Medio fantasma

La mayoría de los debates durante las veladas de los martes en el club surgen de nuestra indignación moral. Al parecer aquella noche era Baranov el que estaba de turno.

—Hay unos ocho diputados —dijo— a los que están investigando por sospechas de que consumen cocaína que les es suministrada por una banda de empleados jóvenes del Congreso. Mira, me parece repugnante.

También a mí me parece repugnante, pero me sentía irritado y por ese motivo, dije:

—¿Por qué? ¿Cuántos diputados más viven borrachos la mitad del tiempo? ¿Cuántos más están embotados mentalmente por el humo de su tabaco? ¿Por qué hacer tanta diferencia entre diferentes adicciones?

—Ciertas adicciones —señaló Baranov— son ilegales, lo cual marca una diferencia, o por lo menos, debería marcarla en el caso de un diputado.

—¿Cuántos de ellos escamotean cifras al máximo cuando tienen que pagar sus réditos? También eso es ilegal.

Jennings me señaló con un dedo.

—Ya está hablando Don Liberal. Si no prohíben el tabaco por el hecho de que él no fume, bien podrían permitir el consumo de cocaína.

Con tono glacial, respondí:

—Da la casualidad de que tampoco soy cocainómano. Solo trato de decirles que la hipocresía no es una respuesta. O solucionamos los problemas sociales que dan lugar a la drogadicción, y en ella incluyo el tabaco y el alcohol, o será lo mismo que tratar eternamente de vaciar el océano con un colador.

El suave roncar de Griswold, pareció entrecortarse. Separó las piernas, que tenía cruzadas, parpadeó al mirarnos, pues era obvio que nos había oído a pesar de dormitar como solía hacer siempre. Arte de magia, quizá…

—Los responsables del cumplimiento de la ley deben hacerla cumplir, sea útil o no —dijo—. Otros deben solucionar los problemas sociales.

—Y seguramente tú hiciste tu parte —dijo Jennings con sorna.

—Una que otra vez —respondió Griswold—. Cuando me pedían ayuda. Recuerdo que una vez intervine en el hecho una historia de fantasmas, en cierto modo, diré. O por lo menos, medio fantasma.

Mientras bebía pequeños sorbos de whisky con soda, adoptó una posición más confortable en su sillón. Nos dimos cuenta de que estaba por hacerse el dormido otra vez, pero un zapato de Jennings le golpeó suavemente un tobillo.

—No… —dijo Griswold con tono de ingenua sorpresa—. ¿Querían oír la historia?

No es muy frecuente que soliciten mi ayuda en casos policiales comunes [dijo Griswold], ni que los métodos habituales de encararlos sean los que prescribió el inventor Edison para ser un genio: noventa y nueve por ciento de traspiración y uno por ciento de inspiración.

Si por ejemplo, existe la sospecha de que en algún punto está operando una banda de narcotraficantes que está tan fuera de todo control que no es posible pretender que no existe el momento en que comienza a llegar a la escuela pública, por ejemplo, a las mismas comisarías de policía o al Congreso, como sospechamos en este momento las fuerzas legales se ponen en movimiento.

Gran cantidad de gente debe realizar una paciente y silenciosa labor cumpliendo tareas de seguimiento, investigación, selección de datos recogidos y demás… Trabajan sin horarios, privándose de su derecho al descanso y arriesgando el pellejo.

Lleva mucho tiempo y, de vez en cuando, se confisca una cantidad importante de heroína, cocaína u otra droga. Se arresta y aun se condena a unas cuantas personas implicadas en la operación y los diarios salen ganando con la divulgación de la noticia.

Las drogas confiscadas, cuando se las destruye eficazmente, nunca llegan a tocar la fisiología humana. Se saca de la circulación a los narcotraficantes por lo menos durante un tiempo. Aun así, siguen llegando drogas al mercado y siempre hay narcotraficantes que aparecen por alguna parte. Como ha dicho nuestro amigo, se parece bastante a tratar de vaciar el océano con un colador.

Y a veces —la mayor parte del tiempo— el resultado de los esfuerzos es menos que espectacular. Se confisca la droga en cantidades insignificantes, cuando se la confisca, y el majestuoso brazo de la ley debe apoyarse en los hombros de los miembros menores de la fuerza policial o bien en los de los impotentes y desgraciados drogadictos, que son más víctimas que pecadores en realidad.

Sin embargo, como dije ya, mis amigos del departamento de policía tienen que continuar luchando, haciendo lo que pueden. Es su misión, y si vamos a asignar responsabilidades por las dificultades del mundo, sería justo mostrarse indulgentes con ellos, por lo menos en la mayoría de los casos y la mayor parte del tiempo.

