CAPÍTULO XXIX
CARMEN no había perdido el tiempo tampoco. Hacía todo tipo de preparaciones y regresó a Guatemala. Estaba prácticamente deshidratada de tanto llorar, pero trataba de reponerse a veces. Tenía claro, como decía Lorenzo, que había que tratar de vivir con normalidad, porque, si se dejaban llevar de la pena, morirían de eso, de pena.
Al llegar a Ciudad de Guatemala, tras alquilar un carro, Carmen se dirigió como si fuera una turista hacia Mazatenango. Entonces pensó: «Voy a detenerme a comer en San Cristóbal. Quiero distraerme».
Así, que, efectivamente, paró en esa pequeña ciudad a once kilómetros de Ciudad de Guatemala y entró a comer en un restaurante, en el que servían buen marisco.
Comiendo tranquilamente un ceviche, si es que tranquilamente es palabra adecuada en su caso, oyó ciertos gritos. Sí. Había una discusión en una mesa cercana a ella. Un camarero había llamado la atención a un hombre que fumaba en el local y le estaba rogando que dejara de hacerlo.
El hombre, acompañado de otro, respondió desairado y sacó un revólver con el que amenazó al camarero. El dueño del restaurante a su vez sacó otro revolver. Como resultado, hubo dos muertos y tres heridos.
Después de todo el silencio absoluto, la gente comenzaba a reaccionar y se levantaba del suelo.
—¡Malditos! —gritaba uno—. Habría que condenar a muerte a todos estos miserables.
Carmen, ya sin acordarse siquiera de pagar su cuenta, salió a la calle, pálida y asqueada de todo.
Continuó a Mazatenango, descansó como pudo y fue a ver a una buena amiga suya, de toda confianza, Magali, peluquera de profesión.
—Mira, Magali —argumentó Carmen, tras los saludos de rigor—, he venido a verte porque en nadie confío allá; en ti sé que puedo.
—Puedes confiar en los muchos que te queremos acá, en tu tierra —respondió la otra—. Sólo dime qué precisas.
—Quiero que me enseñes a maquillar y a disfrazarme, que me proporciones unas pelucas para mi marido y mis hijos y para mí misma y que me dejes preparada para transformar el aspecto de los cuatro de forma convincente.
—Está hecho. Lo que precises.
A su regreso a Miami, tras otras muchas gestiones, Carmen llevaba todo el material para una buena caracterización de ella y su familia, con parecido a las fotos que en su día se hicieron, ya disfrazados por Magali, para el pasaporte doble del que cada uno de ellos disponía.