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París Primavera del año 2012. (50 años antes)
Tras entrar en aquel trance profundo, la poderosa mente de Jack viajó en el tiempo al día en el que, mediante muchos esfuerzos concluyó sus estudios como arqueólogo. Por aquel entonces, Jack Mool de Notredame tenía solo 24 años y estaba lleno de energía, repleto de vida. Era un joven ergonómico y vital, pero a pesar de su inteligencia, sus excelentes notas, y su genial reputación como universitario, pocas personas de su entorno entendían. De hecho, muchos de ellos pensaban que tenía un punto de locura, al malinterpretar sus perspicaces e increíbles habilidades mentales: su toque de videncia, las cosas que presentía y los espíritus que veía. Solo sus padres, su mejor amigo y poco más, le entendían a ciencia cierta.
Físicamente, el joven Jack…, era por aquel entonces muy diferente a como es ahora. Él tenía muy buenos atributos: su pelo era rubio y puntiagudo, sus ojos eran grandes y penetrantes, azules como el mar, su piel era morena con toque anaranjado como las dunas del desierto, sus dientes eran muy blancos y su nariz estaba muy bien perfilada.
Experto en artes marciales, y de complexión fuerte y viril, era un chico más bien activo, que siempre distribuía su tiempo entre todas sus aficiones. Iba al gimnasio, leía interesantes libros de temas muy variados, y se consideraba un forofo de la buena comida, los videojuegos, la música, la meditación el cine y la informática. Claro que por aquellos años, era lo que atraía a los jóvenes sanos. Los que evitaban las drogas y las malas costumbres, como era su caso.
Puesto que era el día de la graduación, hubo un acto de homenaje en el patio de la universidad. El cielo estaba despejado y azul, el día era muy soleado y resplandeciente, y aquel jardín estaba repleto de verde y vivo césped, rebosante de vida.
Ciertamente, daba la impresión de que la deleitada mirada de la naturaleza del entorno acompañada de una dulce y suave brisa de viento fresco que soplaba ondeando al unísono con suma delicadeza las verdes hojas de los frondosos árboles, sentían tantos nervios y alegría como ellos por ser testigos mudos de tan importante acontecimiento.
Tanto él como sus compañeros de clase, que también recibirían el codiciado título universitario, estaban sudando de nervios y felicidad pensando que iban a otorgarles unos premios que consideraban merecer de sobra, pues costaron años de esfuerzo, sudor y quebraderos de cabeza.
En aquel glorioso momento, no eran estudiantes, eran héroes. Valientes jóvenes que iban a ser premiados con aquellos ansiados títulos universitarios como los militares son condecorados con ascensos y medallas de honor cuando sobreviven a grandes guerras, tras actos tan heroicos como atroces, pero, por suerte para ellos, en lugar de esquivar balas y desactivar granadas, sus misiones fueron sobrevivir a duras pruebas, controles y exámenes. Seguramente, todos se sentían así.
El director subió al estrado con micrófono, y dio el típico discurso de fin de curso. Iba vestido con un elegante traje marrón bien planchado y una túnica negra con el escudo de la universidad. A pesar de tener una cierta edad, aparentar a simple vista una gran seriedad, tener una gran anchura corpórea y poco pelo, siempre fue un hombre precedido por su fama de inspirar a los chicos con palabras a todas luces elocuentes y motivadoras.
Tras honrar a los allí presentes con un discurso lleno de emotivas palabras y decir algo sobre los esfuerzos realizados, el Señor Dupont, que así se llamaba, fue llamando a los emocionados alumnos uno por uno para entregarles en mano los codiciados diplomas entre aplausos. Llamó a Jack y cuando subió al elegante estrado con micrófono le dio la enhorabuena y el ansiado diploma. En respuesta, Jack le dio la mano y le dijo:
–¿Puedo decir unas palabras?
–Claro. –Respondió Dupont apartándose de un paso mientras le dio un toque en el hombro.
