11

 

En la lujosa suite del hotel Du Louvre, Laplace despertó tras la saludable cabezada de varias horas en la confortable cama de agua lleno de energía. A su modo de ver, por su profesión de sicario,  la noche era su aliada, pues se consideraba a sí mismo una criatura de la noche, como un vampiro o un ninja. Se levantó de un sobresalto. Cogió un macuto y metió su hábito, un exclusivo ropaje que llevaban cuando había una reunión en la hermandad. Salió de allí.

Cerró la puerta de la habitación con la tarjeta electrónica y tras subir en el ascensor Otis, pulsó el botón menos uno para bajar al garaje, donde estaba aparcada su vetusta moto de gran cilindrada. Subió a ella. Salió racheando del garaje del hotel por la cuesta arriba, y tras parar en un cajero cercano a sacar dinero con la tarjeta de crédito, paró en una gasolinera cercana. Llenó el depósito de gasolina y se dirigió a la entrada de la mansión del maestro, que estaba situada tras cruzar un sombrío bosque al sur de París. Tras una hora conduciendo a gran velocidad, Laplace llegó hasta la entrada de la mansión donde miró maravillado la vetusta imagen que se alzaba ante sus ojos: Una verja doble electrónica con un símbolo en medio que no era otro que el Búho de Bohemia posado sobre una pirámide con un ojo en el vórtice. A los lados de los vetustos muros, había dos enormes gárgolas aladas que le miraban con la boca abierta. Ambas parecían demonios alados, con lengua bípeda, en honor al dragón o a la serpiente. Se acercó al portero electrónico y pulsó el botón.  Puso el rostro ante una pequeña cámara que éste tenía, y se percató que al acercarse, sonaba de fondo una tétrica música de órgano.

La ama de llaves de la enorme mansión puso su único ojo en la pantalla del video portero y tras descolgar y ver que se trataba de Laplace dijo:

–¿Santo y seña de la Hermandad, joven?

Laplace se acercó al pequeño micrófono del portero y dijo:

Anguis in Bohemiam.

La anciana tuerta asintió con la cabeza y abrió las compuertas. Laplace volvió a su moto y cruzó el asombroso umbral hacia el jardín de la mansión. Era enorme, tétrico y aquello parecía una entrada al mismísimo infierno. Daba miedo, pues estaba lleno de estatuas antiguas de dioses paganos, las cuales tenían armaduras babilónicas o mesopotámicas, grandes gorros que ocultaban sus enormes cráneos alargados y caras de reptiles, considerados en la antigüedad como dioses de carne y hueso. Acabó de cruzar el enorme jardín y dejó la moto junto a una serie de vehículos de alta gama que estaban aparcados en batería frente a la enorme fachada de la vetusta mansión. Luego, llamó a la puerta que estaba entreabierta y la tuerta anciana tras mirarle de arriba abajo con su ojo izquierdo, que era el único que tenía le dijo que pasara al enorme salón, el cual tenía forma abovedada, cuadros auténticos y obras de arte de incalculable valor, decorando las interminables repisas. La hoguera estaba encendida. En los enormes sofás de cuero, lujosos y caros como todo lo que había allí, había sentadas como quince personas y otras 100 personas de pie, ya preparadas con el atuendo de la hermandad, que era una túnica blanca, y una máscara de porcelana, la cual representaba la resurrección o la vida eterna. Uno de ellos, le dijo a Laplace que como que no llevaba su atuendo antes de la reunión y éste se quedó sorprendido. Dragonetti estaba al fondo vestido con una túnica blanca que parecía druídica, y al acabar de tocar su melodía se dio la vuelta y dio una enorme palmada que resonó con eco. Se acercó a todos los allí presentes y dijo:

–Laplace, ¡Has sido el último en llegar! ponte cómodo y suelta el macuto, en la primera reunión no hace falta atuendo! Porque esta noche, vas a tener el papel principal. Muchacho, ya es hora que sepas algunas cosas que solo nosotros, la élite de la Hermandad de Babilonia, sabemos.

Cutface se quedó perplejo. Hasta ahora el atuendo solo lo utilizó para reuniones de la hermandad tipo estratégicas, pero aquella noche de luna llena, pensó que si Dragonetti le dijo eso esbozando su maléfica sonrisa, es que esa noche ocurriría algo fuera de lo común.

