Capítulo 7
SARAH VOSKOVEK, 2:20 de la tarde
Eran casi las dos y media cuando bajé a la oficina de Sarah.
Sus primeras palabras fueron:
—Sé lo que ha pasado. Fue Michael Strong.
—Sí —dije—. ¿Te importa si me siento?
Era simplemente una formalidad. Me senté y estiré las piernas.
—Supongo que habrás comido.
—No —dijo—. Tuve que hacer cosas para no pensar en ti y lo que estuvieras haciendo con Tony, de modo que me puse a trabajar en lo de la campaña de publicidad y tomé las decisiones finales. Ya se ha acabado.
—Me alegro, si te hizo no pensar en mis problemas.
—No lo consiguió. Pero tenía…
—¿Fe en mí?
—No, estaba demasiado asustada para tener fe. Tenía esperanza.
—Salí bien parado, de modo que tu esperanza estaba justificada. Tampoco yo pude comer. En la medida en que has acabado el proyecto en que estabas comprometida, según dijiste un día, ¿puedes salir conmigo?
—Estaba deseando que pudiéramos hacerlo.
—Bien, tus deseos se verán cumplidos.
Ella se alejó un momento y yo hice uso del lavabo de caballeros que había en el vestíbulo (no pude usar el de la habitación 1511), y luego salimos del hotel en busca de luz y aire. La lluvia que había caído por la mañana había desaparecido y el sol aparecía por momentos a través de las nubes. Nos metimos en un taxi para alejarnos del escenario de forma más efectiva que una caminata, y fuimos a un restaurante escandinavo sito bien en lo alto de la ciudad.
Puesto que había pasado la hora de la comida, el restaurante estaba prácticamente vacío, lo que me pareció muy bien. Comimos suculentamente de lo que había disponible. Excepto para llenar en dos ocasiones nuestras tazas de café, no fuimos molestados siquiera por los camareros.
—Descubriste quién fue esta mañana —dijo Sarah—, ¿no? ¿Cuando dijiste algo sobre una pluma que no estaba donde tenía que haber estado?
—Lo descubrí la pasada noche —dije—, supongo, cuando estuve farfullando medio dormido y medio fuera de combate. Cuando me contaste lo que había estado diciendo, me acordé.
—¿Podrías explicármelo?
—De mil amores. Verás, se lo he contado a Marsogliani y a la policía, pero lo mínimo posible, de modo que rabio por explicarlo de punta a cabo. Todo es una cuestión de plumas, ya ves, del principio al fin. Están las plumas que olvidé llevar a la habitación de Giles, las plumas que Strong utilizaba para transportar la heroína, las plumas que se secaron. Si tuviera que escribir una novela sobre esto, la llamaría El caso de las Tres Plumas, pero es Asimov quien la escribirá probablemente… tengo que presentarle los hechos… y él está dispuesto a llamarla Asesinato en la Convenció.
—Imagino transportar heroína en plumas —dijo Sarah.
—¿Por qué no? Todo el mundo tiene una pluma; nadie les presta atención. Y la gente siempre las pide prestadas. Cualquiera podía acercarse a Strong, pedirle una pluma, usarla brevemente, y devolverle una diferente. Y en un hotel no se notaría nada. ¿Quién sabe cuántos otros en cientos de otros sitios están haciendo lo mismo?
—¿Por qué tres plumas, precisamente? Porque dijiste El caso de las Tres Plumas.
—Es una referencia a las tres plumas que usó Giles para la sesión de firmas. Al comienzo llevaba una pluma consigo, una vieja. Llamémosla Pluma Uno. Debería haber tenido más, y las tenía… en el paquete que nunca entregué. Y porque no las entregué, acudió a la sesión de firmas con la Pluma Uno y nada más. Era una pluma ordinaria, con tinta azul-negra y llevaba su nombre en un monograma.
»A la Pluma Uno se le acabó la tinta, pero, según Teresa Valier, que estaba sentada a su lado, la cambió por otra pluma con la persona cuyo libro tenía que ser firmado entonces. Giles obtuvo una pluma con tinta y la persona a quien le tocaba el turno obtuvo un recuerdo con el nombre del autor.
