EPILOGO

Tenía la vaga sospecha de que cuando entregué «Había una Vez una Joven» y le dije a Eric que con ese había ya bastantes cuentos para formar una colección completa, suspiraría aliviado y diría:

«Gracias a Dios, dejarás de escribirlos para nosotros». Si lo hubiera dicho no voy a negar que me habría dolido un poco. Pero tampoco iba a tardar mucho en recuperarme. Después de todo, crear un nuevo episodio de Griswold durante la primera semana de cada mes no deja de ser una tarea. Y no es lo único que tengo entre manos.

Pero Eric no dijo tal cosa. Lo que dijo fue: «¡Qué bien!» Le pregunté entonces: «¿Están cansados de mis cuentos, Eric? ¿Quieres que deje de escribirlos?»

Él se mostró sorprendido y respondió: «Claro está que no. ¿Por qué? ¿Piensas dejar de escribirlos?»

¿Qué podía decirle? Tengo mi amor propio. «No, por supuesto que no», respondí. «¿Cansado? ¿De imaginar un nuevo enigma cada mes? No seas tonto. Con una docena o más de libros contratados para su publicación, ¿qué otra cosa tengo que hacer?»

Continuaré, pues, y dentro de dos años y medio, más o menos, suponiendo siempre que la tarea no me mate, tendré treinta enigmas más. Creí que tenía la obligación de no pillarlos desprevenidos.