Dragonetti se dio cuenta de que su sicario estaba impresionado. Ante los allí presentes, cruzó el salón y se acercó a un candelabro de oro que estaba colgado en la pared. Tiró de él hacia abajo y de repente la gran hoguera encendida se metió en la pared y se giró hacia un lado gracias a un mecanismo algo complejo que había instalado tras algunas de las huecas paredes. Esto, dio lugar a una escalera secreta que llevaba hacia abajo. La criada tuerta cogió una antorcha, la encendió y se puso ante el recién aparecido umbral. Hizo un gesto con el brazo invitando a entrar a los allí presentes pero ella entró primero para iluminar la estrechada entrada, que tomaba la forma de una escalera de caracol.

–Síganme señores…, –dijo con su tétrica y cortada voz señalando a la maltrecha entrada–. La efigie ya está preparada.

Laplace no comprendía lo que pasaba y preguntó a uno de los enmascarados.

–Perdón ¿Qué es la efigie?

El enmascarado que caminaba junto a él siguiendo a la anciana y al maestro le dijo.

–La efigie es la ofrenda de esta noche a nuestro verdadero maestro. Veras, este paso estrecho, lleva a lo que nosotros llamamos El Templo de la Noche Eterna. Y es donde nos reunimos con nuestro auténtico maestro. Dragonetti es como un profeta, un intermediario que nos pasa la voluntad del Maestro.

Laplace no entendía nada. ¿Qué habrá querido decir con eso del verdadero Maestro? ¿Es que hay alguien superior en la Orden que el Mentor? ¿Alguien que sea mejor estratega que la Cabeza del Dragón? Esas dos preguntas rondaban su cabeza, cuando de repente la anciana dio con la antorcha a dos grades cubetas laterales llenas de aceite, que iluminaron toda la sala de rituales, que era del mismo tamaño que la mansión, y estaba situada justo debajo. Laplace era la primera vez que entraba en aquella sala, pues las reuniones de estrategia, para cualquier trabajo que el maestro le mandaba, siempre eran en el salón, pero la sala del templo, era solo cuando había rituales. Miró a su alrededor. Aquella sala, era lo más parecido a un templo babilónico o egipcio: las paredes estaban llenas de extraños mosaicos, con relieves babilónicos de escritura sumeria. En los laterales, había estatuas gigantes de serpientes, otras de hombres con cabeza de reptil, y una de las más extrañas, era la estatua de una mujer desnuda, alada con garras de ave rapaz en lugar de pies y con lo que parecen ser dos soles en las manos. Pero eso no era lo más impresionante de todo. En la parte delantera, había una chica morena, con ojos azules y de tez clara, que estaba vestida de lino blanco, atada de pies y manos sobre un altar de sacrificio, con dos velas negras a los lados y que estaba al pie de una enorme estatua de piedra que formaba una especie de dragón humanoide con la mirada baja. Daba la impresión de que la colosal estatua estaba contemplando la escena. La chica era la efigie. Un sacrificio humano, al dios serpiente, conocido como Baal o Serpiente de Bohemia. El enmascarado que estaba al lado de Laplace se le acercó al oído y le dijo en voz baja.

–Muchacho, ¿ves la estatua del dragón? Es nuestro verdadero Maestro. Cuando Dragonetti, invoque a nuestro dios Baal, la efigie se convertirá en él y nos guiará. Ahora estate atento, ves que Dragonetti se puso de pie ante la chica, ¿no es así?

–Sí. –Dijo Laplace muy atento sin apartar la mirada de Dragonetti.

–Pues bien, ahora su ama de llaves, la cual es una bruja experta en Magia Negra, verás que va a darle una urna de cristal con una serpiente viva, junto a un cráneo humano, del cual se dice que fue el de uno de los primeros maestros de la Hermandad, otros dicen que es el cráneo de Marduk, el rey de Babilonia, que tuvo el sueño descifrado por el profeta Daniel. No se sabe con exactitud. Observa, creo que si no llevas el atuendo, es porque es tu iniciación como hermano importante. Ahora debes de llevar la Sangre del Sagrado Linaje de los dioses. Tú estate atento y no digas nada.