»De modo que Giles tiene ahora la Pluma Dos pero ya ha dejado de tener la Pluma Uno. La Pluma Dos también escribía con tinta azul-negra, pero no tenía el monograma. Pero hete aquí que la Pluma Dos se seca, y Nellie Griswold le lleva la Pluma Tres, con tinta roja. Cuando Giles aceptó la Pluma Tres, se metió la Pluma Dos en el bolsillo… rutinariamente se las guarda aun cuando estén secas…, de modo que ahora tiene la Pluma Dos y la Pluma Tres. Una vez acabadas las firmas, estaba tan ofuscado que tiró la Pluma Tres con petulancia. Cuando subió a su habitación contigo, más adelante, tenía sólo la Pluma Dos en su poder. ¿Está claro?
Sarán asintió.
—Sí. Pero ¿qué se sigue de esto?
—Dos horas más tarde, cuando entré en la habitación de Giles, con Giles muerto en el cuarto de baño, había una pluma en la habitación. Tenía el monograma y estaba vacía de tinta. Tenía que ser la Pluma Uno. No había señal de la Pluma Dos. No la busqué en aquel momento, no sabiendo que debería haber estado allí, pero la lista que la policía hizo de sus pertenencias incluía «una pluma, con un nombre grabado». Ninguna otra pluma.
»La única forma en que aquello podía ser tenía que admitir que entre la hora en que tú lo dejaste y la hora en que yo lo encontré, alguien tuvo que entrar con la Pluma Uno, dársela a Giles y quedarse con la Pluma Dos a cambio. Pero la persona que tenía la Pluma Uno era la persona que había intercambiado plumas con Giles durante la sesión de firmas. ¿Por qué iba a querer ahora desprenderse de un valioso recuerdo a cambio de una pluma que había dado con anterioridad y que además estaba sin tinta?
»Realmente no encontraba la forma de responder a tal pregunta, de no haber sido por el rastro de polvo sobre el escritorio…, que yo estaba seguro que era heroína. Una vez esto, me pregunté si la persona que había intercambiado plumas no habría dado inadvertidamente la pluma equivocada a Giles. El había querido dar a Giles una pluma que funcionara de veras y, en la excitación ante la oportunidad de poseer la pluma con el monograma, le había tendido una en la que la reserva de tinta se encontraba reducida, de modo que apenas podía servir para unos cuantos minutos de escritura, mientras que en el espacio interior y vacío de tinta se encontraba la heroína.
»Sin duda os siguió hasta la habitación y esperó a que te fueras, lleno de impaciencia y desconcierto. A fin de cuentas, si, a pesar de sus precauciones, se destruía el sistema de transporte, apenas podría esperar más que una vida de expectación. Si escapaba de la policía, tal vez no le fuera tan fácil escaparse de los que estaban por encima de él en el negocio. Se acercó a la puerta tan pronto te marchaste tú, tan precipitado en su ansiedad que captaste un vago vislumbre de su presencia.
»Si hubiera sido capaz de efectuar el cambio —y ¿por qué iba Giles a negarse?—, todo habría salido bien para él. El problema es que Giles tenía el hábito de desmontar las plumas y desenroscarlas, especialmente cuando estaba abstraído. Debió haber destripado la Pluma Dos después de marcharte tú, y el polvo que contenía se desparramó sobre el escritorio.
»Esto pudo no haber significado nada para Giles, pero cuando el otro entró en la habitación, ya dispuesto para el cambio de plumas, la vista de la heroína desparramada debió sin duda hacerle perder el control. Atacó al pobre Giles, completamente ignorante de lo que estaba ocurriendo, y, supongo, lo mató de un golpe en la base del cráneo. Luego, pensando a toda prisa, le quitó las ropas a Giles e intentó hacer que todo pareciera como si se hubiera caído en la bañera.
»Claro, el asesino no podía saber que esparcir las ropas por ahí iba a constituir una revelación que el muerto haría a unas cuantas personas, y yo fui una de esas cuantas personas. Fue un poco de increíble mala suerte para él. Se llevó la Pluma Dos, aunque debería haberse llevado también la Pluma Uno y el polvo de heroína. No lo hizo, aunque me sorprendió mucho que lo hiciera de aquella forma. Debió haber tenido una enorme prisa, y esforzarse por desnudar a un cuerpo muerto y trasladar aquel cuerpo muerto —un cuerpo pesado— a través de la habitación hasta el cuarto de baño debió tomarle su tiempo… Y eso es todo.
