2
Hora y media más tarde, el recién diplomado Jack Mool de Notredame acompañado de su maravillosa familia concluyó el suculento almuerzo con buen sabor de boca. Pagaron la cuenta y tras levantarse dejando las sillas perfectamente colocadas en su lugar correcto, salieron del neoclásico restaurante.
Llegaron a casa. Los padres de Jack se acomodaron en el acogedor salón decorado con buen gusto y se sentaron frente al gran televisor de plasma tras quitarse los zapatos y encender el aire acondicionado. Joel, el hermano pequeño de Jack fue a su habitación, y él a la suya.
Su habitación era amplia y cuadrada. Junto a la puerta, se encontraba un armario repleto de ropa, algún que otro calzado y varias carpetas con pruebas de exámenes de su recién concluida época de alumno. La cama se hallaba a la izquierda, bajo una gran ventana corrediza. Sobre ella se posaba una colcha de lunares, a juego con las cortinas, que le protegían de las gélidas noches parisinas. Se sentó en su cama unos minutos para meditar sobre lo que le costó conseguir su título, el cual le entregaron en el interior de un elegante cofre revestido en cuero obsequio de la universidad, y no pudo evitar volver a mirarlo durante unos segundos. Aquel aparente papel sin importancia, atestiguaba que él se había licenciado con nada menos que matrícula de honor en arqueología.
Volvió a guardar el título en aquel precioso cofre marrón y acto seguido observó su ordenador, recordando que se lo dejó encendido aquella mañana para comprobar si había novedades en su e-mail, y cuando su madre le llamó para que bajase a desayunar antes del evento de la entrega de títulos, se lo dejó encendido, pues con las prisas, no se acordó de subir de nuevo a su habitación para apagarlo.
Miró la pantalla. Se fijó bien en sus ventanas abiertas y resulta que la bandeja de entrada de su e-mail, estaba abierta desde que encendió su pc. Se paró a mirarla y advirtió que había un nuevo mensaje sin abrir. Hizo click en él, y era lo que entre sus amigos conocía como un mensaje tipo evento. Lo llamaban así porque se trataba de un mensaje que se enviaba a varias direcciones e-mail para anunciar al grupo de cual era el plan para el fin de semana.
Bajó el cursor del ratón y leyó que se trataba de un aviso creado por su mejor amigo y vecino Jean Paul. El plan era una quedada esa misma noche del grupo de colegas de clase en el pub Bandalus.
El Pub Bandalus, era un emblemático garito nocturno que estaba en el centro de París, cerca de la eternamente clásica torre Eiffel. El pub estaba a la altura de un primer piso y si te sentabas en el balcón exterior, había una vista preciosa y romántica.
Observó las direcciones a las que el mensaje fue encaminado hasta llegar a la suya, y al comprobar de nuevo que Jean fue el creador del mensaje, esbozó una sonrisa.
A su cabeza, llegaron entrañables recuerdos que tuvo con su mejor amigo. Recuerdos como el día en que lo conoció y habló con él por primera vez, el día en que éste se mudó a su misma urbanización, calle abajo.
Eran dos críos entonces, y Jack recordó como lo vio bajarse del coche familiar de sus padres. Al bajarse simplemente, se acercó a él que ese día estaba jugando con un balón de fútbol y le dijo:
–Hola, yo soy Jean Paul. ¿Cómo te llamas, chico?
Jack le dio la mano sin decir nada y lo miró de arriba abajo. Empezó por fijarse que tenía el pelo moreno y puntiagudo, cejas finas y moldeadas, grandes ojos marrones con pestañas largas, nariz moldeada, rostro fino y cuerpo delgado y esbelto.
–Mi nombre es Jack Mool. ¿Eres nuevo aquí verdad?
Jean Paul asintió con la cabeza y repentinamente…, el tiempo, se paró. Ambos niños se miraron mutuamente sin haber soltado aún el apretón de manos y la voz de la madre de Jean los interrumpió. Puesto que Jack era un anciano, a pesar del estado de trance en el que se encontraba por la influencia del extraño artefacto, no consiguió recordar que dijo aquella señora aquel día, así que esa voz sonó translúcida, como si el circuito neuronal donde permanecía aquel recuerdo se hubiera dañado por la edad, era como si su cerebro hubiera sido un disco duro, y el extraño artefacto un lector de recuerdos que llegó a una zona ligeramente dañada.