Laplace observó a Dragonetti. Éste sacó una daga de su bolsillo idéntica a la que él utilizó para matar a Jean Paul.  Acto seguido, puso el cráneo al revés a modo de cáliz y degolló a la cobra real, para verter su sangre dentro, se hizo un corte y mezcló su sangre con la de la serpiente. Luego le hizo un gesto con la mano para que subiera al altar donde estaba la joven efigie atada y amordazada, que se quedó en shock del susto. Laplace se puso de pie junto a él y éste le dijo:

–De rodillas, muchacho.

Él se puso de rodillas y el Maestro dijo:

–Ante este rito de iniciación yo te bendigo con la sangre de los dioses, dime, Laplace, ¿Estás dispuesto a recibirla?

Laplace asintió con la cabeza.

–Antes, debes de responder a algo, dime. ¿Te has preguntado por qué los reyes desde las civilizaciones del antiguo saber, únicamente se casaban entre ellos?

Él negó con la cabeza.

–No Maestro. –Dijo– ¿Para concentrar el poder?

Dragonetti esbozó una sonrisa.

–Esa era la excusa que le ofrecían al pueblo dormido. Pueblo que siempre fue esclavo de nuestro poder, desde hace milenios. La realidad, era que nosotros no somos simples… humanos.

–¿Qué quiere decir Maestro?

–Verás, antes de ser ungido con la sangre de los dioses, ¿juras solemnemente por tu honor sin estar influenciado por motivo mercenario o indigno alguno, que libre y voluntariamente te presentas candidato a los misterios y privilegios de la hermandad?

–Lo juro –dijo hablando más en serio que nunca.

–Bien. Que te remuerda la conciencia, y te venga una muerte inmediata si alguna vez traicionas los secretos que te serán revelados.

Laplace levantó la mirada, miró a los ojos de su maestro y dijo:

–Que así sea si mi juramento quebranto.

–En primer lugar, debes de saber que nuestra hermandad lleva siglos haciendo tratos con los «verdaderos dioses» desde el principio de la creación humana. En gran parte, todo lo que habéis visto es una programación de vuestras mentes, un  pufo, una mentira. Ni la ciencia, ni la religión son obras exactas de lo que cada día ocurre en vuestras paradójicas vidas. La realidad, es que todo es energía universal,  pero cada pueblo humano lo interpretó a su manera, a través de la memoria cósmica, que tiene herencia de siglos de confraternidad. ¿Entiendes ahora la gran envergadura que tiene todo esto que te estoy mostrando? Nosotros, La Hermandad de Babilonia fuimos iluminados con la gran verdad oculta, la auténtica luz del conocimiento y la sabiduría eterna. Mira a tu alrededor joven Laplace, y contempla la gran iluminación la que vas a ser iluminado. La Biblia, la cábala hebrea, las antiguas escrituras sagradas… no son más que verdades a medias, con las que los creadores de la humanidad, os han tenido engañados y manipulados durante siglos. Solo unos cuantos, que fuimos iluminados con la verdad, sabíamos lo que estaba ocurriendo.

–¿Y cuál es la verdad maestro? –Inquirió Laplace deseando saberlo–. ¿Ciencia, Darwin, Religión?

–Tienes derecho a saberlo, muchacho. Verás, la realidad es que la Tierra, antes de ser poblada por humanos, solo tenía dos grandes imperios. La Atlántida, que tenía grandes ciudades tecnológicas bajo el agua, y una fuente de energía limpia e infinita universal controlada por las pirámides, y Lemuria que tenía sus ciudades sobre la tierra. Cada uno de estos imperios era dominado por una raza, de las que vosotros llamaríais Alienígena. Por un lado estaban los Pleyadianos, que eran altos claros y alados, y por otro estaban nuestros guías, llamados por la historia de más de una forma. Nepilhim, Chitauris, Kappas… aunque nosotros, puesto que adoramos a Babilonia, siempre los hemos llamado Anunnaki. Los dioses que vinieron del cielo. Ellos tenían forma de humanoides reptiles, pero eran más altos, sus cráneos eran más largos, y sus cuerpos mucho más fuertes y rápidos que los simples humanos. ¿Por dónde iba? Ah sí. Estas dos poblaciones tuvieron una enorme guerra nuclear que desertizó el planeta hasta dejarlo inservible. Ambas razas se alejaron de él y siglos más tarde, una raza de homínidos o monos evolucionados comenzó a poblar la tierra de nuevo, que quedó desierta tras el conflicto. Y dio la casualidad, de que Nibiru, el planeta de los Anunnaki comenzó a desestabilizarse debido a que una fuerte radiación dañó su atmósfera y su capa de ozono. Todos morirían si no la estabilizaban de alguna forma. Tras utilizar la tecnología meteorológica de la que disponían, se dieron cuenta de que necesitaban fundir cierto metal en la atmósfera para evitar que el planeta se enfriase desde dentro… ese metal es el oro.

