18 horas
¿Legítimos propietarios?
Aturdido ante el implacable rodar de los acontecimientos, Constante Rossi golpeó discretamente la puerta del despacho.
Quién podía estar interesado en la recuperación del libro rojo? ¿La siniestra organización, quizás? ¿El Vaticano?
Su mente, desbordada, reclamaba tiempo.
Y, animado por un prefetto jovial y sonriente, caminó despacio hacia la lustrosa e interminable mesa. Dos sacerdotes, entorchados en irreprochables clergymen y sentados en el filo de sendas sillas, volvieron el rostro al unísono, espiándolo sin recato.
—Muchas gracias, Rossi. Puede retirarse...
Y el manuscrito, protegido en una bolsa de plástico transparente, pasó a manos del máximo responsable de la policía de Roma. Todo parecía en contra. Ni siquiera habían podido fotocopiarlo. Y Rossi, resignado, dio media vuelta, alejándose en silencio.
Aquel individuo...
De regreso a la brigada, la súbita idea continuó goteando.
Aquel sacerdote... ¿Por qué le resultaba familiar? Dónde le había visto?
¡Maldita memoria!