LA CINTA ADHESIVA

¿Cómo recomponer una fotografía hecha pedazos? ¿Cómo unir un billete que se nos ha roto? ¿Cómo sellar un paquete o un envase? ¿Cómo poner un póster en la pared sin necesidad de clavos o chinchetas?...

La respuesta es fácil: ¡utilizando cinta adhesiva o papel celo!

Pero ¿qué pasaba cuando esto no existía? ¿Cómo se las arreglaba el personal?... Pues de esta o aquella manera, según los medios o el ingenio, pero casi siempre en plan chapuza.

La cinta adhesiva es uno de los inventos más «enrollados» y que más han «pegado» en los usos y costumbres cotidianos desde el mismo momento de su aparición. Puede decirse que si la unión hace la fuerza, la fuerza y eficacia de la cinta adhesiva es la que hace la unión.

Hecha esta consideración, vamos ya con la historia de este útil ingenio.

La cinta adhesiva fue inventada por Richard Drew, un espabilado ciudadano que nació en 1886 en los Estados Unidos de América (unidos todavía sin cinta adhesiva). No se sabe desde cuándo le bullía la idea en la cabeza, pero lo cierto es que Richard entró a trabajar en la Minnesota Mining & Manufacturing Company, más conocida como 3M, en el año 1923, cuando esta no era más que una pequeña y modesta empresa que se dedicaba a la fabricación de papel de lija.

Poco a poco la empresa fue prosperando hasta convertirse en campeona de lija, pero Richard Drew era ambicioso y ese papel no le parecía suficiente para él.

Este buen hombre se hallaba experimentando con un nuevo tipo de papel de lija y fue visitando los talleres de pintura de automóviles para ofrecer el novedoso modelo cuando observó que los operarios tenían algunos problemas a la hora de pintar coches con dos colores, porque al retirar la cinta que protegía las zonas ya terminadas la pintura saltaba.

Richard, que además de observador era un tipo avispado e inquieto, decidió que él iba a ser quien encontrara la solución. Se le ocurrió crear una cinta para tapar la pintura de cinco centímetros de ancho, revestida con un producto adhesivo ligero y sensible a la presión.

El caso es que el prototipo solo llevaba pegamento en los lados (no en el centro) y cuando se hizo la primera prueba en un coche, la cinta se cayó. El operario pintor le dijo al bueno de Drew: «¡Anda, llévale esa cinta a esos jefes tuyos “escoceses” (scotch) y diles que se estiren y le pongan más adhesivo».

Evidentemente cuando les llamó «escoceses» quería decir «tacaños» porque la mezcla adherente resultaba insuficiente. Richard no se desanimó por ese primer fracaso y se dedicó a mejorar la cinta adhesiva al tiempo que investigaba sobre un revestimiento resistente al agua que sirviera como potente sellador. Porque este Richard Drew otra cosa no, pero lo que es investigar, investigaba que daba gusto, y además disfrutaba una cosa mala con el rollo de los experimentos.

Por entonces, un tal DuPont acababa de inventar algo extraordinario y no era precisamente el encendedor, sino el celofán.

El celofán era transparente e impermeable, pero también era sensible al calor y no era adhesivo.

Fue entonces cuando Drew tuvo la idea de experimentar para conseguir un celofán más completo que sirviera también como sellador impermeable.

Las empresas de envasados de alimentos, que conocían su cinta para tapar la pintura de coches, empezaron a pedirle su nuevo producto.

A todo esto, el jefe de Drew, que estaba un poco hasta el gorro de él, le pidió que dejara sus inventos y que se dedicara al papel de lija, que era lo suyo, pero Drew pasó de su jefe y siguió dale que te pego con los experimentos.

Su tenacidad y perseverancia le llevaron a presentar finalmente un adhesivo hecho de una mezcla de goma, aceite y resina que formaba una fina capa sobre el celofán y así obtuvo un producto al que llamó «scotch», acordándose de la broma sobre los escoceses.

Este producto se vendió en un principio a los productores de alimentos para que sellaran las bolsas de sus artículos, pero el tal DuPont, que estaba «a la que salta», sacó al mercado un método para sellarlas por calor.

La Minnesota Mining and Manufacturing (3M) seguía fabricando abrasivos, sellantes y protectores de superficies, pero ante la insistencia y perseverancia de Richard, continuó desarrollando la cinta adhesiva, que se fue haciendo más y más popular. Tal fue su auge que durante la Segunda Guerra Mundial la compañía tuvo que pedir disculpas por no ser capaz de satisfacer la demanda del producto.

Richard Drew murió en 1956, pero su cinta adhesiva sigue pegando fuerte en todo el mundo. Se ha calculado que si se contaran los metros de cinta adhesiva que se han fabricado desde su aparición en el mercado, se podría haber envuelto la Tierra con ella varias veces, aunque esto no se ha intentado hacer nunca por dos razones fundamentales: la primera es que es una tontería gordísima, y la segunda, ¿para qué querría nadie envolver la Tierra con cinta adhesiva?