Unos segundos más tarde, Jean soltó la mano tras mirarle a los ojos y le dijo:
–Tengo que ayudar a mi madre encantado de conocerte, ya nos veremos, ¿vale?
–Vale –le dijo Jack antes de darse la vuelta–. Oye, tengo una idea. ¿Qué tal si quedamos esta tarde en mi casa que es aquella de ahí arriba, y te muestro mi colección de videojuegos? Tengo muchos sabes, a mí me encantan.
–¡Cáspita! ¿Coleccionas videojuegos?
–Claro.
–Vaya yo también a mí me encantan.
–Entonces, ¿te veo esta tarde?
–¡Vale!, oye tengo que dejarte, mi madre me está llamando.
Jack asintió con la cabeza, y esa misma tarde, Jean llamó al timbre de su casa. Jack abrió y para su sorpresa, dio la casualidad de que ambos tenían la misma videoconsola.
Eso fue el principio de una hermosa amistad ya que desde aquel día compraban videojuegos contrarios y los intercambiaban, fueron al mismo colegio, se protegían mutuamente de los infantiles peligros a los que niños de su edad solían exponerse, y quedaban para hacer los deberes juntos. Eran casi como dos hermanos, que desde entonces se cuidaban mutuamente como tal. Eran como uña y carne.
Aquella infancia, estuvo llena de felicidad y repleta de variadas aventuras, claro que en aquellos días, ambos niños ignoraban por completo la cruel jugarreta que el destino les tenía preparada…
Unos minutos más tarde, su ordenador hizo un sonido de una web que se abrió de repente y la mente de Jack volvió en sí.
Borró el mensaje con el evento recibido de la bandeja de entrada, y se puso a mirar cosas por Internet cuando de repente le suena su teléfono móvil. Jack lo descolgó y se acercó el auricular a la oreja sin mirar qué nombre aparecía en la pantalla.
–¿Diga? –Preguntó Jack serenamente.
–¿Hola? –Preguntó una voz de mujer con claro acento francés–. ¿Jack eres tú?
–Sí, soy yo Sophie. ¿A qué debo el honor de tu llamada?
Sophie era una amiga suya de la universidad, fácilmente reconocible por su dulce y femenina voz además de su claro acento parisino.
–Pues nada Jack, solo quería avisarte.
–¿Avisarme?, ¿te refieres al plan de ir al Bandalus esta noche?
–¡Vaya, veo que estás en todo y que te has leído el mensaje!, bueno te llamaba para decirte que el plan es estar allí a las 11 y media. ¿Tú vienes, no Jack?
–Claro, allí estaré encanto, te veo esta noche.
–Vale. Adiós.
–Adiós.
Tras colgar el teléfono, Jack se miró a sí mismo. No necesitó observar con mucho ahínco, cuando descubre que aún iba vestido con la túnica de la universidad. Miró la hora y ya eran alrededor de las siete y media de la tarde. Tras apagar su ordenador, miró por la ventana de su habitación y se fijó en que la luz del sol, a pesar de ser algo más baja que hace un par de horas, aún resplandecía con fuerza. Se asomó para respirar hondo y tras notar como el aroma primaveral y florada daba un soplo de aire fresco a sus pulmones se dio la vuelta y abrió su ropero empotrado. Puesto que aún era temprano para ir preparándose para la quedada de aquella noche, Jack decidió salir a correr un poco. Escogió para la ocasión un chándal verde con manchas de estilo militar que solía usar para ir a correr debido a su comodidad, una camiseta negra y ancha, una sudadera gris con capucha y unas zapatillas deportivas de baloncesto ya que siempre usaba calzado ancho, debido a la anchura de sus pies.
