XVI
CARTA DE GRIGOROVICH A CHEJOV
«San Petersburgo, 25 de marzo de 1886
»Mi muy apreciado Antón Pavlovich:
»Hace poco más o menos un año, leí por casualidad su cuento en “La gaceta de Petersburgo”; ya no me acuerdo del título; sólo recuerdo que quedé impresionado por algunos conceptos de una originalidad muy peculiar y, sobre todo, por su notable exactitud, por la veracidad en la descripción de los personajes y de la naturaleza.
»A partir de ese día, leí todo lo firmado por Chéjhonté, aunque interiormente me irritase contra un hombre que se estimaba tan poco que hasta creía que el uso de un seudónimo le favorecía. Una vez leído, insistí ante Suvoriáe y Burenine para que siguieran mi ejemplo. Fui escuchado y ahora, como yo, no dudan de su verdadero talento, el cual lo ubica a usted en el primer lugar entre los escritores de la nueva generación. Yo no soy periodista ni editor; sólo puedo utilizar a usted leyéndole; si hablo de su talento, hablo con convicción; tengo sesenta y cinco años cumplidos, pero conservo todavía tanto amor por la literatura; sus éxitos me son tan caros; me regocija siempre tanto encontrar en ella algo viviente, superior, qué no he podido —como usted ve— contenerme, y le tiendo las manos. Pero eso no es todo; he aquí lo que quiero agregar: por las diversas cualidades de su indudable talento, por la veracidad del análisis interior, por la maestría en las descripciones (la tormenta de nieve, la noche, el decorado de “Ágata”, etc.), por el sentido estético, cuando aparece, en algunas líneas, la imagen perfecta de una nube en el ocaso que se apaga “como carbones que se consumen”, etc., usted está destinado, lo aseguro, a escribir obras admirables, realmente artísticas. Usted se hará culpable de un gran pecado moral si no responde a esas esperanzas. Y lo que se necesita para esto es respetar el talento, que tan pocas veces se prodiga. Cesar todo trabajo apresurado. Yo no conozco su situación pecuniaria; si es usted pobre, pase aunque sea hambre, como antes la pasamos nosotros, guarde sus impresiones para mía obra trabajada, acabada, escrita en las felices horas de la inspiración y no de una sola plumada. Un trabajo hecho así será cien veces más apreciado que los centenares de hermosos cuentos que salpican los diarios; con un solo tiro obtendrá usted el galardón; será distinguido por la gente culta y, luego, por el gran público.
»Me han dicho que en estos días sus relatos aparecerán en un volumen; si es con el seudónimo de Chéjhonté, le ruego encarecidamente telegrafíe al editor para que lo publique con su verdadero nombre. Después de sus últimos cuentos en el Novoïe Vremia, después del éxito del “Picador”, ese nombre será bien recibido.
»Grigorovich
CARTA DE CHEJOV A GRIGOROVICH
«Moscú, 31 de marzo de 1886
»Su carta… me hirió como el rayo. Casi me ha hecho llorar, me ha emocionado y ahora siento que ha dejado una profunda señal en mi alma. Por haber sonreído a mis jóvenes años, que Dios le dé sosiego a su vejez. Yo no encontraría ni actos ni palabras con que testimoniar mi gratitud. Usted sabe con qué ojos la gente común mira a los elegidos como usted; puede entonces darse cuenta de lo que su carta significa para mi amor propio. Esa carta vale más que cualquier diploma, y para un escritor novel significa honorarios para el presente y para el porvenir. Estoy como hechizado. No me siento capaz de juzgar si merezco o no esa elevada recompensa. Se lo repito: me ha herido.
»Si hay en mí un don que es necesario respetar, entonces, lo confieso a la pureza de su corazón, yo no lo he respetado hasta ahora. Sentía que ese don estaba en mí, pero me había acostumbrado a creerlo insignificante. Para ser injusto, desconfiado en exceso y receloso consigo mismo, le bastan al hombre razones puramente exteriores. Tales razones, según puedo recordar, no me han faltado. Mis allegados nunca tomaron en serio mi trabajo de escritor y siempre me aconsejaron amistosamente que no cambiara por garabatos una profesión verdadera. Tengo en Moscú centenares de amigos y entre ellos decenas de autores, pero no puedo recordar a uno solo que me haya leído, o que haya reconocido en mí al artista. Existe en Moscú lo que se llama “el Círculo literario”. Talentos y mediocridades de todas edades y calañas se reúnen semanalmente en el salón de un restaurante y charlan. Si los encontrara y les leyera un párrafo de su carta se me reirían en la cara. Durante mis cinco años de correrías por los diarios me habitué en seguida a considerar con desdén mi trabajo; y me puse a escribir. Esta es la primera razón.
»La segunda, yo soy médico y estoy hundido hasta el cuello en mi medicina. El proverbio de que quien sigue dos liebres se queda sin ninguna, a nadie le quitó el sueño como a mí.
»Yo le escribo esto para liberarme así, aunque sea a medias, de mi gran pecado. Hasta ahora traté mi trabajo literario con extrema ligereza, con negligencia. No recuerdo uno solo de mis relatos en el que haya trabajado más de un día, y ese “Picador” que le ha gustado lo escribí mientras me bañaba. Así como los reporteros borronean sus noticias, así escribo yo mis cuentos: maquinalmente, en una semiinconsciencia, sin preocuparme para nada ni del lector ni de mí mismo… Escribía y me esforzaba por no gastar en mis narraciones imágenes y cuadros que me son queridos y que yo retenía para mí sabe Dios por qué, escondiéndolos cuidadosamente.
»Lo que en primer lugar me movió a la crítica de mis obras fue una carta muy amable y, hasta donde yo puedo juzgar, sincera, de Suvorine. Estaba a punto de escribir algo conveniente, aunque, sin embargo, no creía en la realidad de mi talento.
»Pero he aquí que de repente llega su carta. Perdóneme la comparación: actuó sobre mí como una orden del gobierno: “dejar esta ciudad dentro de las veinticuatro horas”. Es decir, sentí de pronto la absoluta necesidad de apresurarme, de salir lo más rápido posible de este lugar en el que me hundo…
»Me liberaré del trabajo apresurado, pero no será en seguida. Me es imposible salir de la huella en que me encuentro. No me niego a pasar hambre, como ya la he pasado, pero no se trata de mí… Entrego a la literatura mis ratos de ocio, dos o tres horas por día y algo de la noche, es decir, el tiempo que sólo sirve para trabajos mínimos.
»Trabajaré seriamente en el verano, cuando tenga más tiempo libre y menos gastos.
»Firmar mi libro con mi verdadero nombre es imposible, porque es demasiado tarde: la viñeta está lista y el libro impreso. Antes que usted, muchos petersburgueses me aconsejaron que no estropeara ese volumen con el empleo de un seudónimo, pero yo no los escuché, sin duda por amor propio. Mi libro no me gusta. Es un revoltijo, un montón desordenado de breves ensayos de estudiante, desplumados por la censura y por los redactores de diarios humorísticos. Creo que al leerlo mucha gente se sentirá defraudada. Si hubiera sabido que me leían y que usted me seguía, yo no habría dejado editar este libro.
»Toda la esperanza está en el porvenir. Tengo sólo veintiséis años. Tal vez llegue a hacer algo, aunque el tiempo pasa rápido.
»Disculpe usted esta larga carta y no censure a un hombre que por primera vez en su vida ha osado permitirse a sí mismo un placer tan grande como es una carta a Grigorovich».