–¿Oro? ¿Y qué decidieron hacer maestro?

Dragonetti esbozó una sonrisa.

–Pues Enki, uno de los hijos de Anu, que era rey de Nibiru, le dijo que sabía que la región central del planeta tierra, donde ellos gobernaron las aguas tiempo atrás tenía grandes cantidades de oro. De modo que decidieron embarcar en sus naves, y crear minas para extraerlo.

Laplace no acababa de tragárselo.

–¿Y qué tiene que ver todo eso con esta parafernalia del ritual al dios Baal?

Dragonetti se puso serio.

–Pues… déjame acabar la historia. Enki, decidió volver a la tierra en una de sus naves con un equipo de ingenieros para instalarse en el centro de África, donde estaba el oro, creó unas minas y se dispusieron a extraerlo. Unos meses más tarde, el equipo se quejaba de la dureza del trabajo y Enki, tras meditar una solución, descubrió que una nueva raza de homínidos inferiores y primitivos se instaló en el planeta, habló con Anu, y le dijo que se le ocurrió hacer experimentos para mejorar esa raza, y enseñarla a trabajar como esclavos mentales. Anu observó el proyecto y le pareció bien, así que comenzaron a raptar hembras de esa especie, y le pusieron espermas del propio Enki. Al principio no salieron muy bien, pero tras varios intentos, manipulando el ADN y ciertos cromosomas de algunos cigotos, salió uno que era fuerte, inteligente, y hábil. Lo insuficientemente inteligente para saber que iba a ser manipulado, pero suficientemente bueno como para trabajar bien. Su coeficiente era medio, y sus habilidades aptas. A este ser, se le llamó Adán. Y ésta es la verdad de la creación humana. Más tarde, también crearon hembras que resultaron muy bellas. La más bella de todas, conocida como Eva, se le fue dada a Adán para que procreara. Se le dijo creced y multiplicaos. Y entonces lo hicieron. Enki, cuando vio que Adán fue creciendo, fue creando una serie de fábulas para contarle, poniendo a gente de su raza, como dioses ascendidos o seres superiores. Y De ahí los humanos comenzaron por crear su primer imperio, conocido como Mesopotamia, o Babilonia, la tierra entre dos ríos, Eúfrates y Tigris. Enki y los Anunnaki, a su vez también tenían un dios, que era un ser multidimensional que fue rey de la Atlántida. Baal, el dios serpiente. Este ser, se alimenta de energía negativa, y necesita de ritos de sangre, para aparecer en esta dimensión, ya que por otro ser llamado Yavhé, por los hebreos, fue encerrado en una prisión de llama eterna. Y estos seres, ya no son carne y hueso, son espíritu, energía. Enki enseño al hombre de Babilonia a hacer ritos para invocar a Baal como oráculo. Siempre había que ofrecer un ser virgen para que su alma pura abra una grieta entre esta dimensión, y la de los seres espirituales.  De modo que Enki y sus familiares en persona, hacían ritos a los que la gente en Babilonia iban orgullosos, como los beatos hoy van a la iglesia los domingos. Ofrecían bebés o mujeres vírgenes a Baal que se aparecía para guiarlos, y mantener próspero el poder para los que eran elegidos por Enki como reyes, administradores o sacerdotes. Eran los únicos humanos que se libraban de trabajar en el campo, construcción o tareas laboriosas. Entre las muchas cosas que Enki y los suyos enseñaron al hombre, estaban sembrar, comerciar, y la economía, utilizando el oro como moneda. Es la razón por la que desde tiempos inmemoriales, el hombre adora al oro, porque fueron programados para ello. Y esta es la historia, la piedra angular de la existencia humana.

 

Laplace estaba confuso, no comprendía ni daba crédito a lo que estaba oyendo, entonces preguntó.

