13

 

Unas horas después del ritual, Laplace, pensando que los acontecimientos vividos en las últimas horas eran increíbles, despertó renovado en aquella lujosa habitación de la mansión Dragonetti. Se puso uno de los carísimos y limpios trajes del armario, y una de las doncellas recogió el atuendo de la noche anterior, que estaba empapado con la sangre de la efigie. Le sonó el móvil. El número era desconocido, y cuando descolgó, una ronca voz masculina habló a través del auricular.

–¿Diga? ¿Eres Laplace de Shade?

–El mismo, también conocido como Cutface.

–Bien, yo soy Snake. Un tipo multimillonario me dijo que te llamase, que tenías un trabajito para mí. Bueno, tú dirás. Cuando se trata de negocios Snake es todo oídos.

Snake era un delincuente habitual, ya había estado en una banda de narcotraficantes, aunque últimamente se dedicó más a las palizas por encargo. Una vez se le fue la mano con un yonqui que robó a la banda un kilo de cocaína y lo mató. De modo que daba con el perfil del típico tipo duro que por un buen dinero, era capaz de vender a su madre. Un vil criminal, que Dragonetti sacó de los bajos fondos, y al que éste conocía por venderle su amada dosis de cocaína 90% pura.

–¿Un tipo multimillonario dices?

–Sí a juzgar por su vestimenta, iba en una limusina con un traje de puta madre, era un tal Dragonetti o algo así, lo conozco de que siempre me llamaba para pillar coca. Recuerdo que siempre me pillaba de 3 a 4 gramos semanales. Me dio tu número y me dijo que tenías un trabajito para mí.

–Sí. Pero aquí no debo hablar. ¿Conoces el restaurante Jules Verne? Pues quedamos en la puerta digamos a las 4 de la tarde. Son ahora las 12 y media así que te da tiempo de comer algo. Allí te explicaré las condiciones laborales.

–Bien, ¿Cómo irás vestido, compañero?

Laplace se miró en un gran espejo que había en la pared lateral a la cama.

–Pues llevaré un traje negro de alta costura que destaca bastante ¿y tú como irás?

–Yo iré con un chándal negro, y una camiseta de tirantas, tengo una serpiente tatuada en el brazo derecho, así que se me distingue bastante bien.

–Vale. Pues entonces a esa hora nos vemos.

–Bien. No me falles eh, yo soy un hombre de palabra pero muy exigente.

–Allí estaré. Nos vemos.

–Adiós.

Laplace soltó el móvil en la cama y tras terminar de vestirse, una de las criadas del complejo servicio de la mansión le trajo un desayuno digno de un rey en un carrito con ruedas, como si de un hotel de lujo se tratara. La doncella era sexy, y tenía acento francés.

–Monsieur, disculpe, como no sabía que le gusta le traje el desayuno. Le traje un carrito variado. Bollos de brioche, leche, café, cereales y un suculento bocadillo de jamón serrano, con queso fundido. Coma todo lo que usted quiera. Por cierto –la atractiva chica se acercó y se agachó acercándole el escote a la cara–. El señor de esta casa me dijo que también podía comerse este par de bollos si lo desea. Cosa que a mí me parece buena idea, ya que para mi gusto, se puede decir que es mi tipo de hombre…, alto, fuerte, y tienes esos ojos verdes…  justo como a mí me gusta. ¿Qué me dices chico malo? ¿Quieres un buen desayuno?

Laplace estaba sentado en la cama y a medida que aquel escote maravilloso de pechos proporcionalmente perfectos se acercaba a su cara se fue recostando en la cama. Puesto que él llevaba unos días estresantes, aceptó la propuesta de la despampanante pelirroja de piel blanca que se escondía bajo aquel cortito uniforme de chacha y en vez de responder con un sí o un no, éste respondió con un beso con lengua. Ella, tras mirar aquellos ojos verdes, con aquel rostro aniñado soltó un quejido bajo en señal de que se excitó aún más y volvió a acercarle el escote a su cara. Él, con una reacción de lo más masculina, empezó a besarle el cuello y a meterle mano en el pecho a la vez que empezó a tener una erección. Ella, ni corta ni perezosa se despojó de aquel traje de chacha, dejándolo en el suelo y quedando solo en tacones, con un tanga negro. Laplace la miró de arriba abajo mientras cerró la puerta echando el pestillo y le dijo.

–Ven nena, túmbate conmigo en esta cómoda cama. –Propuso mientras se desabrochó la camisa lentamente.