Pienso que a cualquier funcionario policial que dirige una investigación sobre drogas puede sucederle que un procedimiento al parecer de rutina se convierta de pronto en forma inesperada en un golpe importante. Aparece un elemento de juicio que puede, quizá, abrir el camino hacia los cuadros superiores del tráfico de drogas. Aparte de consideraciones de orden material —verse de pronto objeto de atención de los medios, ascensos, aumentos de salario— el funcionario en cuestión puede experimentar la satisfacción de asestar un golpe en favor de las fuerzas de la decencia y la vida civilizada.

En general, es el noventa y nueve por ciento de traspiración lo que lleva a la policía a esa etapa y es entonces cuando se pretende actuar con celeridad sin darle al enemigo la posibilidad de ocultarse ni de rodearse por una barrera protectora. Pueden requerir a veces ese uno por ciento de inspiración, y… si son inteligentes, es en ese momento cuando la policía acude a mí.

Fue precisamente eso lo que el teniente de policía hizo esa ocasión, hace unos veinte años. Era un viejo amigo mío y no tenía yo inconveniente alguno en ayudarlo si estaba en mis manos hacerlo.

—Griswold —dijo, levantando el pulgar y el índice arqueados para dejar un espacio de unos dos centímetros—, estoy a esta distancia de descubrir la pista de algo que puede llevarme a la arteria principal de la corriente de ingreso de drogas a esta ciudad.

—Excelente —comenté.

—Pero puedo no lograr cerrar este pequeño espacio. Me falta medio fantasma.

—¿Qué? —Por un instante creí que el teniente intentaba hacerme objeto de alguna broma, a pesar de que era notoriamente pobre en materia de humorismo.

—Tenemos una línea de investigación que nos ofrece casi la certeza de que podamos identificar a alguien que será el medio de información perfecto para llegar a la cumbre.

—¡Préndalo! —Dije, pues me provocan impaciencia los rodeos en momentos en que es esencial una acción directa.

—No podemos —me dijo—. Sabemos sólo su apodo. Le llaman Medio Fantasma.

—No habla en serio.

—Según parece, se lo confirió él mismo y es el único dato que tenemos. En cuanto a nuestras probabilidades de identificarlo, yo diría que es más bien un fantasma entero.

—¿No tienen idea de dónde puede estar?

—Sí, la tenemos. Ciertas pruebas indirectas nos llevan a sospechar que es miembro de los Cintos Negros, una pandilla callejera.

—¿No hay probabilidad de que uno de ellos declare en favor de la policía, si se le ofrece el debido incentivo?

El teniente puso los ojos en blanco, como pidiendo al cielo que le diese paciencia para soportar mi tontería.

—¿Que hable uno de esos delincuentes juveniles? La regla principal en ese código de honor pervertido que tienen es no hablar. Además, para cuando lográsemos «ablandar» a uno de ellos, Medio Fantasma sabría que estamos detrás de él y desaparecería.

—Detenga a toda la pandilla.

—No podríamos mantenerlos detenidos. No estamos en un estado policial, por desgracia, creo. Y esto también alertaría al resto. ¿No hay alguna manera de que usted pueda decirnos quién es Medio Fantasma, con alguna probabilidad de que podamos sorprenderlo y conseguir que nos dé la información que necesitamos?

—¿Tiene usted algo de lo cual pueda yo partir? ¿Cualquier cosa? Ni siquiera yo puedo darle algo a cambio de nada.

—Sospechamos que Medio Fantasma tiene algo que ver con su nombre de pila. No me pregunte qué. Algún chiste privado, exclusivamente de él, sospecho. La dificultad es que tenemos los nombres de pila de los diez miembros de la pandilla, los que tienen edad y fuerza suficiente para ser Medio Fantasma, pero ni uno solo de ellos significa nada para nosotros que tenga relación con un fantasma.

—¿Cuáles son esos nombres?

—Aquí están, por orden alfabético.

Miré la lista: Alex, Barney, Dwayne, Gregory, Jímmy, Joshua, Lester, Norton, Roy, Simon.

Incrédulo, dije:

—¡No me diga que uno de ellos se llama Dwayne!

—Lo llaman en general Bugsy. Cada uno de ellos tiene su apodo, pero a uno lo llaman además Medio Fantasma. ¿Cuál de ellos?