–¿Y si todo iba bien por aquel entonces? ¿Por qué Babilonia acabó destruida?

–Pues verás, en una ocasión, Baal, al que vamos a invocar, consiguió escapar de forma permanente, y como rey humano reptil, se puso de nombre Marduk. Reinó en Babilonia. Pero cuando los Pleyadianos volvieron a la tierra, y vieron el imperio que los Anunnaki estaban creando, en venganza a la guerra anterior utilizaron tecnología para dar dones engañosos a algunos humanos, y crearon sectas  en nombre de su supuesto dios de luz, para combatirnos poniendo sus propias fábulas en algunas mentes humanas, y tachándonos como demonios. Es por eso que la Biblia, y la Torá judía nos mencionan en sus relatos como demonios malignos, poniéndose ellos mismos como ángeles y su dios de luz, el cual encerró en la llama eterna a la serpiente Baal, como el creador humano. Una represalia a los Anunnaki, por viejos conflictos. O en otras palabras… Lo que la mayoría entiende por una eterna rivalidad entre ángeles y demonios, no es más que una eterna guerra de dos razas superiores por el control de la granja humana. A ojos del ser humano «dioses» podría ser una buena definición.

Laplace sentía que los nervios le helaban su estómago, en una extraña sensación entre miedo y euforia, cuando Dragonetti se giró hacia la efigie, que seguía inconsciente por el shock de verse atada y amordazada. Unos segundos más tarde, la anciana tuerta apagó las antorchas y en la oquedad del espacio  de aquel templo improvisado, el maestro acercó la daga a una muñeca de la efigie, le hizo un corte por el que sangraba lentamente, volcó el cráneo para que su sangre cayera en su interior, mezclándose con su sangre y la de la cobra y comenzó su invocación. Los allí presentes aplaudieron.

–Oh tú, aquí te has transportado, a través de la marea oscura, en toda la antigua majestad de la muerte. Agobiado, enemigo ardiente de la belleza, , trae el fuego.

En aquel instante los presentes volvieron a soltar un grito de celebración cuando de repente las antorchas se encendieron solas, como si hubiera algún ente en la tétrica sala, a la vez que voz del espectro tras una carcajada diabólica invadió la oquedad del  espacio.

–Tontos, tontos. ¿Cuándo aprenderéis que no podéis matarme? Año tras año me invocáis en ese altar, sacándome de mi prisión utilizando un alma pura como moneda de cambio, levantáis vuestro grito de triunfo a las estrellas. Cuando volvéis de nuevo a mirar hacia el mercado… ¿No me encontráis esperando como siempre? Tontos. Tontos. Siempre soñáis con conquistar al agobiado.

Dragonetti esbozó una sonrisa al percatarse de que la voz con eco que invadía el templo venía de la boca de la efigie, la cual usaba como marioneta mientras se desangraba de manera  que su alma pura, ya que la muchacha era virgen, hacía de puente entre este mundo y el otro:

–Háblanos espíritu burlón. No es todo un sueño. Sabemos que nos esperas, cuando nuestras vacaciones selváticas terminen,  te encontraremos y pelearemos a tu lado como siempre. Algunos de nosotros te seremos fieles prevaleciendo contigo y a los traidores, los destruirás tú. Pero esto también sabemos…  año tras año dentro de este templo feliz, nuestra confraternidad, prohíbe tu paso en el espacio, tu malevolencia podría seguirnos, la inocencia aquí ha perdido su poder, bajo este templo amistoso, así que te quemaremos una inocente esta noche, y con las llamas que comen tu efigie, nosotros leeremos el signo. Medio verano, libéranos.

–¿Vais a quemarme una vez más? No con esas llamas traídas de las regiones donde yo reino.

En aquel momento la chica se iluminó en llamas que sin tocarla rodeaban su cuerpo, luego éste levitó tumbado, se puso de pie sobre Dragonetti, y lo único que cambió fue su rostro, que pasó de humano y bello, a demoníaco, con verdes escamas de dragón, ojos de reptil con pupilas verticales amarillas córneas, y colmillos de serpiente, blancos y afilados. Obviamente, la joven virgen ya no era ella, estaba en trance. El poderoso ente multidimensional, se había apoderado de su cuerpo, utilizando su alma pura como puente entre la tierra y el inframundo.

