Extractos de Los orígenes del mal, de Harry L. Quebert

Su correspondencia comenzó cuando ella dejó una nota en la puerta de la casa. Una carta de amor para decirle lo que sentía por él:

Querido mío:

Sé que no me quiere. Pero yo le querré siempre.

Aquí tiene una foto de los pájaros que tan bien dibuja, y una foto nuestra para que no me olvide nunca.

Sé que no quiere verme más. Pero, al menos, escríbame. Sólo una vez. Sólo unas pocas palabras para tener un recuerdo suyo.

No le olvidaré nunca. Es la persona más extraordinaria que he conocido.

Le querré siempre.

Él respondió días más tarde, cuando encontró el valor para escribirle. Escribir no era nada. Escribirle era una epopeya.

Querida mía:

¿Cómo puede decir que no la quiero? Aquí le envío unas palabras de amor, palabras eternas que surgen de lo más profundo de mi corazón. Palabras para decirle que pienso en usted todas las mañanas cuando me levanto, y todas las noches cuando me acuesto. Su rostro está grabado en mí: cuando cierro los ojos, sigue ahí.

Hoy al amanecer he pasado de nuevo frente a su casa. Debo confesárselo: lo hago a menudo. He mirado hacia su ventana, estaba a oscuras. La he imaginado durmiendo como un ángel. Más tarde la he visto y me ha maravillado cómo vestía. Un vestido de flores que le sentaba muy bien. Parecía un poco triste. ¿Por qué está triste? Dígamelo y me entristeceré con usted.

P. D.: Escríbame por correo, es más seguro.

La quiero tanto. Todos los días y todas las noches.

Querido mío:

Respondo justo después de leer su carta. A decir verdad, la he leído diez veces, ¡quizás cien! Escribe tan bien. Cada una de sus palabras es una joya. Tiene tanto talento.

¿Por qué no quiere estar conmigo? ¿Por qué se limita a esconderse de mí? ¿Por qué no quiere hablarme? ¿Por qué viene hasta mi ventana si no es para estar conmigo?

Muéstrese, se lo suplico. Estoy tan triste desde que no me habla.

Escríbame pronto. Espero sus cartas con impaciencia.

Sabían que escribir sería su forma de amarse a partir de ese momento, pues no tenían derecho a estar juntos. Besarían el papel con la misma ansia que tenían por besarse, esperarían la llegada del correo como si esperaran en el andén de una estación.

A veces, en el mayor de los secretos, él iba a esconderse en la esquina de su calle y esperaba el paso del cartero. La veía salir de su casa precipitadamente, lanzarse sobre el buzón para recoger el valioso correo. Ella sólo vivía para esas palabras de amor. Era una escena maravillosa y trágica a la vez: el amor era su mayor tesoro, pero estaban privados de él.

Mi querida y tierna amada:

No puedo mostrarme ante usted porque nos haríamos demasiado daño. No pertenecemos al mismo mundo, la gente no lo comprendería.

¡Cómo sufro por haber nacido así! ¿Por qué debemos respetar las costumbres de los demás? ¿Por qué no podemos simplemente amarnos a pesar de todas nuestras diferencias? Ese es el mundo de hoy: un mundo en el que dos seres que se aman no pueden darse la mano. Ese es el mundo de hoy: lleno de códigos y lleno de reglas, pero son reglas negras que encierran y oscurecen el corazón de la gente. En cambio, nuestros corazones son puros, no pueden estar encerrados.

La quiero con un amor infinito y eterno. Desde el primer día.

Amor mío:

Gracias por su última carta. No deje nunca de escribirme, es tan bonito.

Mi madre se pregunta quién me escribe tanto. Quiere saber por qué hurgo sin cesar en el buzón. Para tranquilizarla, le respondo que es una amiga que conocí en un campamento el verano pasado. No me gusta mentir, pero es más sencillo así. No podemos hacer nada, sé que tiene razón: la gente le haría daño. Incluso si me da tanta pena enviarle las cartas por correo cuando estamos tan cerca.