La pieza favorita

No es correcto —no se hace— cantar en la biblioteca de nuestro club. Lo reconozco. Lo que ocurría es que la noche anterior había asistido a uno de nuestros encuentros sobre temas musicales de Gilbert y Sullivan y tenía la cabeza llena de canciones como siempre. Por eso entré muy alegre, saludando con la mano a los otros y entonando, no muy fuerte, diré: «Cuando el viento de la noche presta alas a mi coche y el murciélago en la luna vuela ya…» con mi resonante voz de barítono.

La expresión de Jennings y de Baranov era estoica, pero Griswold abrió los ojos y preguntó con el tono más desagradable posible.

—Bien. ¿Qué es ese espantoso ruido?

Callé de inmediato y dije:

—No es un ruido. Es un fenómeno que me encanta y que llamo música.

—Sospecho que también te gustará llamarte apuesto, pero nunca lograrás el consenso general en ninguno de los dos casos.

—Lo que te pasa a ti —dije con cierta vehemencia, admito— es que careces totalmente de oído.

—Que tenga oído o no —dijo Griswold— no altera el hecho de que por respeto a la memoria de Sir Arthur Sullivan estás inhibido de estropearle su obra.

Inesperadamente, dijo Baranov:

—No me digas que tú también eres admirador de las operetas de Gilbert y Sullivan, Griswold.

—La verdad es que no, pero una vez…

Griswold se detuvo para beber y los demás esperamos. Sabíamos que nada lo haría callar.

Existen en el mundo individuos tales como los asesinos a sueldo [dijo Griswold]. Son difíciles de manejar, porque trabajan con destreza profesional y no hay manera de relacionar a la víctima con el asesino desde el punto de vista de los móviles. Es muy grande el número de crímenes de este tipo que quedan sin resolver y la policía suele sentirse particularmente frustrada ante su fracaso. La irrita en especial encontrarse en la pista de uno y carecer de ese pequeño último elemento que les permita evitar un asesinato o bien atrapar a un asesino.

Es en circunstancias como ésta cuando se les ocurre llamarme. Por alguna razón, suponen que aun cuando todo los demás fracasen, yo triunfaré. Soy la imagen de la modestia, como saben, pero sin duda los hechos hablan por sí mismos.

El capitán me dijo:

—Hemos hecho grandes progresos, Griswold. Estamos sobre la pista de un grupo muy listo y muy bien pagado de asesinos, pero no hemos logrado llegar al punto de poderlos poner contra la pared delante de un juez y un jurado. Ahora tenemos la oportunidad de sorprender a uno que está apunto de entrar en acción, siempre que nos movamos con rapidez… y que sepamos exactamente qué hacer.

—Supongamos que me cuenta todo lo que sabe.

El capitán carraspeó.

—Mantenemos a estos asesinos a sueldo bajo vigilancia, sabe, dentro de lo posible. Pero tenemos que tener mucho cuidado porque no queremos que lo adviertan y, dadas las condiciones reinantes hoy en día, tenemos recursos limitados y es mucho lo que desearíamos hacer sin tener cómo.

—Doy por sobreentendido todo eso —dije—. ¿Qué sabe usted?

—Solo unos pocos fragmentos de diálogo.

—¿Obtenidos cómo?

—No viene al caso. No podemos presentarlos a la corte, pero son auténticos.

Me encogí de hombros y dije:

—Prosiga.

—Llegó uno de estos personajes diciendo, o mejor dicho, entonando «Un día pasará que encuentren a una víctima… y tengo la listita. Y tengo la listita». El segundo hombre preguntó: «¿Ah, sí?» y el primero le contestó: «Y la pieza favorita. Y la pieza favorita». Desgraciadamente no hay nada más. Sólo eso.

—Y ellos se pusieron fuera del alcance del micrófono oculto, ¿no? ¿O lo encontraron?

El capitán hizo un ruido ronco desde el fondo de la garganta.

—Veo que el primero estaba cantando un trozo de opereta de Gilbert y Sullivan.

—Me dicen que es de El Mikado. No estoy muy familiarizado con ese tipo de música.

—Los asesinos parecen tener cierta cultura de clase media.

—No son el tipo del asesino común —dijo el capitán—. Pero son igualmente eficientes.

—¿Les ha sido de alguna utilidad ese fragmento de diálogo?

