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La personalidad maquiavélica: expertos en manipular

Desde los años 70, Christie identificó una inquietante dimensión que presentan determinadas estructuras de la personalidad, a las que denominó maquiavélicas, utilizando como base la filosofía del filósofo italiano renacentista Nicolás Maquiavelo.

El maquiavelismo puede definirse globalmente como la necesidad de desarrollar y defender el éxito y el poder personal a costa de quien sea y de lo que sea. La personalidad maquiavélica presenta rasgos que se proyectan como una estrategia genérica de relación con las demás mediante una expectativa sistemática de intentar manipularlas y aprovecharse de ellas como sea, a través de la distorsión, la culpabilidad, la mentira y el fraude en las situaciones interpersonales.

Se ha demostrado que ser maquiavélico o tener una personalidad manipuladora incrementa las probabilidades de ser elegido como líder de los propios compañeros del grupo, tanto en el ámbito escolar como en el social y empresarial.

La herramienta que desarrollaron Christie y otros autores para evaluar la personalidad manipuladora o maquiavélica es la Escala Mach IV de maquiavelismo. Las personas que puntúan alto en esta escala presentan las siguientes características:

1. Suelen desplegar formas de manipulación en sus relaciones con los demás de manera habitual o sistemática.

2. Son más ingeniosos y creativos en las formas de manipular a los demás.

3. Descubren y generan un número elevado de nuevas formas y métodos manipular a los demás.

4. Experimentan mayor satisfacción al manipular con éxito para sus fines a los demás.

¿Cómo alguien se puede transformar en una personalidad maquiavélica?

El proceso de perversión que caracteriza a la personalidad maquiavélica forma parte de un panorama moral o ético perverso en el que toda la moral se vuelve relativa y orientada al fin de la conducta.

Todo se mide moralmente en función de si ello me permite o no alcanzar mis fines. No hay dilema moral más allá de la eficacia y del éxito que se pretende alcanzar.

Se trata de una pseudomoral o cuasiética abstracta a la que se le ha retirado debidamente todo contenido comprometedor o práctico.

En el maquiavélico, sus declaraciones no se corresponden con la praxis ética. La idolatría del éxito como fin absoluto a alcanzar y la exigencia de reducir la disonancia cognitiva de sus inmoralidades de facto, terminan afectando a la misma estructura de la personalidad y al razonamiento moral de estos individuos.

Su principal justificación es un tipo de ética finalista o teleológica que le va a permitir justificarse ante sí mismo: lo hago tan solo para lograr este buen fin, este tipo de éxito, algo que es en sí mismo un bien indudable.

Las dudas éticas, los primeros remordimientos y la mala conciencia inicial quedan sepultados por las acciones y los comportamientos negativos ulteriores. La mala conciencia es superada en la mente del maquiavélico mediante factores como la obtención de éxito, la consideración social, las buenas evaluaciones, el ser aceptado y tenido en cuenta como elemento significativo del grupo directivo.

Su búsqueda de éxito y la compulsión por el reconocimiento y la aceptación social les lleva a un tipo de corrupción moral de la que después es muy difícil salir.

Por el mero hecho de haber tenido éxito en alcanzar determinados fines, pretenden hacer justificables éticamente las actuaciones más reprobables.

La necesidad de éxito, de aprobación y de reducir la disonancia de sus malas acciones produce la espiral perversa que sepulta unas malas acciones con otras aún peores, con las que se busca sofocar el malestar moral.

El perverso mecanismo de corrupción moral, exacerbado por las características de las organizaciones y del entorno económico actual, termina por operar una transformación definitiva en la personalidad de muchas personas que anteriormente presentaban un desarrollo moral normal.

Se convierten en personalidades psicosocialmente tóxicas que podemos cualificar sin duda como personalidades maquiavélicas.

Amor zero
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