CAPÍTULO XX
CARLOS curó sus heridas, pero sólo las físicas, ya que las psicológicas, las producidas por el hecho de recibir una paliza, ésas no se curaban tan fácilmente.
En su interior afloraban pensamientos heredados sin duda de su padre. No se podía consentir que alguien te atacara injustamente de esa forma sin darle su merecido.
Y su pensamiento era lógico, por la herencia en la forma de pensar, de su padre. Lorenzo a buen seguro que hubiera reventado de una paliza a quien le hubiera hecho algo así.
Pero, por otro lado, la enseñanza cristiana recibida y, más aún, la católica, y los genes de su madre, le aconsejaban perdonar y olvidar; pero los nervios le tenían oprimida la garganta y estaba pasando malos momentos. Un día pasó frente a la iglesia que frecuentaban sus padres (él y Lorencito menos) y entró. Más que a rezar, quería tener recogimiento, hablar con Dios.
—Señor, quítame esta opresión, este odio.
—¿Necesitas ayuda, hijo? —El sacerdote, que le conocía y le vio tan alterado, se dirigió a él.
Carlos respondió:
—Padre, necesito confesión.
Y Carlos confesó sus malos pensamientos y también los buenos, para que el buen cura le aligerara la penitencia. Dijole éste:
—Aparta de tu mente la idea de venganza. Esas ideas, se alejan mucho de las que predicó quien mucho más daño sufrió que tú, que has sufrido simplemente una ofensa y cuatro golpes en la cara. El perdonó a quienes le crucificaron. Cuando te asalten ideas de venganza y odio, trata de pensar en otra cosa. Piensa en las personas que te quieren, en las que te rodean de cosas agradables y aparta de tu mente a quienes, como ese indeseable que te atacó, te causan inquietud. Y ven a la iglesia cada vez que lo precises. Y trabaja duro para distraerte y ayuda a tus padres en todo, que han hecho mucho por ti.
—Gracias, padre.
Carlos abandonó la Iglesia, reconfortado y pensando que seguiría al pie de la letra los consejos del buen sacerdote.
Esa noche salió de nuevo a tomar algún trago, pero con otra mentalidad. Fue a lugares distintos de aquellos en los que le conocían. Tomó sus pocos tragos y regreso a casa, momento en que casi le asaltó Lorenzo.
—¿No te dije que no salieras de noche?
—Pero papá —respondió Carlos— sólo hasta que se me fueran las marcas de la cara. Y he regresado temprano.
—Vamos, déjale— intercedió Carmen.
—Tu defiéndele, como siempre. Vamos, hijo, acuéstate que mañana necesito que me ayudéis los dos en el restaurante.
—Claro, papá —respondió Carlos.
Y Carlos se acostó tras dar las buenas noches a sus padres y a Lorencito. Pasó la noche medio desvelado. Se estaba planteando de nuevo su vida. El incidente de la golpiza le había cambiado el carácter.
Se replanteaba todo. Quizá se estaría mejor en Guatemala, donde tan bien lo pasaba cuando acudían de vacaciones. Allí, con las posibilidades económicas que hoy en día tenían, podrían vivir de forma prácticamente lujosa. Seguro que Carmen, su madre, tenía razón en que había otros valores familiares y la gente era más religiosa.
Claro que allí mataban a mucha gente y había muchísimos individuos como el indeseable de la discoteca, pero el país era bello y si tenías plata eras alguien y...
Entonces se durmió.