—¡Hasta cierto punto! Descubrimos su modus operandi. Por lo menos hay dos asesinatos que creemos poder relacionar con ellos, cada uno registrado durante una función teatral del género en el que se oyen esporádicos aplausos y en los que estos aplausos se producen, indefectiblemente en determinados puntos.

—Prosiga.

—Nadie repara en un desconocido durante los aplausos. Todos están concentrados en el escenario, donde los ejecutantes o los actores sonríen haciendo reverencias y muecas. Si entra alguien y ocupa un asiento durante una de estos estallidos de aplausos y se retira cuando se produce el siguiente, nadie, absolutamente nadie, lo ve. Nadie es capaz de describirlo.

—¿Y la gente a quienes les pisa los pies al pasar?

—La platea vacía está en punta de fila. La víctima ocupa la segunda del pasillo. El asesino se sienta junto a la víctima. Durante los aplausos siguientes, el asesino se ubica un pequeño disparador de flechas contra las costillas, lo dispara y se retira. La víctima apenas lo siente, estoy seguro, pero la flecha está envenenada y en tres minutos se produce la muerte. Se inclina hacia adelante y nadie sabe que se ha muerto hasta que termina la función y el hombre no se levanta. Sabemos que alguien estuvo sentado junto a él en algún momento de la función, pero no tenemos testigos que sean de la menor utilidad.

—Muy inteligente, pero sin duda ustedes pueden establecer quién lo planeó. ¿Quién compró la entrada de la víctima y entregó una adyacente al asesino?

—La víctima la adquiere personalmente, dos plateas sobre el pasillo, solo que su mujer no va. Sufre un dolor de cabeza terrible. El hombre entrega la segunda entrada al taquillero y dice que espera a otra persona más tarde. La mujer no llega, pero el asesino, sí.

—Me suena como si la mujer hubiese contratado al asesino.

—Tenemos que probarlo —dijo el capitán—. Supongamos que esperamos que llegue alguien en mitad de la representación y ocupe la platea del extremo de la fila. Si tenemos una mujer policía disfrazada de vieja inválida en una silla de ruedas, podemos entonces moverla por el pasillo hasta la platea del extremo de la fila que está dos filas detrás de la del hombre. El hombre estará mirando al frente porque no quiere volver la cabeza en ninguna dirección para que alguien lo vea mejor, de modo que no verá a nuestra mujer policía. Las sillas de ruedas colocadas en el pasillo no dejan de ser frecuentes hoy, cuando se aboga por derechos iguales para los discapacitados.

»Entonces, en el instante anterior al comienzo del aplauso esperado, la mujer moverá su silla de ruedas hacia adelante hasta colocarla junto a la platea del asesino. Si el hombre es el asesino, extraerá su disparador de flechas, pero ella le pondrá un arma de verdad contra las costillas y otros dos policías lo cercarán. Lo tendremos a nuestra merced y le arrancaremos toda la información que podamos sobre el resto de la gente implicada en la organización. Para eso existe la negociación por proporcionar datos a la policía.

—Me suena muy bien. Vayan y hagan todo esto.

—No puedo —se quejó el capitán—. No sé quién es la posible víctima y por lo tanto no puedo localizarla. No sé cuál es la función donde tendrá lugar ni en qué momento entrará el asesino o se retirará.

—Puesto que usted me describió esos fragmentos de diálogo oídos y al parecer cree que son auténticos, yo diría que la función que buscamos es El Mikado.

—Hasta a mí se me ocurrió, pero no es. Bien, déjeme explicarle lo que hemos hecho.

El capitán se echó hacia atrás en su asiento y me miró de mal talante.

—Para empezar, tenemos motivos para creer que el asesinato tendría lugar en este mes y en algún punto de esta ciudad. No tenemos el ciento por ciento de certeza, pero sí el noventa y cinco… y no se anuncia la representación de El Mikado durante esta primavera en la ciudad ni en ninguna próxima.

»Pensamos entonces que podría tratarse de otra producción de Gilbert y Sullivan. Escribieron una docena de operetas, en las cuales, dicho sea de paso, me he vuelto un experto. Resulta que hay tres producciones este mes a cargo de tres grupos diferentes de aficionados: Iolanthe, Princess Ida y H.M.S. Pinafore.

—De modo que redujo las posibilidades a tres —observé.

—Sí. Pero ¿cuál de las tres?

—Hay que estudiarlas todas.

El capitán apretó los dientes.