La despampanante pelirroja esbozó una sonrisa y adoptó en la cama una postura felina, con sus pechos al aire, solo con aquel tanga. Dio un rugido. Quedando a cuatro patas sobre la cama, anduvo a gatas hacia él, que aún estaba desabrochándose los botones de la camisa lentamente mientras sonreía, y ella agarró el cuello de la camisa con ambas manos y la abrió de golpe hacia abajo dejando su musculoso y velludo torso al descubierto, él solo se tumbó pensando que aquello le ponía y ella empezó a arañarle el pecho rugiendo como una leona en celo.

–Eso es pequeña, ahora, muéstrame de que eres capaz.

Ella le acercó al oído sus rojos y carnosos labios y le susurró, con su sensual voz, y excitante acento francés:

–¿Tienes carne para esta felina hambrienta? ¿Verdad que tienes algo para mí? –Le dijo mientras le metió mano bajo el pantalón.

El respondió dándole una cachetada en el culo y le dijo:

–Claro que sí nena, es toda tuya.

Ella tras notar que ya el pene de Laplace estaba en completa erección, comenzó a lamerle y a besuquearle por la oreja izquierda, luego la boca, el cuello, el pecho… y cuando llego a su musculoso abdomen, le desabrochó ansiosa la bragueta y tras sacar aquel pene venoso y varonil que estaba totalmente erecto y totalmente depilado comenzó a hacerle una salvaje felación con garganta profunda, como una niña ansiosa que relamía su caramelo favorito. Laplace estaba tumbado boca arriba y no paraba de repetirle en voz baja:

–Eso es nena… trágatela toda me encanta.

Un minuto más tarde, comenzó a estirar las manos y a masajearle las tetas, a ella eso le gustaba y sus pezones se pusieron duros como piedras. Siguió así un rato y cuando ella comenzó con una mano a tocarse su clítoris, que ya estaba chorreante de flujo vaginal, y listo para el milenario rito del amor, Dars se metió por un momento los afeitados testículos de Laplace en la boca y le dijo mirándole a los ojos.

–Fóllame chico malo, estoy caliente.

Laplace se incorporó. Ella se quedó a cuatro patas, aún con aquel tanga puesto, y el bajó aquellas braguitas. Un culo respingón, blanco y perfecto, acompañado de una preciosa vagina estrecha, rosada, y mojada se alzaba sobre su vista, alegrándola enormemente.

Miró su clítoris. Estaba hinchado y rosado, y él antes de penetrarla, decidió pasarle la lengua. Estaba húmedo. Le encantaba el sabor y el olor a excitación que aquello desprendía. Se incorporó. Se puso de rodillas detrás de ella, le metió dos dedos en aquella vagina ardiente y chorreante e hizo que se dilatara. Sacó los dedos. La sirvienta inclinó el trasero aún más y Laplace, la penetró de golpe. Ella sentía el grosor de aquella polla venosa entrando y saliendo de su vagina lentamente, estimulando los nervios de sus paredes vaginales.

–Sigue, sigue así chico malo. No pares, dale más ritmo.

Laplace notaba como aquello le provocaba un enorme placer ya que gracias al excesivo flujo vaginal sentía aquella vagina cada vez más húmeda y caliente. Al unísono que la empujaba, aquella chica se excitaba contrayendo involuntariamente sus chorreantes músculos vaginales y él, a su vez mostraba su varonil excitación empujándola cada vez con más fuerza, con más ahínco… todo era mecánico, ambos actuaban parcialmente dominados por el subconsciente, quemándose en la pasión generada por el morbo, la situación y los más bajos instintos carnales. Sin dejar el metisaca sincronizado, siguieron así durante más de veinte minutos seguidos. Los gemidos de ambos ya inundaban el pasillo y entonces el gritó de excitación:

–¡Me voy a correr, no puedo más!

Ella, presa de su libido gritó mientras la follaban con fuerza.

–¡Sí…, no pares chico malo! Suéltalo todo dentro, dentro.

Laplace captó el mensaje y tras parar de empujar en seco eyaculó salvajemente dentro de su útero a la vez que ella se corrió en squirting como una loca posesa. Un momento más tarde, sacó su aún erecta y dura polla de aquella vagina que aún desprendía chorros de flujo vaginal mezclado con gotas de espeso semen hasta el punto de manchar la colcha, se tumbó boca arriba junto a la chacha y ésta se acordó de que debía volver a su trabajo, por lo que se vistió lo más rápido que pudo, le dio un beso de despedida a Laplace y antes de irse le dijo utilizando su sensual acento francés:

–Si vuelves a dormir en la mansión, pide que te traiga el yo el desayuno –le guiña el ojo–. Por cierto, mi nombre es Lulú, pero mis compañeras me dicen Dars.