—Escuche —dije—. Si el apodo de uno de ellos fuese Rock, estaría bastante seguro de que proviene del nombre Simon. En arameico Simon quiere decir «roca», según la Biblia. Por eso al apóstol Simon se le dio el nombre de Petrus en latín, o Peter en inglés. La mayoría de la gente lo sabe. Pueden saberlo incluso esos delincuentes juveniles. Si el apodo fuese King o rey, yo apostaría por Roy, correspondiente a rey en francés. Si fuese Jericho, apostaría por Joshua.

—¿Por qué me dice todo esto? El apodo es Medio Fantasma.

—¿Está seguro? ¿No hay error?

—¿Quién puede estar ciento por ciento seguro? Digamos que lo estamos en un noventa por ciento.

—¿Está seguro de los Cintos Negros?

—Noventa por ciento, también.

—¿Está seguro de los nombres de pila?

—Ciento por ciento. Controlamos los certificados de nacimiento. Además, Griswold, tengo prisa. Lo necesito ahora. Vamos, estudie la lista.

Volví a mirarla.

—Decididamente no es nada que sea obvio.

—Si fuese obvio, ¿recurriría a usted?

—¿Sabe algo acerca de estos muchachos, aparte de sus nombres? ¿Antecedentes escolares?

—Todos fueron a la escuela… oficialmente. Cuánto tiempo asistieron, cuánto aprendieron…, supongo que saben leer más o menos. Pero están educados en la calle y no son nada tontos.

—¿No recibió alguno de ellos educación de verdad? Haber terminado estudios secundarios, por lo menos. Concurrido a la universidad, quizá. No me diga cuál. Dígame tan sólo si alguno fue universitario. Si uno de ellos es aficionado a la lectura y si se sabe que frecuenta alguna biblioteca… cualquier dato como ese.

El teniente se mostró sorprendido.

—En realidad, uno de ellos fue a la universidad. Concurrió a una de las universidades municipales antes de abandonar sus estudios. No tomé ese dato muy en serio. Hoy en día las universidades aceptan a cualquiera, ¿sabe? Sean cuáles sean sus antecedentes anteriores. ¿Quiere que revise otra vez su declaración?

—Tal vez no sea necesario. ¿Uno solo, dijo?

—Uno solo.

—¿Podría ser este? —pregunté, señalando uno de los nombres de la lista.

El teniente se quedó atónito.

—Sí. ¿Cómo diablos pudo haberlo deducido de esa lista? —preguntó por fin.

Se lo dije y añadí:

—¡Deténgalo!

El teniente así lo hizo y lo que siguió no fue quizá estricta y enteramente legal —ocurrió poco antes de hacer su aparición en la escena la Suprema Corte— pero consiguió dar su gran golpe. Hay que admitir que, en cierto sentido, esta es una historia de fantasmas.

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Griswold bostezó, bebió un trago de su whisky y cerró los ojos, pero Baranov, que había copiado la lista de nombres cuando los dio Griswold, le dijo:

—Qué diablos, Griswold, en esta lista no hay nada que tenga que ver con un fantasma ni con la educación y no nos digas lo contrario.

Griswold esbozó su sonrisa desdeñosa.

—Un fantasma es un espectro, ¿no? Una aparición incorpórea. Bien, cuando Isaac Newton hizo pasar por primera vez la luz solar por un prisma, obtuvo un espectro de colores, una aparición inmaterial. Por ello lo llamó espectro, nombre que le damos todavía. Los que estudian física en la universidad o incluso en la escuela secundaria tienen que saberlo. Y si el muchacho tenía sentido del humor, cualidad de la que carecía el teniente, habría considerado el espectro como un fantasma.

El espectro está formado por una serie de colores y, como dije, esos colores están dispuestos en un orden determinado. En idioma inglés, para que los alumnos puedan recordar de memoria esos colores en su orden correcto, suele dárseles una oración, como por ejemplo, Read Out Your Good Book in Verse, es decir, «Lee tu buen libro en verso». Las iniciales de cada palabra de esta oración representan los siete colores, es decir, Red, rojo; Orange, anaranjado; Yellow, amarillo; Green, verde; Blue, azul; Indigo, índigo y Violet, violeta. Aunque índigo no se incluye en general. Es un azul oscuro. Podemos representar entonces estos colores por sus iniciales y el espectro o fantasma es ROYGBY si omitimos el índigo. Las letras que componen la primera mitad de la sigla son ROY.

Si Roy era el único miembro de la pandilla con cierto nivel de educación, y si ROY representa, en cierto modo, medio espectro o fantasma, ¿qué otros datos hacen falta?