Cerró su armario y salió de su habitación. Anduvo hasta el baño, se cambió de ropa en un abrir y cerrar de ojos, y tras peinarse el pelo de punta engominando bien las partes inferiores con algo de gomina extrafuerte, volvió a entrar en su habitación. Tras guardar en su armario cuidadosamente la túnica y los zapatos de la universidad, cogió su mp3 y se fue a correr por su urbanización. Empezó por correr acera arriba observando las casas con garajes y jardines a los lados de la ancha carretera central. Miró a su alrededor mientras corría con los cascos en los oídos y veía a sus vecinos hacer cosas cotidianas como sacar al perro, regar las plantas de sus jardines o sentarse en el césped con sillas y mesas de plástico, merendando o fumando un cigarrillo. La escena parecía más bien americana que parisina.
Llegó hasta la salida de su larga y amplia urbanización y dio media vuelta. Calle abajo, alzó un poco la vista y puesto que iba cuesta abajo podía divisar toda la carretera rectilínea y ancha que acababa siendo un circuito cerrado a lo lejos con una glorieta de tamaño mediano, la cual tenía una fuente de piedra en medio con las casas alrededor. Pero hubo algo que le inquietó realmente. Frente a la casa de su mejor amigo, advirtió una limusina negra, larga, moderna y brillante con los cristales totalmente ahumados en negro.
Paró de correr algo asustado y tras observarla unos segundos, de repente tuvo la visión de que de ella emergían dos oscuras y temibles sombras voladoras. Eran demoníacas, aladas como gárgolas con brillantes ojos inyectados en sangre, sus mandíbulas y hocicos eran alargados, y sus orejas eran pequeñas y puntiagudas. Dos oscuros seres dignos de haber emergido del mismísimo infierno.
Al principio, los dos demonios volaban alrededor de la limusina atravesándola, ya que eran espectros oscuros y tras esa siniestra danza, uno de los dos demonios volvió al interior y el otro rugió con un estruendo parecido a un trueno mirando a Jack fijamente, tras posarse en el techo de la limusina. Acto seguido, se volatilizó con el aire justo cuando la limusina salió disparada hasta la salida de la urbanización. Sin duda, aquella danza satánica y oscura era una de sus visiones proféticas, y solo podía significar que, sea quien sea quien iba en el interior de aquella lujosa limusina, era un fiel servidor del mal, tenía sin lugar a dudas, una intención maléfica y malvada.
Tras sentir un calor infernal, y un miedo paralizante seguido de unos tétricos sudores helados, Jack respiró hondo unos segundos ya que la experiencia y mala espina de la visión fue breve pero intensa. Subió a casa a cambiarse, ducharse, afeitarse y prepararse para la cita, y mientras hacía todo eso, las preguntas que serían típicas de un detective asolaron su cabeza. ¿Quién o quienes irían dentro de aquella limusina? ¿Por qué veía aquellos demonios alados emerger de ella?, pero sobre todo. ¿Tendrían algo que ver con su gran amigo Jean Paul? Jack lo ignoraba en aquel momento, pero el hecho de que estuviese parada ante la casa de su mejor amigo, le hizo tener el presentimiento de que algo no saldría bien aquella noche.
Se puso un elegante traje negro, y media hora más tarde, bajó a la cocina para prepararse la cena. Cenó un ligero sándwich de pavo, acompañado de un vaso de zumo natural y un yogur desnatado, con trozos de fruta. Cogió las llaves del coche de su padre, que estaban en el mueble llavero junto a la puerta de casa. Condujo durante media hora hasta el aparcamiento del pub y aparcó en batería, delante de la entrada.
Bajó del coche y se acercó a la cola. Miró un momento y se percató de que era larga para lo temprano que había llegado, ya que el pub acababa de abrir. Se puso atrás del todo. Poco a poco, fue pasando la gente y Jack se fue acercando a los porteros, los cuáles estaban instalando una estufa portátil, e iban con traje negro y pinganillo en una oreja. El más alto de los dos, que era calvo y con ojos claros, le pidió la documentación y cuando se la dio, éste le miró para devolvérsela y le dijo:
–Buenas noches muchacho, vas como un pincel, puedes subir.
