de engañar al Gobierno, al que consideraban su enemigo.
No sabía explicarse a sí mismo por qué, pero esta vez más que nunca a Lorenzo se le hizo pesado regresar a Miami. En el aeropuerto de la Aurora sentía ganas de llorar por dejar Guatemala.
Quizá su subconsciente presentía lo que se le venía encima.