—No, no es todo —dijo Sarah—. ¿Cómo sabías que fue Michael Strong?
—No lo sabía. Al principio, no. Cuando desapareció la heroína que advertí al principio, estaba convencido de que había sido obra de Marsogliani para proteger al hotel… y no lo relacioné con el crimen.
»Esta mañana, sin embargo, cuando resolví el problema de las tres plumas y decidí que el asesino tenía parte y botín en el asunto de las drogas, tuve que pensarlo de nuevo. El que pasaba la heroína tenía que ser el asesino, y ése tuvo que ser Strong.
»Strong era admirador del libro de Devore y fue él quien formó cola para recibir la firma. Más bien astutamente, aprovechó la oportunidad para decírmelo. Imagino que pensaba que si tal hecho brotaba independientemente, entonces el mero hecho de no haberlo mencionado podría parecer sospechoso, mientras que una conversación banal que lo sacara a relucir lo convertiría en algo inofensivo, como ciertamente pareció. Me enseñó el libro y la firma y no tuve razón ninguna para dudar de su palabra. Hasta firmé yo también.
»Lo único en que alteró la verdad fue en decir que había estado temprano en la cola para dar la sensación de que no había estado presente cuando tuvo lugar el altercado de las plumas secas. Obviamente, tampoco tuve la menor razón para dudar de aquello.
»Pero una vez comencé a ponerme a Strong entre ceja y ceja, recordé que la firma contenía un “Con mis mejores deseos” en tinta clara mientras que la firma estaba en tinta oscura. Lo atribuí a la egomanía de Giles, pero comenzó a parecerme claro después que había sido en aquel momento en que la Pluma Dos se había secado y que se había efectuado el intercambio de plumas. De modo que vi la mitad de lo escrito con la Pluma Uno y la otra mitad con la Pluma Dos y que aquello convertía a Strong en el asesino.
»Eso encajaba con mi sensación de que el asesinato tenía que haber sido el resultado del control perdido de un hombre, pues en las ocasiones en que hablé con Strong me pareció un hombre emocionalmente tenso.
»Es sorprendente, de hecho, cómo los mismos hechos cambian sus circunstancias cuando se ven desde un nuevo punto de vista. Strong debió haber permanecido cerca de la habitación, o tan cerca como se atrevió, después del crimen… lo que fue, a fin de cuentas, impremeditado e indeseado. Tuvo que preguntarse cuándo sería descubierto y cómo, y quería estar allí para establecer que se trataba de un accidente desde el comienzo.
»Sin duda me vio entrar. Oí pasos en el pasillo nada más penetrar y apostaría a que eran los suyos. El llegó a la habitación un instante después de informar yo del suceso. Atribuí su creciente nerviosismo al hecho de ser un admirador de Giles. La verdad, aunque también era el asesino de Giles.
»Se las arregló para inducirme a pensar en un accidente. Se opuso patentemente a la posibilidad del asesinato o a la implicación de las drogas. Naturalmente, supuse que estaba protegiendo al hotel, no a sí mismo. Aunque, claro, se protegía a sí mismo.
—Pero —dijo Sarah—, ¿por qué siguió usando las plumas tras aquel error fatal? Todavía contenía heroína cuando fue atrapado.
—No creo que tuviera elección, Sarah. No podía permitir que había casi revelado el negocio pues sería hombre muerto. Tuvo que seguir como antes, esperando que las cosas quedaran cubiertas, no sólo ante mí y la policía, sino también ante sus superiores.
»Cuando cometí mi peor error, involuntariamente, fue al seguir el impulso del momento poco antes de la mesa redonda de Asimov, al querer comprobar tu historia del problema de las drogas. Le dije que sabía algo del sistema del tráfico de drogas y que sabía que algunos empleados del hotel estaban implicados. Fue un impacto al azar, y ante su firme negación del asunto, pensé —lo siento, Sarah— que tú eras quien mentía. Atribuí su miedo y su perturbación, una vez más, a su relación con el hotel, y aquel pequeño toque de ceguera estuvo a punto de costarme la vida… y a ti también, quizá.
Sarah no hizo nada que pareciera reprochar mi falta de fe en ella. Lo dejó pasar y dijo:
—Te refieres a que se las arregló para hacer que te siguieran y atacaran.