Jack guardó su carnet mientras asintió con la cabeza, y empezó a subir las escaleras. A medida que iba subiendo, el retumbe de la música se hacía más fuerte y eso hacia estragos en su cuerpo haciéndole tener pequeños movimientos corporales al ritmo de ésta. Entró en la sala y puesto que su grupo de amistades todavía no había llegado, se sentó en uno de los sillones tras observar a su alrededor.
La decoración era lo más parecido a la sala de estar de un palacio persa del siglo IV: Lámparas en forma de sauce con bombillas recubiertas de candelabros de rojo cristal que colgaban del techo junto a tenues focos de colores giratorios, forma cuadrada con arcos escalonados que llevan hacia la barra central con forma semicircular, y algún que otro mueble cuadrado y pequeño junto a los sillones de terciopelo rojo en las paredes laterales para apoyar las copas si te sentabas.
En una de las esquinas, estaba el pinchadiscos y frente a éste, en la esquina colindante, estaba el acceso al balcón exterior, donde unos se asomaban a tomar el aire, y otros hablaban contemplando París y la torre Eiffel iluminada, fumando un cigarrillo.
Tras llevar un rato sentado, miró la hora y ya casi eran las once y media de la noche. Alzó la vista hacia la entrada, y para su sorpresa advirtió como entraron sus amigos de la universidad. Se aceraron a saludarle y acto seguido se sentaron a su lado. Entre su grupo de amigos había chicos y chicas que todos eran selectos estudiantes, y que eran de lo más apreciado para Jack. Estaba Nick, que era senegalés y bajito, Sophie, que era delgada y de tez clara, Joel, que era boliviano, muy moreno y tenía un gran corazón, su novia… y algunos más que de nuevo, su mente no recordó con precisión. En total había como unas quince personas, que estaban celebrando su triunfo.
–Chicos –dijo Jack levantándose como si fuera a anunciar algo importante–. Hoy estamos celebrando con una genial velada en nuestro pub habitual, que todos somos universitarios, así que con toda la humildad del mundo le pido a mi gran amigo Joel que me acompañe a la barra a por unas cervezas para celebrarlo.
–Encantado socio, –dijo Joel mientras se levantaba y le ponía el brazo sobre el hombro.
Jack asintió con la cabeza y ambos fueron juntos a la barra. Las dos camareras iban vestidas con uniforme negro y ambas eran morenas de piel y de pelo, guapas y esbeltas. Una de ellas parecía egipcia, ya que llevaba el pelo rizado y la otra, que se acercó para atenderlos a la barra, era increíblemente bella: ojos grandes y oscuros acompañados de una simpatiquísima y permanente sonrisa que demostraba su dulce carácter, pelo negro azabache, largo y suelto, y piel morena como arena del desierto. Puesto que sus ojos tenían un toque rasgado, le aportaba a su mirada un oriental toque de gata.
–Buenas noches, chicos. ¿Qué vais a tomar? –preguntó carismáticamente.
–Una cerveza irlandesa para cada uno de nuestro grupo, que son aquellos chicos allí sentados. Ten, ve cobrándome que a esta ronda invito yo. –Respondió Joel antes de Jack abriese la boca mientras sacó dinero de su cartera.
–Venga, marchando –dijo la chica contándolos con la mirada y sacando los botellines y los vasos–. Sentaos junto al grupo y enseguida os lo acerco en una bandeja.
–De acuerdo. –Respondieron a la vez mientras se alejaron de la barra.
Se volvieron a sentar junto al grupo y cuando la chica acabó de traer todas las consumiciones en varios viajes, ya que eran bastantes, miró a Jack por un momento mientras recogió la plateada y redonda bandeja diciéndole:
–Perdona rubio, tu cara me suena. ¿Tú eres …?
–¿Yo? Yo soy Jack Mool. ¿Por qué lo preguntas? –inquirió interrumpiendo a la chica colocándose la mano en el pecho.
–¡Demonios Jack! –dijo de un sobresalto a la vez que abría sus brazos para abrazarle–. ¿Cómo no te he reconocido antes? Si yo soy Marie Anne, vecina de tu barrio de toda la vida hasta que me mudé cuando íbamos al instituto. Dime, ¿qué haces por aquí?
