CAPÍTULO IV
-Y ahora voy a proceder a entregar en último lugar el diploma al que para nosotros ha sido con mucho el mejor estudiante, el más entusiasta. Un joven que ha bebido con avidez las enseñanzas procedentes de sus maestros. —Se giró hacia el maestro don César—. Bueno, ha tenido según creo una ayuda muy especial.
Así se expresaba el inspector de enseñanza, que sonrió a don César. Le entregó el diploma de la enseñanza primaria a Lorenzo; este lo recogió y regresó a su asiento. Se quedó pensando: «Ahora, a buscar trabajo».
Así que se dirigió directamente al centro de Samayac, a un modesto molino donde el bueno de Martín se ganaba la vida como podía.
—Martín, he terminado la escuela. Me dijo usted que tal vez podría trabajar acá.
—Pero, Lorenzo —dijo Martín—, sabes que no puedo pagarte casi nada.
—Me vendrá bien ese «casi».
Así tuvo Lorenzo su primer empleo.
Pasó el tiempo y ya Lorenzo tenía dieciocho años. Trituraba el maíz y otros cereales, los ensacaba. Trabajaba con ahínco y sabía bien el oficio y cómo tener contento a su empleador.
—Lorenzo, tú que tienes tantas ganas de ganar dinero, ¿quieres bajarte los domingos a vender en la parada del mercado de Mazatenango? Se ha casado la chica que estaba allí.
—Los domingos y hasta por las noches si usted me lo permite. ¿Cuánto voy a ganar? —respondió Lorenzo.
—Bueno, hombre, tendrás que dormir también. ¿O es que tú no precisas dormir?
—Yo lo que preciso es ahorrar y marcharme a los Estados Unidos.
—Sí, sí, ya sé, tu viaje a Estados Unidos, donde según tú las calles están cubiertas de oro. Pero no todo es tan fácil. A un conocido mío le condenaron a muerte allí.
—Sería un criminal, don Martín. Allí el que trabaja recibe su premio.
—Bueno, quizás no sea tanto. Mañana a las seis de la mañana, te quiero aquí, puntual como tú eres siempre, que te llevaré al mercado a hacerte cargo del puesto de venta.
Marchó Lorenzo feliz a su casa, con la idea de ir ganando dinero y preparando su viaje a aquel país maravilloso. Poco podía imaginar la amarga aventura que viviría allí, aunque, eso sí, después de triunfar como él esperaba.