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Sin sospechar que aquella noche le serían revelados grandes cambios que estaban escritos en su destino, los cuáles le aclararían muchas dudas, ella, la bella y reputada Inspectora Márquez de la DCPJ, se encontraba mirando archivos policiales en el ordenador del mal iluminado pero a la vez limpio y ordenado despacho personal, situado en la Comisaría Central de París. La única luz de aquella sala, que resultaba más bien tenue, provenía de una pequeña lámpara de escritorio que se situaba encima de una pequeña mesa de madera, estropeada por el tiempo y cubierta de una pila de ordenados papeles. La persiana de la pequeña ventana estaba a la mitad. Fuera, en la oscura noche parisina, se veía difuminada a lo lejos por la lluvia la vetusta, elegante, e iluminada silueta de la Torre Eiffel, rodeada por una extensa capa de blanca neblina que en cierto modo, aumentaba en gran medida su belleza de una forma sublime.
Lady Marlene Márquez, que así se llamaba en realidad, era a todas luces una mujer activa y de armas tomar. Para ella, el rutinario turno de noche era el peor debido a que se sentía algo inútil haciendo gestiones, tomando café con sus compañeros, contestando al teléfono y haciendo las típicas cosas que la policía suele hacer en cualquier comisaría. Informes, informes y más informes. Eso a ella le cansaba y agobiaba profundamente, debido a que se consideraba a sí misma una mujer de acción. Prefería mil veces estar en la calle arreglando trifulcas callejeras, resolviendo asesinatos, y deteniendo a traficantes, chulos, maltratadores de mujeres, pederastas y atracadores. Para ella, eso era el concepto de hacer algo útil por la sociedad, y no estar entre lo que ellos conocían como «hacer de chupatintas».
Entre sus colegas, era querida y respetada. En parte, era considerada una figura de autoridad, ya que todos lo de su unidad sabían que su trabajo era su vida, pero por otro lado, también tenían en cuenta la grandeza de su noble corazón, su dulzura y su carácter cálido ya que, si era autoritaria con alguno que esté bajo sus órdenes regañándole por llegar tarde, o cometer cualquier fallo, también tenía el tierno detalle de no olvidarse jamás de algún cumpleaños de los que estaban en su unidad. Siempre daba un detalle. Tenía un carácter agridulce.
De su vida personal, sus compañeros poco sabían, ya que Lady, siempre fue una mujer muy reservada en ese asunto. Cada vez que alguien le preguntaba por sus padres verdaderos, ya que sabían que en realidad fue adoptada de pequeña, ella siempre evadía el tema o hablaba de otra cosa tras pestañear, como si hubiese una especie de trauma, algún problema serio o grave que no quiere recordar, o del cual no quiere hablar y guardaba para sí misma. Sus rasgos también la delataban en cierto modo, ya que se le notaba a leguas que no era francesa de origen: su oscuro cabello castaño sacaba a entrever algún que otro pelo rubio como si de dos chorros de sirope de caramelo y chocolate se trataran, su piel era morena como las dunas del desierto pero a la vez suave al tacto como la seda, sus ojos, grandes y negros pero algo rasgados , su nariz casi perfecta pero algo achatada, y su cuerpo pequeño pero de estructura fibrosa y sólida, con trasero y senos proporcionalmente perfectos, hacían saltar a la vista que ella no era francesa, sino sudamericana.
Lo único que sus compañeros sabían sobre sus padres biológicos era que ella tenía en el escritorio de su despacho una vieja, agrietada y estropeada fotografía en la cual se veía a ella de pequeña sonriendo sobre los hombros de su padre. A veces, la miraba con un especial brillo nostálgico en sus ojos acompañado de silenciosas lágrimas secas a la vez que le pasaba suavemente la punta de los dedos en un gesto de dulzura, esbozando una triste sonrisa.
El sueño empezaba a vencerle. La penumbra frialdad de la nocturna soledad de aquel despacho resultaba bastante torturante para su mente activa. De modo, que como defensa de aquella silenciosa y mortífera rutina su mente empezó a rebuscar entre sus traumáticos recuerdos.
Se puso a hurgar en el pasado, y tras volver a pasarle los dedos a la desgastada y sonriente foto de su padre, Lady Marlene comenzó a pensar en la única persona en toda Francia que sabía su oscuro secreto. Se trataba de su confidente, mejor amiga y compañera de piso Yuthisa López.
Yuthisa trabajaba en una peluquería situada en el barrio más ilustre y señorial de París y al igual que su amiga también fue adoptada. Se conocieron en el instituto y el tiempo las hizo tan buenas amigas que decidieron vivir juntas, como si de dos hermanas se tratara.
Siguió recordando.
Continuó viajando mentalmente por sus recuerdos, que a fin de cuentas resultaron agridulces. Por suerte, los padres que la adoptaron eran un matrimonio adinerado y parisino que no podían tener hijos propios, por lo que, al adoptarla la quisieron, y la cuidaron, tanto o más que si fuese biológica.
