Capítulo 1
DARIUS JUST, 6 de la mañana
No dormí lo que se dice bien. Tuve pesadillas de las que no puedo recordar los detalles. No me había despertado a las tres, pero los ojos se me abrieron a las seis y sentí mal sabor de boca y que mi cabeza estaba descansando sobre un almohadón húmedo de sudor.
Durante un rato me quedé mirando el techo, jugando con las pesadillas que mi imaginación había construido con la pesadilla de las realidades del día anterior y me di cuenta de que no iba a ser capaz de dormir un minuto más esa mañana. Así que me levanté, me aseguré de si era uno de los días en que necesitaba laxantes, me duché, me afeité y a continuación me dispuse a enfrentarme con el desayuno.
El contraste con el desayuno de la mañana anterior resultaba demasiado extremo, por lo que decidí no liarme a hacerme huevos, platos ingleses, ni siquiera café. Ni siquiera quería estar solo. Era una mañana radiante, la temperatura alcanzaba los 59[29], lo que suponía poder pasear en chaqueta, de modo que me fui al hotel.
Aceleré el paso porque me sentía culpable de haber descuidado mi gimnasia desde que comenzara la convención.
La cafetería del hotel estaba respetablemente llena, aunque apenas eran las siete y media de la mañana, y después de pedir un bocadillo de jamón (por pedir algo que no suelo tomar en casa) me dispuse a escuchar las conversaciones que me rodeaban.
Muhammad Alí, al parecer, era el gran golpe de la convención. Había estado desmedido y respondón y sospecho que hay algo excitante para la audiencia cuando se tiene enfrente a un tipo capaz de barrerlo a uno de un soplo con poco esfuerzo: algo así como estar en un mismo recinto con un león domesticado, aunque sin barrotes de por medio.
También oí comentarios sobre la madre de Joe Namath. Había dado también el golpe promocionando la biografía que había escrito de su hijo.
Un librero (alcancé a ver lo bastante de su insignia para saber que era de Dallas) explicaba que ningún editor había estado jamás en su establecimiento, por lo que ¿cómo iban a conocer los problemas del librero? Y los distribuidores, prosiguió, lo único que querían era deshacerse de los libros, sin preocuparse de si el establecimiento quebraba o no.
Me tracé un circuito después de haber terminado el bocadillo, deseando deliberadamente escuchar las conversaciones. Había quejas por los descuentos de los libros de texto (no lo bastante altos), por la naturaleza del embalaje de los libros (difíciles de abrir), por la calidad de los libros que recibían (sin apenas precintar), todo ello acompañado de un sinfín de puterías sobre el servicio postal (insuficiente de todos modos).
En una mesa se desarrollaba una discusión sobre los méritos relativos de los libros de religión y ocultismo y cómo ambas especies se vendían bien; con lo que me sentí impulsado a intervenir y decir: «Los libros sobre religión son libros sobre ocultismo», sólo para que se enzarzase una disputa, pero no lo hice. Sólo capté un comentario respecto de Giles.
Un tipo de Puoghkeepsie decía:
—Alguien se pegó un batacazo ayer en la ducha y se mató. ¿No lo han oído decir? —Ni siquiera utilizó su nombre.
La respuesta fue:
—Lo que yo digo es que hay que acabar con las duchas. Un primo mío…
Y se enfrascó en una aburrida historia que no tenía ganas de oír.
La vida proseguía.