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Tras unos instantes de oscuridad absoluta, Jack se notó flotando en el aire, como si su alma se hubiera despojado de su cuerpo. De hecho, después de aquella sensación agradable de salir de su organismo y notar que volaba, se vio a sí mismo tumbado en el suelo de aquella pista de baile con los ojos cerrados y un hilo de sangre roja y brillante que brotaba de su boca lateralmente hasta el suelo. Desde un ángulo alzado como si flotase del techo de la sala, pudo ver todas las atentas miradas de los allí presentes sobre su cuerpo durante unos segundos, y tras sentir que ascendió a una gran altura a gran velocidad, la escena cambió. Mirase donde mirase, solo podía ver un gran valle de luces blancas decoradas con azulados destellos que centelleaban siendo algo molestas para la vista, pero que daban una gran paz al observarlas.
La iluminada figura de la supuesta mujer pelirroja vestida de blanco que le saludó en el jardín de la universidad volvió a aparecer ante sus ojos. La miró de arriba abajo, y tras unos segundos sonriéndole sin decir nada empezó a hablarle y a hacerle señas. Su dulce voz resonaba con gran eco de trueno por todo el valle de luz, pero a pesar del profundo eco, hablaba de una forma entrecortada y serena.
–Jack, yo soy un ánima bendita, no tengas miedo, no te haré ningún daño.
–¿Un ánima bendita? ¿Significa eso que estoy…?
–¿Muerto? –Interrumpió esbozando una sonrisa–. No, no estás muerto, solo estás…, en trance. Tú, tú aún no puedes… morir. Si te traje aquí a las puertas del reino de Dios, es para que seas… avisado.
–¿Avisado?, ¿avisado de qué?
–Verás. ¿Has hecho o te han ocurrido cosas, que no puedas explicar con tus propias palabras desde que tienes uso de razón? –preguntó llevándose la mano izquierda al pecho.
–Sí, la verdad es que muchas. Por ejemplo, esta tarde fui a correr y tras observar una limusina oscura parada ante la casa de mi mejor amigo, vi como de ella emergían dos oscuros espectros y sé que uno de ellos me vio, ya que antes de desaparecer, dio un rugido que sonó como un fuerte estruendo. Después de eso, se desintegró con el aire a la vez que la siniestra limusina salió disparada.
–Pues esas experiencias, no son casuales. Tú, tienes un importante destino que cumplir Jack, y hasta que cumplas tus citas con él, no debes morir. Te aseguro que tienes una gran, larga, fructífera y productiva vida por delante, complicada, eso sí, pero grandiosa. Harás grandes cosas Jack, has nacido para ello. Claro que el destino no está marcado del todo, también a pesar de que estás protegido por la Familia de la Luz, hay una ligera posibilidad que de que fracases y entonces…, sería terrible el resultado Jack, te lo aseguro.
En ese momento, ella hizo un gesto alargando el brazo y señalando con el dedo índice hacia la luz y dijo:
–Mira hacia la luz, y contempla el destino de tu nuevo ángel guardián, eso es lo que he venido a decirte.
–¿Quién eres? –Preguntó Jack algo confuso y desconcertado.
–Yo, solo soy un mensajero de la Familia de la Luz que ha venido a mostrarte parte de la verdad de aquella limusina, y que ha venido de parte del creador de todo, y del que revela los secretos, quién será ahora tu nuevo ángel guardián, como te he dicho no me mires, mira hacia la luz. A su debido tiempo, más secretos de tu gran destino, te irán siendo revelados.
Sin decir nada, y algo aturdido del bienestar que sentía en aquella luz, Jack se sometió a seguir el dedo de aquella supuesta mensajera, de dudoso género, ya que parecía un ángel y los ángeles no tienen sexo.