–Oh Baal, príncipe de toda sabiduría mortal, Serpiente de Bohemia te imploramos, y tú nos concediste tu concilio. Dime oh portador de la luz. ¿Cómo podemos ayudarte a escapar del Reino de la Llama Eterna, donde te encerró la Familia de la Luz? ¿Cuál es tu Mandato?

–Dragonetti. Yo ya fui Marduk en la tierra, y ahora ¿vienes a preguntarme como volver a sacarme del abismo? Para sacarme de aquí, necesitas cierto artilugio de las pléyades, o Familia de la Luz. El lado opuesto de nuestra eterna guerra, utilizó un artilugio que fue creado en la antigua Lemuria, y que ayudó a construir su capital, conocida como ciudad del Edén. Después de la guerra que tuvimos con ellos en la tierra, éste poderoso objeto se lo llevaron con ellos a su planeta natal, hasta que Yavhé, el rey de los Pleyadianos se lo concedió a Moisés  milenios más tarde en el monte Sinaí para liberar a los israelitas, además de las tablas de su ley. Tal y como yo hice con mi siervo Hammurabi, en Babilonia. No tengo mucho tiempo, pues cuando la efigie muera desangrada y su alma pura sea absorbida por la luz, tengo que volver a la prisión donde ellos me encadenaron.  Por cierto a partir de ahora, serás rebautizado como Mabus, mi profeta babilónico. Mi lugarteniente en la hermandad.

Laplace estaba boquiabierto. Estaba viendo un ritual de invocación esotérica ante sus ojos, y pensó que todo podía ser sugestión, un escotoma, o una alucinación. Ni en la peor de sus pesadillas, pensaría que aquel demonio era real. Pues Baal, solo era uno de sus nombres. Pero todo era real. De modo que hizo un gesto para ponerse en pie y en cuanto la efigie en trance le vio le dijo.

–Quieto, iniciado. Ya vi como contribuiste fielmente a mis servidores. Es por eso, que yo ahora te premio con el poder del linaje de los dioses. Como ya premie a muchos, que conocéis pero que no sabéis. Tras la destrucción de Babilonia, los siervos de mi sacerdote Enki, huyeron a Egipto y allí, cambiando los nombres de las deidades, gobernaron durante largo tiempo. En esa época, me llamaron Set. Acércate muchacho. No tengo mucho tiempo antes de que la efigie muera.

Laplace se acercó con gran pánico al demoníaco rostro de la joven y lo rozó con el dedo. El tacto de la piel era seco y duro, como un dragón o cocodrilo.

–Hay cosas que yo no comprendo Set, o Baal, o como se llame, Maestro.

La efigie asintió con la cabeza.

–¿Por qué cada pueblo te pone un nombre?

–Porque, para los que tienen en la memoria programados un modelo de programación cristiana, la gran energía del cosmos, hace que me veas como la masa cósmica de vuestra época de vuestro subconsciente conoce. Los Babilonios me llamaron Baal, o Moloch, el búho de Ishtar, que era la madre reptiliana de Enki, si tu programación mental hubiera sido la que instauramos en el Antiguo Egipto, me verías como Set señor del mal y la oscuridad.

Laplace tenía miedo de lo que veía y seguía sin saber que pensar.

–Pero la educación que recibí, fue católica… ¿eso significa que?

–Sí. –Interrumpió el demoníaco ente–. Para ti, soy Satán. Y soy real. Todos estos que ahora nos contemplan de la élite humana, me sirven desde hace siglos. La Hermandad de Babilonia, a día de hoy, son amos del mundo, dominio que yo les di como regalo. Ese es el trato de los que aquí están presentes, con la sangre del sacerdote Dragonetti,  que es descendiente directo  de mis verdaderos siervos, os doy la sabiduría eterna, a cambio debéis servirme con ritos de sangre, a los que llamáis guerras. Debéis mantener la energía negativa constante, para que yo pueda aparecer en esta dimensión, hasta que encontréis la forma, de hacerme reinar de nuevo, haciéndome nacer en esta época con una falsa creadora. Beber la sangre de la efigie dominada por mí es el sello de garantía, de que ahora me sirves a mí. Si mueres o te matan, tu alma irá directa a mi reino de la llama eterna, pero puesto que me estabas sirviendo. No sufrirás, como yo por ser el portador de la llama multidimensional, he sufrido durante siglos. ¿Aceptas beber la sangre del linaje reptil por propia voluntad, Laplace de Shade?

