La línea delgada
Griswold no había asistido a varias cenas consecutivas de las que habitualmente celebrábamos en el club. Pero en ese momento estaba sentado allí, en apariencia, profundamente dormido. Su bigote nevado e hirsuto se levantaba y se hundía con toda regularidad al compás de la respiración.
—No puede haber estado ausente por trabajo —dije yo—. Tiene que estar ya jubilado.
—¿Jubilado como qué? —preguntó Baranov con tono escéptico—. No creerán ustedes esas historias fantásticas que nos cuenta, ¿no?
—No lo sé —dijo Jennings—. La mayoría de ellas parecen plausibles.
—Es cuestión de opiniones —dijo Baranov—. En primer lugar, todas esas historias de espías y dobles agentes… apuesto a que son fruto de su imaginación. Les diré más, estoy seguro de que nunca salió de este país. ¿Qué clase de espía es el que nunca abandona su país? ¿Qué hay que hacer en los Estados Unidos?
El vaso de whisky con soda de Griswold, lleno hasta el borde y sostenido en el aire mientras dormía, sin que se derramara una gota, se movió apenas en dirección a los labios de nuestro amigo. Fue subiendo y por fin llegó a los labios. Griswold, sin signos de haber despertado, sorbió el whisky con delicadeza, apartó su vaso y dijo:
—No he dicho que nunca haya abandonado el país. —Abrió luego los ojos y prosiguió—: Aún cuando lo hubiese dicho, aquí mismo, en nuestro país, hay bastante que hacer para mantener ocupado a un agente. Hay una honrosa lista de los que murieron aquí, bajo nuestra bandera estrellada… Como Archie Davidson, para mencionar solo a uno.
Archie Davidson [dijo Griswold] nunca salió de los Estados Unidos, algo que ustedes, hombres de mentalidad uniformada, parecen atribuirme también a mí. Debo decir que en sus doce años de servicio en el Departamento Archie nunca dejó de estar ocupado.
¿Se les ha ocurrido, señores, que existen más de un centenar de embajadas extranjeras y un número mucho mayor aún de consulados dentro de los Estados Unidos?
Cada uno de ellos debe reunir información útil a su país, tal como lo hacen nuestras embajadas y consulados en el extranjero en nombre de nuestra nación. La recopilación de información debe realizarse en forma más o menos clandestina en muchos casos, ilegal y con fines que amenazan la seguridad de nuestro país.
Además, las batallas políticas internas de diversas naciones se libran dentro del territorio de los Estados Unidos. Hay distintos grupos terroristas, de disidentes o de gente que lucha por su libertad (se les da diferentes nombres, según el punto de vista) y que operan en nuestro territorio.
Todos estos casos exigen nuestra atención y Archie era un agente excelente: discreto, hábil y persuasivo.
Es importante que fuera persuasivo. Una de las tareas de cualquier agente capaz es lograr la confianza de alguien del lado opuesto. Quien trabaja para el enemigo es, obviamente, una excelente fuente de información, se trate de un individuo que ha abandonado su patria por principios, de un hombre codicioso que busca dinero u otras recompensas o, simplemente, de un charlatán con exceso de confianza en sí mismo. Como es natural, el primero representa la fuente más confiable de información y es quien tiene mayores probabilidades de correr grandes riesgos.
No había nadie como Archie para localizar al enemigo dispuesto a trabajar con nosotros en nombre de sus principios. En el momento al que voy a referirme, contaba con uno de estos hombres. Desde luego no teníamos mayores detalles, pero el Departamento tenía la certeza de que Archie tenia su desertor. Era la forma más sencilla de explicar el tipo y la confiabilidad de los datos que nos pasaba.
Por otra parte nunca tratamos de establecer quién era la fuente. Lo mejor es no averiguarlo.
Cuando se cuenta con un espía en el campo enemigo, cuanto menos se conozca su identidad, más seguro estarán el espía y su contacto. Basta que el agente confíe su identidad a un colaborador por confiable que sea para que se produzca un punto débil. Siempre es posible interceptar e interpretar mensajes, oír clandestinamente alguna palabra, comprender ciertos gestos. La conducta observada por dos individuos puede servir como una pista más confiable a los ojos del enemigo que la conducta de uno solo. Lo mismo puede decirse de la de tres personas y así sucesivamente…
Es mejor, entonces, que exista una línea sumamente delgada entre el agente y el informante enemigo, muy delgada, como digo. Si el agente es el único que conoce al informante, mejor. El informante mismo se siente más seguro si tiene la certeza de que sólo una persona está enterada de lo que hace. En este caso hablará con mucha mayor libertad. Archie tenía la habilidad de inspirar confianza y lo lograba porque sabía que nunca había sido un agente doble.
