CAPÍTULO XV
EL pequeño apartamento de Coral Gables, en Miami, no era gran cosa, pero Lorenzo y Carmen estaban satisfechos.
Vivían dignamente. Trabajaban ilegalmente los dos como meseros en un restaurante español situado en Le Jeune Road. Con el dinero que percibían iban pagando el alquiler del apartamento. Por otro lado, Martín, desde Guatemala, cumplía y les iba enviando cada mes su parte del producto del restaurante.
Así nacieron primero Lorencito y dos años después Carlos.
Casi todo lo que ganaban aparte de la renta del apartamento se lo llevaba un abogado hispano medio estafador, que no paraba de cobrarles mucha plata, decía siempre Lorenzo. Aunque lo cierto era que fue arreglando la situación legal de la pareja y estuvo muy al tanto de los sorteos de green cards, etc.
Entonces, dos magníficas noticias llegaron al mismo tiempo: la primera, que consiguieron sus documentos y que eran ya residentes legales; la segunda, casi simultánea, que Martín había conseguido vender el negocio del molino de Samayac y quedarse ya el solo con el restaurante, así que envió a Lorenzo todo su dinero.
Casi de inmediato, Lorenzo abrió un puesto de comidas en las proximidades de la calle ocho en Miami.
Trabajaron muy duro y mantuvieron el negocio abierto las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Por la noche tenían gran cantidad de comensales y “bebensales”, que sabían que Lorenzo les facilitaba sus cervezas convenientemente envueltas en papelinas que simulaban french fries.
Entre sus clientes tenían muchos policías de Miami, que gustaban de ir allí a tomar aquellas cervezas. Eran hispanos la mayoría y estaban cansados por la ardua tarea de hacer tantas pruebas de alcoholemia a los posibles conductores borrachos. Reponían fuerzas con las cervezas de Lorenzo y Carmen.
Además, Lorenzo acostumbraba a matarle el frío a la cerveza que daba a los policías con unas gotitas de ginebra y, claro, aquello era un éxito.