—Hay seis funciones de Iolanthe, cinco de Princess Ida y ocho de H.M.S. Pinafore. Diecinueve en total. ¿Cree usted que yo puedo dedicar una misma cantidad de mis hombres a despilfarrar todo ese tiempo?

—Impedirá un asesinato.

—¿Y cuántos otros crímenes ocurrirán o quedarán impunes, por haber permitido que todos mis hombres estuviesen concentrados en esto? Existe ese factor que se llama efectividad y costo en la policía. De algún modo debo reducir el número de posibilidades. Por eso lo necesito.

—¿Usted me necesita a mí? ¿Qué puedo hacer?

—Decirme la pieza favorita.

—¿Qué?

—El hombre dijo, el hombre que canturreó «y tengo la listita» que era la pieza favorita. Supongo que se refiere a la pieza que puede provocar los aplausos más ruidosos y prolongados, lo cual tiene sentido, salvo que ¿cómo podemos decidir cuál es?

—¿Cómo puedo decírselo yo? —pregunté a mi vez—. No soy un fanático de Gilbert y Sullivan.

—Yo, tampoco. Pero hay un miembro del Departamento que tiene un amigo que sí es un fanático. Hablé con él.

—Muy bien.

—No sirvió para nada. En Iolanthe dice que hay un trío, «Corazón tímido nunca conquistó a una bella mujer» que a menudo hace detenerse la función. Pero también está el «Solo del Centinela», y la «Pesadilla del Canciller», y todo el final del primer acto. Dice que cada uno de estos números tiene sus adeptos. En el caso de Princess Ida están el trío, «Altiva, humilde, coqueta o libre» o bien «Una bella dama de alto linaje», sobre una princesa y un mono; y también la canción de Gama donde dice que es un filántropo. Dice que cualquiera de ellas podrían ser… y en H.M.S. Pinafore, enumeró una docena de temas, se lo juro. «Me llaman Rariunculita», «Cuando era un Joven», «Soy capitán del Pinafore», «No importa el porqué ni el cómo» y otras. Terminó diciendo que no había manera de elegir una pieza favorita porque cada uno tiene su tema predilecto y todos ellos son espléndidos.

—La cosa se presenta mal —comenté.

—Pero estuve pensando. La persona a quien oyeron cantar no dijo «Mi pieza favorita» sino «La pieza favorita» como si no se tratase de una preferencia personal sino general. Reflexioné sobre ese punto y decidí que no es una cuestión de pensar en términos exclusivos de Gilbert y Sullivan. Hay algún truco en esto y lo mejor que podía hacer era consultar a Griswold. Dígame que se le ocurre algo, por favor.

Nunca le había visto una expresión tan suplicante en todos nuestros años de amistad.

—Entiendo que quiere que elija una pieza de una función teatral que será la que verá el asesino, todo basándome en ese pedacito de diálogo que oyeron ustedes.

—Sí. Se lo dije. Era correr un albur, elegir una probabilidad muy remota, pero no pude resistirme a sus ruegos y se dio el caso de que tuve razón.

(#)

Griswold terminó su bebida, con mirada astuta nos dijo a través de su bigote blanco:

—Como ven; puede que no tenga oído, pero soy capaz de comprender una pista musical.

Indignado, exclamé:

—No hay tal pista. Yo soy un experto en Gilbert y Sullivan, y puedo afirmar que no hay forma de decidir cuál es la pieza favorita en ninguna de las operetas.

—No la hay para ti —dijo Griswold con sarcasmo—, porque tú pensaste que «Tengo una listita» era una cita de El Mikado. ¿No podría haber sido más bien un juego de palabras? Supongamos que escribimos la palabra correspondiente a «lista» en inglés, o sea list, como LISZT. La palabra se pronuncia del mismo modo, pero ahora estamos refiriéndonos a Franz Liszt, el compositor húngaro que escribió una serie de piezas entre las cuales la favorita de todos es la «Rapsodia Húngara N° 2». Aquí no se habla de gustos personales. Es la favorita. En la Filarmónica, el programa de una noche determinada incluyó la «Rapsodia Húngara» de Liszt. Fue objeto de aplausos estruendosos, como siempre. Protegida por estos aplausos, la policía prendió al asesino, luego desbarató la banda de asesinos a sueldo, salvó al marido y consiguió que la mujer fuera a dar con sus huesos a la cárcel.