—No sé qué contaría a sus patronos, ¿tal vez que yo era un investigador privado que se acercaba demasiado al meollo? En cualquier caso, él estaba bastante convencido, o sus superiores fueron suficientemente condescendientes en lo concerniente a las liquidaciones eventuales, de que había que hacerme probar el cuchillo.
—Qué horrible —murmuró Sarah—. ¿Y si todavía andarán tras de ti?
—En ese caso, ¿qué puedo hacer sino intentar tener cuidado? No me gusta nada esto, pero espero que tengan más interés en la prevención que en la venganza. Ahora imagino que estarán demasiado ocupados en protegerse a sí mismos para ponerse a correr en mi busca otra vez. Además, matarme no les reportaría ahora ningún beneficio. De cualquier forma, la historia, tal como te la cuento, es muy bella, pero como diría Eunice Devore, un fiscal del distrito jamás se la endosaría a un jurado imperturbable. De hecho, en mi sola lógica, dudaba que Strong pudiera ser arrestado, procesado y condenado. De modo que necesitaba que Strong se desmoronase ante alguien lo bastante listo como para ver el significado y capaz, por otra parte, de emprender las acciones necesarias. Ese fue Marsogliani, quien, tú me lo aseguraste, era un hombre honrado.
—¿Cómo sabías que podías hacer que se delatase? —preguntó ella.
—No lo sabía. Sólo tenía que esperar. Strong estaba al borde de un ataque de nervios y el verme vivo esta mañana, repentinamente y sin avisar, debió desconcertarle hasta la desesperación. Cuando lo llevé a la habitación 1511, él no sabía qué estaba esperando, ni qué podía intentar yo dentro de las distintas posibilidades. El sabía que el asesino no iba a entrar porque sabía que el asesino ya estaba dentro. Leí el pánico y el aumento de la tensión en su rostro, y dejé pasar diez minutos para estar seguro de que lo atraparía si lo atacaba por sorpresa.
—¡Qué astuto! —dijo ella.
—¡Qué suerte! —Dije amargamente—. Suerte suficiente para demostrarme a mí mismo como asesino. Mi olvido de las plumas condujo a Giles a la muerte. Yo había estado esperando probar que las plumas nada tenían que ver con ello.
—Tenían algo que ver —dijo Sarah—, aunque todas las cosas de este mundo tenían algo que ver. ¿Por qué la pluma tuvo que secarse justo cuando Strong estaba ante él? Si no hubiera sido así, todo habría acabado bien. O si Strong no se hubiera sentido impulsado a ofrecerle su pluma. O concediéndole este impulso, si le hubiera dado la pluma que estaba llena. ¡O si me hubiera quedado con Devore en la habitación! ¡O si Devore no se hubiera puesto a jugar con la pluma ni la hubiera abierto! ¡O si Strong no hubiera sentido miedo! Busca responsabilidades y verás que todo está lleno de culpa, incluyendo la azarosa oportunidad y la misma víctima. La única razón de querer presentarte como un malvado es…
—¿Que soy un romántico? ¿Que los únicos que me interesan son los malvados o los ángeles?
—¿Y…?
—Suponte que te digo que descarto a todos los malvados y a todos los ángeles. Supón que te digo que pongo en su lugar a una mujer que me gusta.
Sarán se ruborizó un poco.
—Bueno, ya ha pasado —dijo—. Espero que haya pasado. ¿Vas a volver ahora a la convención?
—No. Ya he tenido bastante convención. El banquetazo es esta noche, pero no quiero asistir. Tengo una idea mucho mejor. ¿Qué tal tus citas?
—Nada de nada. La campaña de publicidad ya está fuera de mi competencia y mi hijo no volverá hasta dentro diez días. Iré a la oficina a atender unas cuantas cosas y luego tendré al menos una semana libre.
—¿Te importa si voy a tu oficina contigo?
—Claro que no.
—Bueno. Voy a tomarme también un tiempo de descanso. Creo que me lo he ganado. ¿Por qué no pasamos juntos nuestro tiempo libre?
Sonrió.
—¿Todo el tiempo? ¿Por qué no?
—¿Qué te parece una cena esta noche a última hora?
—Me encantaría.
—Podríamos reparar así lo que ocurrió la noche pasada, si te seduce la idea.
—Puede seducirme.