Tras unos minutos meditando en silencio, la mente se Marlene se detuvo en un recuerdo de hacía un par de años atrás. Estaban de fiesta. Ella y su amiga Yuthisa, salieron a una discoteca con un grupo de amigos a celebrar que ese día era el cumpleaños de uno de ellos y Lady, se ganó su poco peculiar apodo por el que todos acabaron conociéndola tanto en su ámbito profesional como entre sus mejores amigos. Ese apodo no es otro que «La Amazona».
Resulta que aquella noche, uno de sus mejores amigos le presentó un chico que paraba en la misma discoteca que ella, y que era famoso allí debido a que escribía novelas. El chico –el cual era obeso y estaba muy frágil debido a una reciente operación de cirugía abdominal– estaba bailando con ella, cuando de repente un borracho empezó a burlarse de él desde atrás. Ella, que estaba frente a él, observó sus ordinarieces y ni corta ni perezosa, se acercó a aquel estúpido y ofensivo borracho y tras agarrarle la camisa de cuadros que llevaba, rasgándola en el acto, le gritó:
–¡Eh tú! ¿Por qué te metes con mi amigo?
–¡Yo no me he metido con nadie! –replicó el ebrio mientras se trató de alejar de ella.
–¡Cómo que no si te he visto, te he visto imitarlo y reírte con tus tonterías! Anda tira, que como me enfade te aseguro que vas a saber lo que es bueno, es que de la patada que te propino en los cojones te dejo estéril para toda la vida y así aprendes a no meterte con los demás. ¿Está claro? –le gritó entre dientes con mirada agresiva.
El borracho asintió con la cabeza y salió del local con dos de sus amigos que también llevaban una enorme cogorza.
El chico que estaba bailando con ella quedó asombrado con el valor, el temple y el fervor de justicia que mostró aquella chica. En aquel momento, sólo pudo pensar en que era a todas luces la mujer más bella e increíble que había conocido en su vida. Aquel gesto le marcó. Le hizo verla como una diosa. Tanto es así que desde ese momento se enamoró de ella secretamente, en un amor puro y ciego. Pasara lo que pasara, sería algo que no podrá olvidar en la vida.
Paralizado aún por el asombro, y sintiendo que era poca cosa para una mujer tan asombrosa e increíble como ella, el chico, aún asombrado por su hazaña, la llevó de la mano a un lugar apartado de la sala para hablarle.
–Eso ha sido… Asombroso. Tu nombre era Lady, ¿verdad? –preguntó el muchacho mientras esbozó una sonrisa.
–Sí. –Dijo ella sonriéndole mientras asintió con la cabeza.
Haciéndole honor a su nombre de pila, el chico le hizo la clásica reverencia de darle un beso en la mano. Acto seguido le dijo mirándole a los ojos:
–A partir de ahora, te conoceré como mi guerrera amazona, tienes la fisionomía típica y has actuado como tal, con la valentía y el temple de una increíble guerrera. Dime, ¿qué horóscopo eres encanto?
–Yo soy Leo, ¿y tú cual eres?
–Yo soy Libra, y tal vez por eso valore las personas justas y fuertes.
–En ese caso, si yo soy tu guerrera amazona, tú serás mi Pequeño Fénix ya que…, por lo que sé sobre ti, consideras que renaciste por una cirugía abdominal reciente. ¿No es así?
Durante la conversación, ella y el muchacho se pasaron los teléfonos y correos electrónicos, y siguieron viéndose de vez en cuando, ya que acabaron perteneciendo al mismo círculo de amistades. Él nunca se atrevió a pedirle salir como pareja a pesar de que la amaba, porque al mirar su deformado físico se consideraba poca cosa para ella.
Desde entonces, al pobre chico, la increíble belleza de ella le imponía y por eso cuando volvía a verla en cualquier lugar, procuraba hablarle poco tras saludarla, solo se limitaba a darle dos besos y un cálido abrazo. Otras veces, la miraba de lejos y esperaba que ella se acercase para hablarle primero. Todo era poco para no incomodarla ni parecer empalagoso, pero lo cierto es que a pesar de que siempre lo ocultó, desde aquel día la amaba, la amó más que incluso su propia vida.
Coloquialmente, se podía decir que gracias a aquel borracho, desde entonces a Lady se le conocía con ese sobrenombre, el mote de la amazona. Aquel chico obeso lo inventó en aquella sala, a ella le encantó, se extendió entre su gente cercana y más tarde, por los compañeros de su unidad. Incluso en los suburbios de París era conocida como tal por chulos y traficantes de poca monta, dándole una reputación que a decir verdad, para nada le viene grande.
Con tanto pensar en lo suyo, «La Amazona» estaba a punto de quedarse dormida sentada en aquella silla giratoria pero justo antes de que el sueño cerrase sus pesados ojos, el negro teléfono que yacía junto al ordenador sonó rompiendo el silencio abrumador de la noche. Antes de cogerlo, ella tuvo el presentimiento de que aquella llamada iba a desvelarle misterios y ciertas cosas que tiempo atrás se preguntaba. Cosas que tenían que ver con lo que ella ocultó a todo el mundo… El secreto de sus verdaderos padres.