Prólogo
Jueves, 12 de octubre de 2062
La tenue luz de la hoguera encendida, llegaba a iluminar todo el circular salón de la enorme mansión del anciano catedrático, el cual daba a todas luces la impresión de ser un gran museo, debido a las auténticas obras de arte de incalculable valor que decoraban el entorno y las cuáles, el anciano, que estaba sentado en un oscuro y elegante sillón de piel, había adquirido durante las enormes gestas vividas en su juventud: un muñeco de vudú del África Negra, una estatuilla auténtica de la diosa Isis del Antiguo Egipto, un cuadro antiquísimo del siglo XVIII, unas tablillas del siglo I llenas de anagramas entre griego y hebreo antiguo…, toda una colección de obras de arte realmente exclusivas y endiabladamente difíciles de conseguir. El anciano las miraba. Giró el cuello lentamente hacia un lado y otro, cuando de repente se dio cuenta de que a su izquierda, había un viejo y polvoriento espejo sobrepuesto en la vetusta y rústica pared de piedra. El espejo era grande y tenía los filos dorados.
El anciano catedrático, lo observó unos segundos percatándose de que, a pesar de que los bordes estaban polvorientos, la base de cristal no estaba tan sucia como las polvorientas esquinas, por lo que su imagen, se veía dentro de lo que cabe, bastante nítida y clara.
Clavó su vista en su reflejo. Observó su pelo canoso perfectamente peinado hacia atrás, sus grandes ojos azules bajo unas finas y depiladas cejas arqueadas, su rostro pálido y arrugado del cual sobresale una nariz perfectamente moldeada, sus gafas con transparentes cristales y filos dorados, su mesa con su ordenador portátil con la cual escribía a diario para distraerse cada día, su pijama azul marino con rayas blancas bajo su bata roja oscura… Pero sin duda, lo realmente llamativo, era su bastón de roble tallado a mano con cabezal de blanco marfil y forma de cabeza de elefante albino, ser que en la India es considerado un dios sacro, adorado por ello y clasificado un ser protector.
El anciano suspiró. Metió su mano en el bolsillo, y sacó el más preciado de sus tesoros. Un extraño artefacto cabalístico con forma de cáliz, del cual se dice que tiene poderes, y que tuvo muchos nombres a lo largo de la historia. El noble anciano lo miró y cuando empezó a concentrarse, el extraño artefacto comenzó a brillar, a emitir una dorada luz que aportaba una inmensa paz a quien la veía. «La Semilla del Edén…, cuanto me costó conseguirla…» Pensó el anciano mirándolo fijamente.
Jack Mool de Notredame, que así se llamaba, cerró sus ojos pensando que era el mejor objeto que consiguió en su vida y, tras quedarse dormido, su subconsciente pidió que le hiciera volver al recuerdo de cómo consiguió algo tan valioso… En ese instante, el poder del extraño artefacto actuó concediéndole su deseo, y Jack, volvió al día de su graduación desde el momento exacto en el que empezó a roncar, en una especie de sueño-trance.