CAPÍTULO LXIII
EL presidente de la República de Guatemala habló al teléfono:
—Buenos días, señor presidente. Es un honor saludarle. ¿Cómo está usted? Bien, aparte del escabroso asunto que nos tiene tan comunicados estos días, nosotros también estamos bien. Gracias... —dijo ceremonioso—. Bien, el motivo de mi llamada es que parece que tengo algunas quejas de que no se ha cumplido nuestro compromiso de caballeros. Bueno, aquí hay muchos hombres, sin duda de la CIA, o del FBI, actuando indiscretamente. Están causando cierta alarma y yo... Sí, sí, lo entiendo..., Yo soy el primer interesado en que nadie burle la ley, pues sentaría un mal precedente; pero, claro, tengo a un país apoyando masivamente al fugitivo y señor presidente, con todos los respetos, debo decirle que no puede usted hablarme de que nosotros también tenemos pena de muerte. Aquí se ejecuta de muy tarde en muy tarde a reos de delitos gravísimos y cuya autoría es irrefutable. Ustedes en cambio... No, no, no voy a entrar en discusiones de ese tipo. Perdone usted, pero los tiempos van cambiando, así que con todo respeto y la educación que nos caracteriza a los guatemaltecos, debo decirle sólo una cosa más: si mañana permanecen más de seis de sus hombres en el área de Mazatenango, serán detenidos y expulsados por la Policía de Guatemala... Entiendo, entiendo... Entonces sí, sí. Se lo agradezco y espero que efectivamente se retiren mañana. Muchísimas gracias y un abrazo, señor presidente.
El presidente de Guatemala llamó por el interfono de nuevo:
—Llame de nuevo al señor jefe de la Policía.
Regresó el policía.
—A sus órdenes, señor presidente.
—Éstos se creen los dueños del mundo —dijo el presidente algo molesto por el tono que parecía haber empleado el presidente de Estados Unidos—; pero los tiempos cambian. Haga usted su trabajo como lo estime más oportuno. Quiero que paren e identifiquen a todos los americanos que vean por la zona de Mazatenango, y aún más en Samayac. También quiero la relación con todos los nombres en mi despacho hoy mismo a poder ser. Si a partir de mañana por la noche hay más de seis de esos hombres en la zona, me los detienen a todos, y que ellos mismos decidan quién se va y quién se queda. Si di permiso para seis agentes, no permitiré ni uno más. Ahora mismo informaré al embajador americano de que todos los agentes que excedan el número de seis serán detenidos y entregados en la embajada. Por otra parte, nosotros también tenemos que cumplir nuestros compromisos, así que nuestros policías deben vigilar estrechamente a Carlos y no permitirle abandonar la zona que tiene autorizada: Samayac y Mazatenango.
—A sus órdenes, señor presidente.
Diciendo esto, el jefe de la Policía se retiró.