–Pues ya ves querida, aquí celebrando que acabo de graduarme en la universidad con mis amigos. Pero es extraño, porque dime, si yo paro mucho por aquí. ¿Cómo es que no te he visto antes siendo tú una de las camareras?
–Es que solo llevo dos días en este trabajo, bueno te dejo que tengo que seguir en la barra, pero que sepas que me dio mucha alegría verte. –Dijo mientras se alejaba bandeja en mano.
Jack la saludó de lejos guiñándole un ojo y se tomó la cerveza sentado con sus amigos.
La velada fue fantástica: conforme la noche fue avanzando, todo fueron risas, conversaciones amenas, anécdotas divertidas de experiencias vividas en la universidad y fuera de ella. Lo que se puede esperar de un grupo de chicos que celebraban un triunfo que tenían más que merecido.
Pasaron unas horas y la noche se animó. El local cada vez estaba más lleno, y Jack decidió salir a la pista central a bailar con sus amigos. Hicieron coro, y él empezó a hacer movimientos robóticos tipo Michael Jackson en medio de la pista, seguidos de piruetas como el molino americano, el muelle, la voltereta en el aire y la tortuga. Y es que además de un buen deportista y estudiante. Debido a su excelente condición física, Jack es un bailarín nato.
Todos le aplaudieron por bailar tan bien y luego se apartó del centro del coro formado en la pista para observar bailar a sus amigos: Nick bailó con las chicas que siempre se le pegaban, Joel se marcó un baile de lo más extravagante dando un paso adelante y otro hacia atrás y Sophie bailó con una amiga suya la cual era muy contraria a ella físicamente. Siempre estaban juntas, pero ese día, su gran amiga llegó algo más tarde que el resto del grupo.
Tras dar a Jack dos besos, la amiga de Sophie, que era rechoncha pero guapa, de pelo castaño y rizado, ojos marrones y grandes, y piel morena, se acercó a Jack para que bailase con ella y aquel baile fue breve, ya que era un ritmo más bien frenético. Acto seguido, Jack se sentó en uno de los sillones y tras mirarla se acordó en aquel momento de que la chica empezó a mirar muy seria entre la muchedumbre como si buscara a alguien con preocupación. Sin mediar palabra, está agarró a Jack del brazo como si quisiera decirle algo importante y le llevó corriendo hasta el balcón exterior con vistas donde había gente tomando el aire y hablando, ya que allí el tumulto de la música apenas llegaba.
–Oye Jack. ¿Sabes dónde se ha metido Jean Paul? Llevo un rato buscándole y es muy extraño, que siendo él el creador del mensaje del evento, aún no haya aparecido. Sabemos que tiende a retrasarse pero, ya queda poco de fiesta y es muy extraño que no haya avisado ni dado señales de vida. Jack voy a llamarle al móvil, que tengo un mal presentimiento.
Jack se quedó estupefacto. No pudo creer que precisamente ella, que fue la última en llegar de todo el grupo, sea la única que se percató de que Jean Paul estaba ausente estando él allí, que era como si fuese su hermano.
La amiga de Sophie siguió intentando sin éxito contactar con él y cuando miró su cara teléfono en mano, Jack advirtió que a la chica le cayó una lágrima por una de sus mejillas entonces se dio cuenta de que en realidad, Alexia, que así se llamaba, estaba enamorada de Jean Paul. Todos en el grupo lo sospechaban pero lo cierto es que ella nunca se atrevió a confesarlo, por miedo a que él la rechazara.
Los siguientes acontecimientos, eran casi inexplicables científicamente o con palabras, pero de repente, Jack comenzó a sentir como le ardían las entrañas, empezó a darle pinchazos el estómago, y empezó a notar un calor infernal por todo el cuerpo, como cuando tuvo la visión de los demonios de la limusina, pero esta vez eran mucho más intensos. Se dobló del dolor y anduvo tambaleándose con Alexia, que le siguió desesperada intentando apoyarle sin saber que hacer. Tras sangrar por la boca, debido a los violentos espasmos, Jack cayó redondo al suelo quedando inconsciente, justo en medio de la pista de baile.