Giró el cuello y tras parpadear un par de veces, de repente notó que el ánima le dio un brusco empujón en la espalda, y a partir de ese impacto, la luz se desvaneció dejando poco a poco a oscuras su campo de visión. A medida que la oscuridad fue creciendo, la sensación de bienestar se convirtió en un miedo aterrador que paralizaba todo su cuerpo y su garganta totalmente. De repente, la escena cambió de nuevo y tras ver fotogramas de su vida con flashes entre uno y otro, oír susurros de espíritus en una lengua que no conocía y notar que viajaba en espíritu a gran velocidad tuvo otra de sus visiones en tiempo real.
En un largo e iluminado túnel de alguna céntrica autovía de París y bajo una gran tormenta que dentro del cual solo se hacía notar en forma de niebla espesa y blanca, la brillante limusina negra que estaba aparcada delante de la casa de Jean Paul avanzaba a toda pastilla, perseguida por esos oscuros espíritus de demonios alados y por dos motoristas los cuales iban vestidos totalmente de negro, y conduciendo motos de gran cilindrada.
Se fijó bien, y se dio cuenta de que ambos llevaban en una de sus manos un arma automática, con las cuáles disparaban a la limusina por los laterales al acercarse. Querían asesinar al conductor. Debido al contraluz de los faros del túnel, la niebla y la oscura limusina, Jack no era capaz de ver quien era el piloto, hasta que uno de los motoristas consiguió disparar varias veces contra el cristal de la ventanilla. Éste se hizo añicos y entonces vio de quien se trataba. El piloto que luchaba por su vida, era nada menos que su mejor amigo Jean Paul.
No daba crédito a lo que estaba viendo, se preguntó como demonios había acabado allí y observó que en una curva, haciendo una maniobra poco menos que maestra, su mejor amigo tiró del freno de mano de la limusina y el tren trasero de ésta arremetió contra uno de los dos motoristas que se acercaba acelerando por el lateral del piloto. Pudo apreciar que cuando cayó violentamente de la moto, chocando y muriendo en el acto, uno de los rugientes demonios alados arremetió contra su cuerpo y extrajo su alma, para probablemente, llevársela consigo al infierno.
Tras ver la asombrosa escena, el otro sicario retrocedió algo asustado. Se percató de que el deseo de vivir del joven muchacho le otorgó a su presa una gran habilidad al volante, haciéndolo capaz de casi cualquier cosa, por tal de salvar su propia vida.
Unos instantes más tarde, aquella desagradable sensación de parálisis corporal volvió a los miembros de su cuerpo y repentinamente, la escena cambió de nuevo. Volvió a estar en el suelo de aquella pista de baile. Parece ser que el dolor paralizante ocurre cuando el alma cambia de dimensión y sale o entra del cuerpo.
Las asustadizas miradas de los allí presentes se clavaron sobre Jack cuando el tiempo se detuvo. A su alrededor, todo se quedó congelado excepto él y cuando ya fue víctima de la penumbra de la confusión, la figura del ánima vestida de blanco volvió a aparecer de pie ante él. Jack, dedujo que era el único que podía verla ya que, aparte de él era lo único de toda la sala que estaba paralizado. Tras inclinarse y darle una suave caricia en el rostro, él se sintió bien y recuperó automáticamente sus fuerzas como por arte de magia. Acto seguido, el ánima, acercó la boca hacia su oído y le dijo entre dulces susurros de voz entrecortada.
–Hay algo más que olvidé mencionarte antes Jack, tú no debes morir… Porque eres… Un elegido. Un vidente nacido con el místico y preciado don de la profecía que tiene que frenar los oscuros planes del mal que a día de hoy gobierna este mundo. Ahora que te he curado… debes ir a tu casa de inmediato, Jean Paul se dirige hacia allí en este momento. Ve, el aún sigue perseguido por ese sicario y su destino… es ser tu ángel guardián. No puedo contarte más por ahora, ya que tú solo debes de buscar y entender tu destino pero…, a su debido tiempo, se te desvelarán más secretos, los cuáles debes averiguar por ti mismo…, es tu destino.