–Lo acepto Maestro.

–Bien, cuando la efigie muera, que ya le queda poco, la sangre del cráneo se volverá azul, debido al ADN Anunnaki, entonces deberás beberla. Y cuando eso ocurra, debes de devorar algo de carne de la efigie junto a tus hermanos. Los huesos debéis quemarlos hasta que no quede nada, como sello.

Dragonetti miró a la efigie y preguntó.

–Maestro. ¿Dónde está el artilugio para poder liberarte?

La efigie acercó su demoníaco rostro a Dragonetti y le dijo:

–El artilugio tuvo muchos nombres a lo largo de la historia. Árbol de la vida para los hebreos, Cáliz sagrado para los cristianos… Pero tú lo llamarás Semilla del Edén. Tiene forma esférica y semicircular y quien lo posea puede manipular los átomos del universo a su antojo concentrándose. Solo debe desear lo que quieras que ocurra y el universo se contraerá a su voluntad. La semilla del Edén está en algún recoveco de la región de Salon de Provence, y fue escondido allí por el profeta Nostradamus. Debéis encontrar ese poderoso artefacto. En vida, él lo recibió de Da Vinci, y lo utilizó para ver el futuro, mojándole una rama.

–Una pregunta más Maestro. ¿Qué hay del chico que detuvo a Laplace, cuando este asesinó a Jean Paul?

La efigie echó una risa maléfica y enganchó a Dragonetti del cuello.

–Su nombre es Jack Mool de Notredame. Debéis detenerlo, él aún no lo sabe, pero su destino es por naturaleza ser nuestro principal enemigo. Si no os andáis con cuidado… frustrará nuestros planes y si eso ocurre, os haré testigo de los dolores más insufribles, las torturas más innumerables, y los horrores más insoportables, por los siglos de los siglos. Recordad que tenéis un pacto conmigo, y todas vuestras almas me pertenecen. El tiempo se me acaba. No tengo todo el día. ¿Algo más? –inquirió la bestia mientras soltó al asustado Dragonetti haciéndole desplomarse momentáneamente en el suelo.

–Una última pregunta Maestro. ¿Dónde está ahora?

–En este momento, lo estoy viendo. Va acompañado de una mujer policía, la cual es fuerte y valiente, y que tú, Dragonetti, ya conoces de hace mucho tiempo. Están en el hospital la Pitié-Salpêtrière. Se dirigirán en breve a la casa de ella. En el Barrio Latino. Recordad. Él no conoce aún su destino, por lo que sólo debéis seguirlo, no hacerle daño. Os llevará hasta la Semilla del Edén.

Dragonetti quedó intrigado.

–¿De quién se trata Maestro, yo no sé a qué se refiere?

–¿Cuestionas mi cósmica memoria? ¿Cómo te atreves a faltarme al respeto, estúpida alimaña? –Le gritó señalándole con el dedo índice–. ¡Pues por desatar mi ira, mi castigo será que esa información tendrás que averiguarla tú mismo! ¿Es que has olvidado a quien sirves? Yo soy el tejedor del universo, yo tengo una memoria que no olvida nada, pues aunque esté atado en esta prisión de la que vuestro deber es liberarme... Podría desintegraros en llamas si quisiera. ¿Recuerdas?

–Sí. Lo recuerdo Maestro.

–Solo te diré que fue testigo de una de tus atrocidades. El trauma le hizo callar. Debiste matarla allí mismo, maldito inútil.

Baal se quejó y cuando Dragonetti le preguntó que si estaba bien la efigie comenzó a recuperar su bello rostro original. Estaba terminando de morir. Las llamas se le iban, una luz blanca apareció sobre ella y de repente hacía calor en el templo. Ella, se tumbó en el altar y abrió la boca. Una luz blanca salía de ella y se iba con la otra luz que estaba sobre ella. Finalmente, quedó muerta y pálida, con sangre alrededor, ya que toda no cabía en el cráneo. Laplace miró el cráneo y observó que aquella sangre estaba azul brillante. Miró a Dragonetti a los ojos, y este asintió con la cabeza.