Laplace no sabía nada. Se volvió a poner el oscuro traje y al mirarse en el espejo para colocarse bien la carísima camisa de botones se quedó estupefacto. No sabía si el espejo realmente le engañaba, pero esta vez, clara y permanentemente advirtió que sus verdes ojos ya no eran los mismos. Se quedaron las córneas amarillas y las pupilas verticales, verdosas y oscuras. Sus ojos eran como de un dragón, demonio o reptil, también notó que en esa forma, eran más sensibles a la luz de lo común.

Dragonetti le gastó una broma. Estaba sentado en un cómodo sillón de cuero con un ordenador portátil y lo observó todo desde una de las cámaras de seguridad de alta definición que apuntaba a la cama de una esquina de la habitación, colocada sobre la puerta.

Cogió su Smartphone del bolsillo y tras una malvada carcajada le llamó al móvil para aclararle lo que estaba pasando. Descolgó, pulsó el marcador automático y el móvil de éste comenzó a sonar desde la cama. Laplace descolgó y el maestro decidió ser sarcástico.

–¿Sí? Diga maestro. 

–Buenos días Laplace, ¿qué tal el desayuno pequeño, has dormido bien? ¿Qué tal esos bollos calientes?

Laplace cortado no sabía que responderle. Pero esbozó una sonrisa y se percató de que el maestro se enteraría rápido de todo lo que ocurría en su vetusta mansión.

–Pues me han sentado de maravilla, maestro, Lulú es una chacha fenomenal, si me permite un consejo no la despida nunca.

–Verás es que me desperté esta mañana y cuando me trajo mi taza de café me dijo que quien era ese invitado tan apuesto. Total… que le di una simple propina y… bueno, supongo que no hay nada como un empleado contento eh, por tu acento, veo que la chica ha cumplido bien su trabajo.

Laplace frunció el ceño.

–¿Qué? ¿Cómo que una simple propina? ¿Es que era en realidad una puta con fetiche o algo así?

–No. Solo me dijo que quién era ese joven tan apuesto, yo le di 5000 miserables euros,  y le dije que eras mi nuevo guardaespaldas y le añadí: Lulú querida, encárgate de que reciba un suculento desayuno y que su estancia en esta mansión sea muy grata, entonces ella, aceptó el dinero y me dijo, claro señor, pero lo cierto es que ya de todas formas pensaba hacerla grata pues para mi gusto es muy atractivo… en fin, ella preguntó por ti y eso me gusta en un empleado, por eso la gratifiqué generosamente… hay que ver las mujeres lo cariñosas que se ponen con un simple detallito, ¿no crees Laplace? Bueno, ahora al grano, la razón de mi llamada es para que entiendas ciertas cosas…

Laplace esbozó una sonrisa.

–No diga más maestro. ¿Tiene que ver la razón de su llamada con lo que he notado en mis ojos al mirarme en el espejo verdad?

–Obviamente. Por la cámara de seguridad, te vi asustado, al igual que vi como desayunaste ese par de bollos. Bueno, solo te llamo para decirte que la explicación de tus ojos de dragón, es debido a la alteración que comienza a sufrir tu cruce de ADN. Verás, resulta que cuando nos excitamos o enfadamos, nuestro cerebro segrega una hormona que los humanos no tienen y ésta al mezclarse con la sangre cae sobre una membrana doble que se esconde bajo el cristalino y que nos crece al mezclarse el ADN, algo así como una evolución de la especie, por lo que ésta membrana, al llegarle riego con esta hormona, hace transparentar ese color de ojos, dando un efecto parecido al de unas lentillas con los iris en los humanos. En cuanto se te pasa la excitación o el enfado, el nivel de esta hormona en sangre es ínfimo y esta membrana se vuelve transparente, dando a los ojos el mismo tono de los humanos. Así que ya sabes, procura controlar las emociones en la calle. Somos una élite secreta, guiada por el ente del maestro Baal. No lo olvides.

–No, no lo olvido maestro, pero he de confesar que aunque al principio me he asustado, el truco del ojo del dragón me encanta. Mola.

–Bien, ahora termina el desayuno y ve a tu cita con Snake, mi siguiente orden es que des con Jack y con esa inspectora, observadlos bien y enteraos de dónde vive ella. Debéis seguirlos, e informarme de todos sus movimientos pero no deben detectaros, ni debéis matarlos. Solo quiero que los observéis, y me informéis de todo. Ah, y llámame en cuanto te reúnas con Snake. Hasta luego.

Dragonetti colgó el teléfono pensando que la mañana le salió bien y Laplace volvió a mirarse al espejo mucho más relajado, pues nada era más relajante para él que tomarse un café y unos bollos de brioche después de echar un buen polvo. Tal y como dijo el maestro, aquella hormona debió bajar mucho su nivel en sangre, ya que sus ojos regresaron a su forma humana en la siguiente mirada al espejo.

El secreto de Nostradamus
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