Para nosotros fue una pérdida especialmente lamentable que matasen a Archie.
No había manera de determinar si lo mataron en el cumplimiento del deber. Nadie dejó su tarjeta de visita. Simplemente lo encontraron muerto en el zaguán de una casa de una calle de arrabal en una de nuestras importantes ciudades del este.
Lo habían acuchillado y se habían llevado el arma. No tenía la billetera y era natural pensar que había sido víctima de un asalto.
Fue así como lo interpretó la policía local. Archie no era una persona muy conocida. Tenía esa manera profesional de disimular su presencia y se hacía pasar por empleado de un comercio de bebidas alcohólicas. La policía no tenía ningún motivo para dedicar especial atención al caso ni la prensa para moverse demasiado.
Tampoco podía el Departamento mostrar demasiado interés. En primer lugar, no descubrimos el hecho hasta bastante después de haber sucedido. En segundo lugar, habría sido contraproducente que el Departamento se pusiera al descubierto.
Parecía lícito suponer que el crimen no hubiera sido más que un asalto con robo vulgar sin relación alguna con el trabajo de Archie. En tal caso, sin duda habría sido un paso en falso dar lugar a que cualquiera se dedicara a vigilar (y desde luego vive vigilándonos una cantidad de gente indeseable) para descubrir que Archie había sido un agente nuestro. El descubrimiento podría haberlos llevado hasta otros y hubiera puesto en peligro buena parte de nuestro trabajo. En particular, podría haber puesto en peligro al informante enemigo que utilizaba Archie y que tal vez aún nos era posible salvar.
Por otro lado, no nos importaba mucho en realidad que a Archie lo hubiese matado un asaltante común o el enemigo. En el Departamento no creemos en la venganza. No vamos a perder el tiempo tratando de establecer quién mató a uno de nuestros hombres para poder matarlo nosotros. Nuestro trabajo es mucho más importante que melodramas de ese género. Además, aunque hubiesen matado a Archie por orden de una importante embajada extranjera, era muy probable que el asesino fuese algún drogadicto pagado que ni siquiera sería capaz de recordar los pormenores de su contratación.
No, lo que era importante para nosotros era el trabajo de Archie, no Archie. Y la parte más importante de su trabajo era en aquel momento su relación con el informante enemigo, esa línea delgada, tan delgada, en verdad, que estaba trazada sólo entre esas dos personas y que ahora, al haber muerto una de las dos, se había cortado.
A menos, sin duda, que de alguna manera Archie hubiese conseguido dejar información que nos permitiera reconstruir la línea. No parecía muy probable que lo hubiese hecho, pero habría sido su deber y, por lo tanto, había que estudiar la posibilidad.
Como era natural, me tocó a mí encargarme de los tratos con la policía. Mi aire de serena autoridad siempre daba resultado frente a ella y calmaba las aguas tormentosas que se levantaban en forma inevitable cuando la gente local temía que la avasallasen las autoridades federales. Dediqué mucho tiempo a ciertas maniobras que me servían para ocultar el motivo preciso por el cual Washington se interesaba en el caso, pero no quiero aburrirlos con esa parte. Contaré la historia en forma mucho más directa de cómo ocurrió en realidad.
—¿Estaba aún vivo cuando lo encontraron? —empecé por preguntar.
—Qué va… Hacía por lo menos tres horas que había muerto.
—Qué lástima. Siempre es mejor cuando les resta un poco de vida y pueden decir algo.
—¿Cómo por ejemplo, «El hombre que me mató era» para luego estirar la pata antes de llegar a dar el nombre?
—Es preferible que lleguen a dar el nombre. Supongo que no dejó ningún mensaje, ¿no?