Hubo un flash a la vez que el ánima se desvaneció dando una fuerte palmada y el tiempo volvió la normalidad. Los atónitos que estaban a su alrededor, no se percataron de nada místico. Solo vieron a Jack quedarse inconsciente, balbucear algo entre violentas convulsiones y delirios, y quedarse como muerto. Sólo sus amigos se acercaron para ayudarle y justo cuando llegaron hacia él, se asustaron debido a que Jack se levantó de un sobresalto totalmente recuperado como un ninja en plena batalla y salió corriendo repitiendo el nombre de Jean Paul. Como alma que lleva el Diablo, bajó a grandes zancadas la larga y desgastada escalera del pub y corrió bajo la tormenta y la niebla hasta la plaza de aparcamiento donde su coche yacía aparcado en batería. Tenía que salvarle, pues su instinto le decía que, evidentemente para ser su ángel, debía morir físicamente primero.
Sin dejar de pensar en que la vida de su gran amigo de la infancia corría un grave peligro y con una visibilidad casi nula que empeoraba por momentos debido a la tensión, la tormenta, las lágrimas que caían por sus mejillas y el llanto, Jack salió racheando a toda velocidad del aparcamiento.
Surcando la blanquecina y espesa capa de niebla, sumada a la tormentosa lluvia torrencial que golpeteaba el parabrisas y a la poca visibilidad, no pudo evitar pensar por un instante, que él era el ángel, ya que corría para tratar de salvar a su mejor amigo de una muerte segura. Su coche, eran en aquel momento unas improvisaban alas de acero, con las que volaba como un fénix que ardía en llamas de rabia y temor, temor de llegar tarde y no poder salvar a su mejor amigo.
Un cuarto de hora más tarde, tras esquivar diversos vehículos y obstáculos de carretera que le hicieron jugarse la vida varias veces durante el trayecto, consiguió llegar por fin hasta la entrada de su urbanización. Paró un segundo, respiró hondo y durante el instantáneo flash de un relámpago, advirtió que a escasos metros de la oscura y siniestra limusina que yacía allí mal aparcada con los faros encendidos cerca de su casa con la puerta del piloto abierta del todo, su buen amigo Jean Paul estaba corriendo hacia la puerta de su casa desesperado, como un poseso, gritando su nombre.
Jack dio un fuerte acelerón al verlo, y tras parar en seco junto a la vetusta limusina bajó de su coche en un segundo. Jean Paul le miró, reconoció su coche y automáticamente comenzó a correr desde su puerta cuando el sicario, –del cual no se percató de su presencia por la oscuridad, pero que estaba con la moto a escasos metros de ellos con los faros apagados– dio un acelerón y saltó de la moto en marcha de forma acrobática sobre la espalda del pobre Jean Paul con una asombrosa y endiablada precisión. Jack, al ver horrorizado la escena, saltó hábilmente el techo de su coche, empezó a correr hacia ellos mientras contempló impotente como del impacto, Jean Paul cayó en el suelo boca abajo y cuando acabó sentado sobre su espalda, el sicario, que iba totalmente vestido de negro, con guantes y casco, sacó una daga que tenía en un bolsillo y se la clavó a Jean en la espalda, hiriéndolo de gravedad.
Antes de que le diera tiempo de levantarse, Jack corrió hacia él ciego de ira y rabia, lo cual le hizo ser más hábil y rápido de lo común. Cuando estaba casi delante del sicario, dio un salto de milimétrica precisión y le propinó una furiosa patada de giro que golpeó su cabeza con tal fuerza que el efecto, le hizo caer al suelo lateralmente a la vez que el enorme casco negro que llevaba se partió en dos como una naranja cortada en canal descubriendo sus ojos, que era lo único que su discreta capucha de ninja era lo que dejaba ver. Se levantó de un sobresalto mientras Jack, furioso como nunca, se puso en posición de combate.
–¡En guardia, maldito asesino! –gritó Jack entre dientes sin bajar guardia.
Sin apartarle la mirada de los ojos, el siniestro sicario tiró los dos trozos del casco e hizo lo mismo. A juzgar por su guardia, se le notaba que estaba entrenado.
