Capítulo 4

ANTHONY MARSOGLIANI, 11:20 de la mañana

Ginger me condujo hasta el sótano, a través de un laberinto de pasillos, hasta una puerta de vidrio que fue una repentina visión de luminosidad y moblaje de hotel moderno en medio de los fríos e inquietantes alrededores. Mi corazón retumbaba cuando vi a Marsogliani a través de la puerta, con su chaleco y su cigarro a medio consumir. Estaba hablando por teléfono.

—Gracias, Ginger —dije.

Sonrió la chica y se fue… más bien con prisa, supuse. Quizá esperaba una homérica explosión dentro de la oficina y no quería estar allí cuando tuviera lugar.

La puerta no estaba cerrada (¡cielos!), y entré. Marsogliani alzó la vista y yo dije:

—Buenas. Esperaré. Soy Darius Just.

Marsogliani pareció asustado al principio, y a continuación enormemente fastidiado.

—Ya sé quién es usted —gruñó—, pero ya puede ver que tengo trabajo.

—Esperaré.

—Espero estar muy atareado.

—Todo cuanto necesito es media hora —dije—. Preferiría no mezclar a la policía.

No reaccionó salvo lanzándome una mirada desde sus caídos párpados, pero no me ordenó que me largase. Dijo al otro que estaba al extremo de la línea:

—Bien, llámame más tarde.

Colgó, se volvió hacia mí y dijo:

—Dígame qué quiere y rápido.

—Concédame dos minutos sin interrupciones —le dije—. Tiene usted en este lugar un problema de drogas. Sé que lo tiene y usted también lo sabe, de modo que no se moleste en ocultarlo, pero permitame proseguir. Yo puedo resolverlo. Puedo ir a la policía con esto, pero significaría un montón de problemas y, al final, mucha mala publicidad para el hotel. Si usted me ayuda ahora, puede quedarse con la gloría o la recompensa que se obtenga…, yo no quiero nada… y eso ayudará al hotel.

Me miró por entre el cigarro, que apestaba abominablemente.

—¿Qué hay en esto que tenga que ver con usted?

—Giles Devore fue asesinado porque yo no hice… una cosa.

—¿El paquete de plumas?

—Sí. Y quiero compensarlo descubriendo a la persona que lo mató.

Marsogliani suspiró ruidosamente y dijo algo que probablemente era italiano.

—¿Quiere ayuda? —dijo luego—. ¿Qué clase de ayuda?

—Puedo tender una trampa al asesino, si usted me ayuda. Necesitaré dos personas, usted y su hombre, Michael Strong. Estuvimos los tres en la habitación de Giles después de que yo descubriera el cadáver y los tres estaremos ahora, y si me concede quince minutos, no más, atraparemos al asesino.

—¿Quiere usted decir que él vendrá a nuestro encuentro? ¿Que volverá al lugar del crimen?

—No estoy diciendo que sea un hombre —dije con precaución— ni que vaya a ser tan sencillo. Pero los tres estuvimos anteayer con el cadáver en el cuarto de baño. Estaremos preparados para entender qué pasó, ¿no lo comprende?

—No, no lo comprendo. Dígame qué es lo que tiene en la cabeza o salga de aquí.

—No puedo decírselo. No tengo la prueba y usted no me creería. Pero si me voy, iré a la policía. Puede que tampoco me crean, pero tendrán que investigar puesto que las drogas están involucradas y quién sabe qué resultará de todo esto y qué reputación obtendrán usted y el hotel. Pero deme quince minutos en la habitación 1511 y tendrá todo cuanto quiere; y si estoy equivocado, me alejaré y olvidaré todo el asunto. No implicaremos a la policía de ninguna forma.

—¿De veras? —dijo—. ¿Lo olvidará? Escuche. Si usted me hace salir de aquí y luego resulta que todo esto no es más que un embrollo que nada quiere decir, entonces no se limitará a alejarse y a olvidar el asunto. Le ayudaré yo a irse con tal patada en el culo que el espinazo se le saldrá por la boca.

—Le dejaré que lo haga. Me mantendré quieto —dije—. ¿Qué más?

Hubo una pausa de cerca de un minuto, mientras apostaba un desesperante cuatro contra uno a que no iba a resultar. Entonces dijo:

—¿Quiere que subamos todos juntos o que Strong se reúna arriba con nosotros?

—Todos juntos —dije rápidamente—, pero quiero que subamos por un camino que evite los vestíbulos y las salas de baile, de manera que ¿puedo decir a Strong que baje y tomamos luego el camino por el que se transportan las mercancías?

—¿Así no nos verá nadie entrar en la habitación? ¿Y el asesino se nos reunirá luego?

—Quince minutos tan sólo es lo que necesito.

—¿Cuál será la magia que atraerá al asesino?

—Ya lo verá —dije—. Dará resultado. ¿Qué puede usted perder? Quince minutos. Como réplica, tendrá el placer de elevarme dos pies con la punta de su zapato.

—Vive Dios —dijo— que pagaré quince minutos por ese placer.