—Usted habla de esos que se escriben con la propia sangre en el pavimento. —El hombre de Homicidios estaba apunto de perder los estribos, pero no le di el gusto—. Había un poco de sangre en la chaqueta que llevaba, pero nada cerca de las manos ni en ellas. Y lo que es más, no había garabatos en el suelo, ni palabras formadas con cáscaras de banana u otra basura. Mire, le faltaba la billetera y lo más que pudimos hacer fue establecer su identidad.
—¿Le revisaron los bolsillos?
—Claro.
—¿Nada interesante? ¿Tiene una lista?
—Tengo algo mejor —dijo el detective—. Aquí tiene lo que había. —Al decir esto me pasó una bolsa de plástico y dejamos caer su contenido sobre el escritorio.
Revisé el material. Llaves, monedas, un peine de bolsillo, una agenda, un estuche para anteojos, un bolígrafo. Revisé la agenda. No había nada en ella pero sí varias hojas arrancadas. El buen agente registra lo menos posible en blanco y negro. Si por alguna razón tiene que anotar algo, se deshace de ello lo más pronto posible.
—¿Nada más? —pregunté. El detective agitó la bolsa de plástico sin decir una palabra. Con la sorpresa que es de imaginar vio cómo caía del interior una bolita de papel. La levanté y estiré el papel. Decía con letras irregulares, todas mayúsculas LLAMAR TAXI.
El papelito era una hoja de la agenda. Utilicé el bolígrafo para hacer algunas marcas en otro pedazo de papel sobre el escritorio y comprobé que correspondían en cuanto a color y grosor del trazo.
—¿Fue escrito esto después del crimen? —pregunté.
—Podría ser —respondió el detective, encogiéndose de hombros.
—¿En cuál de los bolsillos lo encontraron? ¿Estaba ya convertido en una bolita? ¿Dónde estaba el bolígrafo?
Debimos localizar al policía que descubrió el cuerpo de Archie y también al detective que llegó a la escena del crimen. Los resultados fueron definitorios. La bolita de papel estaba en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. El bolígrafo sujeto por la mano derecha de Archie, estaba en el bolsillo derecho. Si nadie había tenido en cuenta esos detalles, era porque no se le había dado mayor importancia al asesinato.
Sin embargo, era claro que el último esfuerzo de Archie, excelente agente como era, nos proporcionaba importante información. Tenía que aludir de algún modo a su contacto, a alguna forma de reconstituir la línea de enlace.
Me puse a reflexionar. Archie no decía qué taxi se debía llamar. ¿Era el de una compañía en particular? ¿Utilizaba él alguna compañía en particular y en tal caso, podríamos averiguar cuál era? ¿Había algún mensaje que nos fuese posible obtener si consultábamos las páginas amarillas de la guía telefónica y revisábamos la sección «Taxis»? ¿O bien se trataba de otra cosa?
Pensé con gran concentración durante un minuto y luego adopté un curso de acción que me permitió localizar al informante enemigo y reconstituir la línea. Antes de que el otro lado localizase al informante y la tomara por su cuenta, tuvimos tiempo de reunir varios elementos de juicio que contribuyeron a la solución satisfactoria de la crisis de los misiles en Cuba. Fue, pues, un desenlace feliz…
(#)
—Ni se te ocurra —dije, pisándole un pie para impedir que se durmiese—. No nos has dicho lo importante.
Griswold frunció el ceño.
—Por supuesto que se los dije. Adopté un curso de acción que me permitió localizar al informante enemigo y…
—Sí, pero ¿cómo? ¿A qué compañía de taxis llamaste?
—No llamé a ninguna. Por favor, hombre, no me digas que no comprendiste. Cuando haces un llamado dentro de la ciudad, marcas siete números. Cada número, del 2 al 9, tiene siete letras incluidas sobre el disco, que se remontan a la época en que las estaciones telefónicas tenían nombres. Tenemos ABC en la posición 2, DEF en la posición 3, y así, sucesivamente. Es posible dar un número formado por letras, siempre que no contenga ni unos ni ceros. En el «1» no hay letras, y en algunos diales hay solo una zeta asociada con el «0».
Por ello no tuve que llamar a la compañía de taxis. Marqué T-A-X-I-C-A-B, que corresponde en números a 829-4222. Este era el punto de contacto. Sin duda, a Archie le resultó más fácil recordar la palabra que la combinación de números y, cuando agonizaba, todo lo que recordó fue la palabra… Por eso, ya desesperado, la garabateó.