CAPÍTULO XXX

LORENCITO, entretanto, tampoco perdía su tiempo.

En la biblioteca pública estudiaba concienzudamente libros de electricidad, construcción de circuitos. Leía también atentamente algunos apuntes que le facilitó don José, el amigo de su padre, el cual los había conseguido del técnico que le preparaba cualquier invento raro en electrónica. En fin, que ya sabía lo básico para fabricar una silla eléctrica.

Mientras, Lorenzo se entrevistaba con su abogado, el señor Gallowich.

—Entonces, ya no nos queda más posibilidad de apelación.

—Podemos pedir el perdón al gobernador del Estado —respondió poco convencido el abogado.

—Eso sería inútil, señor Gallovich. Todos sabemos que tiene amistades y alguna relación con la familia del muerto.

Lorenzo se levantó y caminó hacia la puerta. De pronto, se giró y dijo

—Sí, pídale el perdón. Mejor que lo vean todo tan normal.

El abogado le miró sorprendido. ¿A qué se refería con «que lo vean todo tan normal»?

Lorenzo regresó a su casa. Pensaba arduamente en todo. Entonces recibió la llamada del real state. Ya había conseguido el primer pago de dos de los restaurantes. El número uno de la red estaba también prácticamente vendido. En cuanto a la casa de Lorenzo, se cerraría la venta dentro de pocos días.

La venta de todo el patrimonio iba viento en popa. Lorenzo nuevamente tuvo que hacer un viaje, esta vez en carro y con riesgo, por lo que llevaba escondido: transportó una importante suma de dinero a México y a Guatemala.

En México simplemente lo ingresó en el banco en el que había abierto una cuenta utilizando su pasaporte guatemalteco con nombre ficticio; en Guatemala lo escondió en lugares seguros.

Reuniose con don César, sin ser vistos. Visitó el escondite dispuesto para acoger a los que serían sus rehenes y, tras despedirse de don César, se instaló en el lugar.

Compró cuanto fue necesario, dispuso de comida, de conservación suficiente y se quedó unos días alojado en el mismo lugar, para ir trabajando.

Así, construyó una robusta silla eléctrica, instaló un trípode para las cámaras, comprobó el correcto cierre de separación entre las distintas dependencias y llamó a Lorencito.

—Hijo, ya puedes venir y concluir toda la parte eléctrica, que tú sabes cómo hacerlo. Yo me voy a México.