Jack le miró en un segundo de arriba abajo. Pudo observar que al igual que él, era alto y musculoso, tenía un cinto en una pierna con varias dagas envainadas, idénticas a la que estaba clavada en la espalda de Jean Paul, que yacía boca abajo en el suelo, desangrándose.
El sicario desafió a Jack levantando los dedos de la mano derecha, y tras mirarle a los ojos le dijo con voz siniestra y algo ronca:
–Vamos chico, muéstrame de que pasta estás hecho.
Furioso como nunca, Jack empezó a pelear y puesto que ambos eran expertos en artes marciales se podía decir que aquello era un auténtico duelo de titanes. Un espectáculo digno de una película de acción. Una auténtica batalla a vida o muerte entre dos maestros que se batían entre sí. Tras intercambiar y parase mutuamente varios golpes rápidos como el rayo, el sicario llegó a golpear primero a Jack en la cara con uno de sus puños y éste respondió con una precisa patada lateral que golpeó su estómago. Éste retrocedió de nuevo y ambos volvieron a sus posturas de ataque.
–Eres bueno –añadió el misterioso sicario con tono desafiante mientras ladeó el cuello a ambos lados.
–Y seré mejor. Vamos, dime quién te envía y te perdonaré la vida –añadió Jack con la vista clavada en sus ojos.
Sin bajar la guardia ni un segundo, y ambos con la vista clavada en los ojos de su adversario, dieron unos pasos laterales en silencio y en ese momento de máxima tensión. Jack recordó mentalmente una de las lecciones más valiosas de su maestro, que era budista y japonés. En aquel instante, fue como si su calmada voz resonase en sus oídos, relajando su alma torturada por el dolor de su amigo que se quedó inconsciente por el constante sangrado de su herida. Jack por un segundo, lo miró de reojo y empezó sin bajar la guardia a oír la serena voz de su maestro.
–Jack, cuando pelees con alguien de verdad, recuerda mirar siempre los ojos de tu adversario. El ojo es el espejo del alma y si te concentras bien, podrás sin duda prever cada uno de sus movimientos.
Tras unos helados segundos de silencio, el sicario atacó de nuevo y puesto que Jack utilizó esa técnica tan milenaria como infalible, supo que el movimiento de su adversario sería nada menos una patada lateral levantando la rodilla de modo, que esperaba que su pie golpeara su cabeza. La hizo y Jack le agarró la pierna con sus fuertes manos, casi a la vez que le barró de una patada baja la pierna de apoyo, haciéndole caer de espaldas al suelo.
El agresor se quedó tumbado boca arriba al mismo tiempo que su cabeza chocó contra una piedra grande que estaba semienterrada en el embarrado suelo.
Jack aprovechó el momento, ya que el sicario se quedó unos segundos atontado por el golpe y agarró uno de sus pies luxándole el tobillo. Se puede decir que venció la batalla.
–¡Vamos, dime de una vez quién te envía, o te juro que te destrozo el tobillo aquí mismo! –Le gritó con doblándole el tobillo lentamente, pero haciéndole sentir dolor.
En lugar de responder o delatar a su jefe, con una destreza y concentración fuera de lo común, el misterioso sicario logró distraer su atención haciendo un gesto desafiante con sus grandes y llamativos ojos verdes, contrayéndolos con malicia. Aquel gesto hizo extrañar a Jack por un segundo y entonces bajó la guardia. Segundo de debilidad, que por desgracia, su adversario supo aprovechar para encoger la pierna que le quedaba libre y rápidamente, con instantánea precisión, golpeó la rodilla izquierda de Jack en un punto que debió ser muy concreto, ya que ésta crujió y le hizo caer lateralmente al suelo con un fuerte calambre momentáneo. Acto seguido, se levantó del suelo en un instante y antes de correr hasta su moto, que estaba tirada a unos metros sobre el césped embarrado del jardín de una de las casas cercanas, le dijo con aires de superioridad:
–Lo siento, no puedo jugar más. Pero volveremos a vernos.
