CAPÍTULO LIII
MIENTRAS los niños dormían, Lorenzo y Lorencito entraron en uno de los cuartos y sacaron a uno de ellos. Le administraron un sedante y se quedó dormido. Lo subieron a otra dependencia.
Lorenzo se dirigió al cuarto contiguo, donde estaba instalada la silla eléctrica, y procedió a comprobar los circuitos.
Seguidamente colocó un voltímetro conectado a las muñequeras de la silla. Hizo la prueba y leyó el voltaje.
—Todo está dispuesto, papá. Voy a preparar la cámara de vídeo.
Lorenzo decidió que aquello no debía estresarle demasiado, así que rogó a Carmen, tras atar debidamente al niño dormido, que preparara el desayuno para los tres. Quería desayunar tranquilo.
Efectivamente, tomaron su desayuno. Lorencito regresó a la sala de ejecuciones, donde revisó la cámara de vídeo, la colocó sobre un soporte o trípode, la probó y le dijo a su padre:
—Todo listo, papá.
Lorenzo llevó al niño en brazos hasta la silla eléctrica, le conectó las muñequeras y las tobilleras y, antes de ponerle el casco para que se le viera bien, lo dejó solo en la silla con la cabeza algo alzada y conectó la cámara de vídeo.
Entonces habló Lorenzo:
—Ha sido elegido al azar. Siento lo que van a sufrir sus padres. Yo he sido más bueno de lo que será el verdugo con mi hijo si es que se atreven. Le he dormido para que no sufra.
Seguidamente dijo:
—¡Ya!-
Lorencito conectó la terrible máquina. El niño experimentó una contorsión y su cabeza cayó sobre el pecho.
Lorenzo se colocó delante de la silla y dijo:
—No he querido preguntarle su nombre. Ustedes ya le reconocerán y lo sabrán. Lamentablemente, el ritmo de los acontecimientos se está acelerando y no podré cumplir mi palabra de una ejecución cada siete días. Tres días para la próxima ejecución.
Y se terminó la grabación.
El vídeo siguió el recorrido previsto: de Guatemala a Cuba, de Cuba a Belize, de Belize a varios ciudadanos anónimos de Estados Unidos.