–Bebe, se de los nuestros. Nuestro amo hará que no te falte de nada. Mientras pongas en cualquier negocio que emprendas nuestros símbolos que además del ojo y la pirámide, es un cubo perfecto, llamado el cubo de Saturno, irán siempre sobre ruedas. Mira, el hombre que te habló antes, es uno de los miembros de las trece familias, ungidas con la sangre azul, descendientes de los reyes egipcios e integrantes de la cúpula de la Hermandad. Estos que aquí ves son solo los mandos más altos, pero hay miles de esbirros indirectos que gracias a nosotros, son deportistas, artistas, empresarios y políticos de élite. El mundo es nuestro, porque nuestro amo, nos lo da todo. Los seres humanos no lo saben, pero no son más que esclavos, de los que servimos a él y a los dioses creadores, que nos enseñaron los sistemas económicos, siempre con el oro como principal garantía. Oro que ellos, se llevan de vez en cuando, pues los dioses del cielo, lo seguirán necesitando mucho tiempo.

Al observar que era mucho más profundo que ser un simple asesino a sueldo de cualquier mafia de tres al cuarto, Laplace no se lo pensó más y bebió a largos tragos la sangre del cráneo tras sentir el hueso seco entre sus labios. Curiosamente, le supo dulce y luego cuando Dragonetti hizo una señal con la mano, todos los allí presentes se transformaron en reptilianos, se acercaron a la efigie y comenzaron a devorarla a bocados. Desgarraban su piel, su rostro, su carne, luego sus músculos… Puesto que ya empezó a sentir instinto reptil, Laplace se unió al festín y acabó comiéndose el corazón y parte del hígado. Unos minutos más tarde, puesto que allí había bastante gente, acabaron de roer los huesos y los quemaron en señal de fidelidad a la llama eterna. No quedo nada excepto polvo y, aún allí en el templo, antes de acabar, Dragonetti se acercó al joven, le dio un anillo de oro macizo gemelo al de Jean Paul que tenía en un bolsillo y le dijo:

–Ahora sabes lo que somos, y también lo que tú eres. Serás más fuerte que un simple humano Laplace, y cualquier negocio en el que pongas nuestros símbolos como emblemas triunfará haciéndote muy rico. Sin embargo el hibridismo de ADN Anunnaki y humano, requiere cada cierto tiempo de sangre humana para el buen funcionamiento del organismo. Debes comer. De ahí que cada cierto tiempo tenemos ritos donde siempre devoramos el cuerpo de las efigies, pues todos vosotros, sois híbridos, por lo tanto en el pasado, todos fuisteis simples humanos. Pero yo soy distinto, porque soy descendiente directo de Enki y una mujer humana. Por lo tanto también debo comer por mi cruce de ADN, claro que vosotros solo tenéis una décima parte de sangre azul y yo la mitad. Envejezco 1 año de cada 3600 de la tierra. Recuerda, el poder de los espíritus oscuros del reino de la llama, te vigilará siempre. Si alguna vez traicionas el secreto de las reuniones, en poco tiempo morirás, y tu alma irá a la prisión de la llama, donde será torturada hasta el fin de los tiempos. No olvides, que somos la élite, los que hoy han presenciado lo que tú has presenciado, todos son miembros importantes de familias reales, líderes de la política mundial, y dueños de bancos y grandes corporaciones, como petroleras y empresas energéticas.

Laplace aún estaba asustado y con miedo miró la maléfica sonrisa de Dragonetti.

–No Milord, no lo olvido.

–Bien. Cambiando de tema, investiga lo del chico que te atacó durante el asunto de Jean Paul, y mantenme informado. Yo volveré a la mansión a pensar en nuestros próximos movimientos. Debemos de buscar la forma, de hacer volver al amo. Por cierto, esta vez no irás solo. Snake, uno de nuestros esbirros irá contigo a investigar el asunto. Le dije que te llamara. Recuerda que es un simple humano. Que no meta las narices más allá del encargo. Y ahora, todos a las habitaciones de arriba. Debéis descansar, y cambiaros de ropa. En cada habitación hay habilitada una ducha con hidromasaje, y un armario lleno de ropa.

Laplace subió a su habitación, se dio un baño y se acostó en la cama, quedándose dormido.

El secreto de Nostradamus
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