Intentando reaccionar al duro golpe, y destrozado en cuerpo y alma pensando que fue culpa suya que aquel asesino escapara, Jack se arrastró en el césped del jardín embarrado por la lluvia, ya que el calambre de la rodilla le paralizó momentáneamente impidiéndole ponerse en pie. Un minuto más tarde, su rótula izquierda volvió en sí, y cuanto pudo, se acercó al cuerpo de Jean Paul que a pesar de las violentas convulsiones y frío charco de agua ensangrentada que lo rodeaba, aún seguía con sus últimas bocanadas de vida.
Con sumo cuidado, arrastró suavemente el cuerpo moribundo de su amigo hasta la entrada techada de su casa para impedir que la lluvia golpeara su herida, le extrajo la daga de la espalda, taponó con una mano la herida y le apoyó la cabeza sobre sus piernas extendidas, todo esto a la vez que entre sollozos, no paraba de susurrarle mientras le acariciaba el pelo suavemente con la otra mano.
–Jean Paul, aguanta, te pondrás bien, Jean, aguanta…
Jean presentía que iba a morir en breve, así que tuvo una última proeza. En un casi sobrehumano esfuerzo, subió su mano izquierda y se agarró a la deteriorara camisa de Jack con fuerza a la vez que comenzó a balbucear palabras malsonantes entre convulsiones.
–Ja… Jack. Busca la verdad de este anillo…, han sido ellos, tengo mucho frío. –Balbuceó Jean entre pausados jadeos.
–¿Ellos? ¿Y quiénes son ellos? –Le gritó Jack desesperado esperando que le diera tiempo de darle la pista antes de morir.
–La Hermandad de…, de…
No le dio tiempo a terminar cuando murió en los brazos de su mejor amigo a la vez que escupió un salpicón de sangre. Aquella salpicadura representó su último aliento, y sobrehumano esfuerzo. La muerte cerró sus ojos antes de tiempo.
Meciendo el cadáver, Jack dio un desesperado grito al aire y entre lágrimas, cogió el arma homicida del suelo para intentar averiguar algo.
La observó bien y tras mirarla unos segundos, al momento advirtió que tenía tres curiosos datos característicos: por un lado, la hoja tenía forma de luna menguante, ovalada lateralmente con dientes de sierra. También observó que la empuñadura estaba hecha de marfil africano, con un símbolo de un sol grabado en ambos lados. Más que el arma de un sicario, parecía una especie de daga ritual, como si perteneciese a una civilización antigua, ¿pero de cual? Recordando sus clases de historia, cuando estaba en la universidad, a Jack le enseñaron que cientos de civilizaciones consideraban dioses al sol y a la luna ofreciéndole sacrificios tanto animales como humanos: mayas, aztecas, egipcios… todo un abanico de antiguas civilizaciones donde buscar en el que incluso para un recién licenciado en arqueología como era Jack, era todo un reto.
La mano izquierda de Jean Paul quedó entreabierta en su pecho con los dedos rígidos y contraídos. Tras quitarle el anillo del dedo anular, observó que era de oro macizo de 24 quilates y que tenía grabado en el sello otro extraño símbolo. No pudo verlo en aquel momento, ya que la tormenta, que aún tenía fuerza a pesar de que había empezado a amainar, sumada a sus lágrimas y al dolor que había en su cuerpo y su corazón debido a las heridas de la pelea y al violento suceso recién vivido como es el asesinato de su mejor amigo, cegaban parcialmente su vista y su cordura, llevándole a un precipicio de dolor y locura casi insoportables. No obstante, su aguda intuición reaccionó a pesar de todo y le hizo que se guardara bien en uno de sus bolsillos aquel portentoso anillo.
Tras guardarlo bien en el bolsillo izquierdo, que era el que mejor se conservaba del destrozado y embarrado pantalón del traje que llevaba, el dolor del asesinato aumentó, así como creció también el de sus heridas físicas, haciéndole quedarse inconsciente junto a su cadáver.