CAPÍTULO LVII
EN el interior de refugio, Lorenzo, con su hijo y esposa, charlaban y hacían su vida normal. Seguían atentamente las noticias en televisión. No salían a comprar periódicos. No se hacían ver, ni aún disfrazados y cambiados como estaban de aspecto y de identidad, en parte alguna.
—Mañana por la mañana —dijo Lorenzo— haremos la tercera ejecución y enviaremos el vídeo. Lorencito, cámbiame la clave del ordenador según las instrucciones. Así entraremos en otro proveedor de internet distinto. En realidad, nos dieron claves para tres proveedores. Cuando mandemos el tercer mensaje, tendremos que repetir proveedor, y eso ya no me gusta. Bueno, los iremos alternando.
—No pueden localizarnos en tiempo breve —respondió Lorencito—, aunque usemos el mismo proveedor. Después de usar el tercero, regresaremos al primero. Con otro cambio de clave utilizaremos otra CPU. De ésas también tenemos tres distintas, así que no hay problema. El técnico de tu amigo José me ha dejado unas instrucciones clarísimas. Desde aquí programo tantos cambios como quiera, también de números telefónicos y proveedores. Se volverán locos para encontrarnos. Han de acceder a los dos terminales, el de Belize y el de Cuba, con lo que supone meterse en Cuba.
—Dios mío, ¿cuándo acabará todo? —medió Carmen.
—Nunca mientras vivamos —respondió Lorenzo—. Siempre estaremos escondidos de una u otra forma y temiendo que nos encuentren; pero ¿es mejor que maten a tu hijo acaso?
—Está claro que el día que nos encuentren acabamos con nuestras vidas y listos —respondió Carmen.