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Aquel despliegue recalentó a la confusa brigada de homicidios. La escalera Noble y sus accesos presentaban una desproporcionada y nerviosa concentración de guardias suizos. Gasparetto reconoció entre los helvéticos a bastantes de los veintitrés oficiales sin mando.

Sorprendidas por la arrolladora marcha del jefe de la seguridad Vaticana y de los escoltas que le arropaban, las onduladas y miguelanchescas franjas azules, amarillas y naranjas de los soldados apenas si tenían tiempo de erguirse y saludar.

Al ganar la segunda planta, el jadeante pelotón se detuvo. Y los hombres de azul tomaron el corredor principal, apostándose frente al ascensor papal y al pie de la alfombrada escalera de mármol que conduce al piso superior. Y Chíniv, precipitándose sobre uno de los teléfonos interiores, pulsó los cuatro números del gabinete privado de Su Santidad.