CAPÍTULO VI
YA puede suponer el lector que el restaurante prosperó rápidamente. Caso contrario, probablemente no se estaría escribiendo este libro. Lo cierto es que Lorenzo aprendió mucho en el restaurante. Allí celebró su veinte cumpleaños, acompañado de sus amigos, de don César su maestro, al que había invitado, de su jefe Martín y... de Carmen.
¿Y quién era Carmen? Pues una mesera que ya había llegado a ser la mano derecha de Lorenzo. Y sería mucho más. Carmen tenía la virtud de la discreción, la sensatez, amén de la buena disposición para el trabajo y la belleza natural que Lorenzo admiraba. Pasó lo que estaba escrito que pasaría: que se enamoraron.
—No sé, Lorenzo —decía Carmen—, con tanta ambición a veces me das miedo. Aquí vives bien, todo el mundo te aprecia, pero siempre hablas de irte a América. ¿Acaso esto no es también América?
—Pero, Carmen —respondía Lorenzo—, ¿te imaginas lo que podría hacer allí con todo el dinero que he ahorrado? Bueno, lo que podríamos hacer.
Sonrojose Carmen y, como mujer latina y bien latina que era, respondió:
—Lo que tú digas.