LA BICICLETA

Las cosas más sencillas —y también las más complicadas— suelen tener su origen en una simple idea nacida en la mente de alguien. Útiles, herramientas, máquinas y vehículos son usados mecánicamente y, aunque conocemos al dedillo su funcionamiento, a menudo —ya sea por desidia o por falta de curiosidad— ignoramos su origen y la identidad de su creador. Es más, es tal la desinformación que hay quien se hace un verdadero lío y acaba inventándose inventores que jamás existieron, así, por todo el morro. Por ejemplo, hay personas que no dudan en atribuir la invención de la bicicleta a Menéndez Pedal. Está claro que esta afirmación es un auténtico disparate fruto de la ignorancia de alguien que confunde la velocidad con el tocino, porque lo cierto es que el origen de este ingenio se remonta a tiempos muy antiguos. Si la bicicleta tuviera marcha atrás tendríamos que retroceder a épocas remotas...

¿Se imagina el lector a los Reyes Magos de Oriente viajando en vehículos de dos ruedas en lugar de en sus tradicionales camellos?

¿O a un faraón paseando en «velocípedo» por las orillas del Nilo?

Estos dos chocantes supuestos no resultan tan disparatados, ya que las primeras noticias que se tienen de este artilugio se remontan nada menos que a 1300 años a. C., y prueba de ello es la existencia de una especie de monolito de piedra dedicado a la memoria de Ramsés II en el que se pueden apreciar claramente petroglifos que representan a un individuo flaco en extraña postura (de perfil, por supuesto) manteniéndose sobre dos ruedas sujetas a un palo. Ese extraño vehículo bien podría considerarse el precursor de la bicicleta y su delgado conductor el antecesor de nuestro Perico, también Delgado.

En los comienzos de la era cristiana (así llamada porque cristiana era) algún artista realizó unos frescos en Pompeya en los que se ven unas escenas con máquinas de dos ruedas que guardan cierta similitud con los artilugios egipcios mencionados anteriormente.

Otros grabados bastante más modernos que datan del siglo XVII nos muestran también una especie de ingenio muy parecido a lo que hoy es la bicicleta, y se sabe que en 1761 se exhibió en la corte de Versalles un vehículo de cuatro ruedas que fue una auténtica revolución francesa.

Pero fue en 1790 cuando un individuo fabricó un artilugio de dos ruedas que funcionaba con tracción animal, es decir, impulsado por los pies contra el suelo, lo que provocaba, además de durezas en las plantas y agujetas en las piernas, un considerable desgaste de la suela del calzado. Este caballero se llamaba De Sivrac, y cuando todos sus allegados pensaban que bautizaría su invento con el nombre de «Sivraciclo», él, desconcertando a todo el personal, fue y lo llamó «celerífero».

Más tarde esta «cosa» fue transformándose y sufriendo un montón de cambios, sobre todo en lo referente al nombre, que no les acababa de funcionar. Ahora le pusieron «velocífero», pero tampoco les sonaba muy allá; así que cambiaron la terminación de «fero» por «pedo», que sonaba más («pedo» no de ventosidad sino de pie), y terminó con el nombre de «velocípedo».

La evolución seguía y seguía, y en 1818 un ingeniero de Baden-Baden de complicado nombre (Karl Friedrich Christian Ludwig Drais, barón Von Sauerbronn, a la sazón) fabricó otra cosa de dos ruedas a la que llamó «draisina», nombre que suena más a medicina para el mareo que a vehículo, y que funcionaba también con los pies del conductor. Este aparato fue una auténtica sensación y se puso de moda en toda Europa, especialmente entre la clase alta. «La gente fina monta en draisina», se comentaba.

En 1855 Pierre Sallemont tuvo la feliz idea de acoplar unos pedales a la rueda delantera y le vendió la patente a Ernest Michaux; y así nació el «biciclo», cuya rueda delantera era considerablemente más grande que la trasera, cosa que daba al conductor que pedaleaba un aspecto de equilibrista diabólico.

Poco a poco se iban implementando mejoras a los diseños primitivos: se mejoró el sillín, se construyó el triciclo y en 1867 Ader cambió las ruedas de madera por unas metálicas. En 1875 un tal Trouffanes introdujo las llantas de goma maciza. Más tarde, el escocés John Boyd Dunlop inventó el neumático, y en 1893 el biciclo fue convirtiéndose en bicicleta al introducirse la transmisión del movimiento a través de una cadena.

Este sencillo pero ingenioso vehículo parecía tener los días contados con la inmediata aparición de ciclomotores, motocicletas, automóviles y demás medios de locomoción dotados de motor. Pero lejos de suceder tal cosa, la bicicleta sigue teniendo un enorme predicamento entre deportistas, jóvenes y no tan jóvenes, y muy especialmente en nuestros días, entre los amantes de la naturaleza y los ecologistas adictos al pedal (hablamos de «ecologistas», no de «alcohologistas»). Y es que montar en bici «enbicia»... porque es como una droga. Si no, que se lo pregunten a cualquier ciclista conocido por el doping.