El tiempo se detuvo en aquel instante y los nervios por un momento le helaron el estómago. De modo, que decidió dejar que sus gestos y su silencio hablasen por él, ya que sintió un escalofrío paralizante. Se colocó ante el micrófono y tras unos segundos mirando fijamente a todos los allí presentes, miró el cielo azul de aquel día esperando que suceda un milagro. Repentinamente, observó que a pesar del día soleado, cayeron unas gotas de rocío sobre su rostro y no se le ocurrió otra cosa que levantar el diploma como si de un trofeo se tratara mientras asintió con la cabeza sonriendo. A los allí presentes, les gustó el gesto y aplaudieron pensando que el gesto quedó muy bien, así que uno por uno, todos sus compañeros lo imitaron al recoger sus títulos.
Tras acabar la ceremonia, todos se saludaron entre sí para darse la enhorabuena y cuando Jack se alejaba con su familia de aquel jardín observó algo curioso: miró hacia atrás y junto a un árbol grande, le pareció ver lo que parecía ser la iluminada y esbelta silueta de una mujer vestida de blanco, que resplandecía con un especial brillo bajo un reflectante arco iris. La supuesta mujer tenía la tez blanca, ojos claros y su rostro era muy fino. Su pelo era rojizo y rizado. Ella le sonrió saludándole con la mano, cuando la voz de su mejor amigo, el cual iba vestido con una túnica idéntica a la suya ya que estudiaba en su misma universidad y recogió su diploma ese mismo día, le interrumpió.
–Jack, ¿Jack estás bien? –Inquirió mientras le dio una suave palmada en el hombro.
–Sí, solo estaba observando aquella mujer vestida de blanco que…
Volvieron a mirar a la vez que Jack señaló el enorme árbol con su dedo índice, y cuando ambos miraron a la vez ya no había nadie. Jean Paul, que así se llamaba su mejor amigo, le miró con cara rara a pesar de ser la persona que mejor le entendía.
Tras caminar hasta la verja exterior, ambas familias se despidieron con cálidos abrazos y sinceros apretones de manos, Jack se fue con su familia y Jean con la suya.
Subieron al coche de su padre. Jack se sentó en el amplio asiento de atrás junto a su hermano pequeño, el cual estaba casi tanto o más ilusionado que él, miró su reloj y se percató de que a pesar de que el evento pareció corto por el amplio abanico de pintorescas sensaciones vividas en una mañana, como la alegría, la euforia y el bienestar de haber recibido algo fruto de su propio esfuerzo, ya estaba bien entrada la hora del almuerzo.
Jack se lo dijo a sus padres, que iban en los asientos delanteros, y ellos, con la alegría de que su hijo acababa de recibir su título universitario, decidieron celebrarlo almorzando en un buen restaurante.
Al llegar allí, la familia se sentó en una mesa céntrica y redonda y antes de que el camarero con traje perfectamente planchado se acercara, Jack miró a su alrededor y pensó que estaba decorado con un estilo muy clásico: pórticos revestidos en madera, flores en el centro de las amplias mesas y suelo de parqué en marrón oscuro. Su hermano pequeño de 11 años estaba sentado a su lado. A pesar de su juventud, era casi una versión en miniatura de él, que le miró y tras observar sus ojos azules, su piel anaranjada, su pelo rubio y su cuerpo fuerte para su edad, se vio a sí mismo. Se parecía mucho a él, y por supuesto, también tenía excelentes notas en el cole.
El elegante camarero interrumpió con su claro acento francés con la típica pregunta:
–¿Qué van a tomar los señores? –Preguntó mientras configuraba su táctil agenda electrónica.
–Yo tomaré un plato de espaguetis a la carbonara. Y traiga una buena botella de vino. –Respondió su padre educadamente.
–¡Que sean dos! –Exclamó la madre esbozando una sonrisa–. Y vosotros, ¿qué vais a tomar chicos?
Jack, miró a su hermano. Éste hizo un gesto como si comiese un trozo de pizza, y Jack le entendió al instante. Sabía que la pizza favorita de su hermano era la misma que la suya, así que tras asentirle con la cabeza guiñándole un ojo y sonriéndole pícaramente, Jack miró al camarero y dijo:
–Para mí, una pizza carbonara grande, y para mi hermano una carbonara pequeña. De beber tomaremos dos Coca-Colas.
Tras acabar de apuntar el pedido, el camarero fue a por las cosas y durante el almuerzo, los cuatro no paraban de hablar entre ellos de lo glorioso e increíble que fue el evento de aquel día, y de lo orgullosos que estaban por lo sucedido.