LA BOMBILLA

Cuando queremos representar gráficamente que a alguien se le ha ocurrido una idea brillante o ingeniosa, lo hacemos poniendo una bombilla como saliendo de su cabeza. Es una expresión equivalente a la exclamación ¡eureka! Y significa eso, ¡se hizo la luz!

No en vano la bombilla supuso una invención revolucionaria y una forma de verlo todo bajo una luz distinta. En la antigüedad el personal se alumbraba con candiles, que eran recipientes que contenían aceite en el que se sumergía una mecha a la que se prendía la llama. Más adelante, ya a finales del siglo XVIII, cierto individuo llamado Quinquet, hombre de muchas luces que poseía ingenio por un tubo, tuvo la ocurrencia de añadirle precisamente eso, un tubo de cristal, y la cosa tuvo éxito, valga la redundancia. Al invento se le llamó quinqué.

Posteriormente el azar quiso que Philippe Lebon, francés de nacimiento, e inventor de profesión, descubriera de pura chorra la luz de gas al echar en un frasco un montón de virutas de madera a las que prendió fuego. Pero no fueron los únicos que andaban preocupados con el tema de la luz, hubo otros «iluminados» como Bunsen, Auer, o Guillermo Grove de Swansea, que, incluso antes que Edison, hicieron sus pinitos y anduvieron enredando con los asuntos de los filamentos, la incandescencia, los hilos de iridio y vaya usted a saber cuántas cosas más.

Pero como ocurre con casi todos los grandes inventos, y a pesar de que estamos hablando de la bombilla, oscuros intereses hicieron que estos estudios e investigaciones se fueran apagando hasta que «llegó la luz del alba», mejor dicho, del «Alva»: mister Thomas Alva Edison, genio donde los haya, que vino a perfeccionar el invento de la bombilla.

¿Quién era este Thomas Alva Edison?...

Nacido en Nueva Jersey, era hijo de un chamarilero de ascendencia neerlandesa y una mujer de origen escocés. Desde temprana edad dio muestras de su inteligencia y a pesar de haber estudiado solo en sus primeros años, demostró un talento especial para la mecánica. A los doce años trabajaba como vendedor de periódicos en los trenes, pero como la cosa no le llenaba, se le ocurrió la idea de improvisar en el furgón una máquina de imprimir y al mismo tiempo hacer experimentos de todo tipo. Enseguida fundó su propio periódico, el Weekly Herald, que redactaba e imprimía durante el viaje para después venderlo a los pasajeros.

Cierto día, cuando realizaba un experimento de física y química, organizó un importante pifostio al incendiársele el vagón, lo que le valió una enorme bronca y una sonora bofetada que le dejó más sordo que una tapia. No se sabe si llegó a inventar un extintor para apagar el incendio o un sonotone para su sordera. Lo que sí se conocen son un gran número de inventos salidos de su mente prodigiosa.

Entre ellos, el telégrafo doble, el fonógrafo, el kinescopio, el acumulador alcalino de ferroníquel y muchos otros, además del que nos ocupa: la bombilla. Si quisiéramos representar gráficamente a Edison inventando, de su cabeza no saldría una bombilla solamente, brotarían sus múltiples descubrimientos, todos de importancia capital.

Se hizo ingeniero y se hizo rico también; y una vez que se hizo las dos cosas, fundó en 1876 su fábrica de Menlo Park, en Orange, Nueva Jersey, donde realizó la mayor parte de sus inventos.

Además fue un notable hombre de negocios que supo capitalizar su talento, ya que el número de patentes que tenía registradas era de más de 1200. Las más importantes sin duda fueron la del fonógrafo y la de la lámpara incandescente. Tenía fama de hombre laborioso, tenaz y muy madrugador. Dicen que se despertaba muy temprano y se ponía a inventar como loco, y un colega suyo, que era un pésimo poeta, le escribió lo siguiente:

A la luz del alba inventaba Thomas Alva,

y con otra luz al mundo maravilla

cuando inventa la luz de la bombilla

Uno de los días más importantes de la vida de Edison fue el 4 de septiembre de 1882, cuando se iluminaron algunos barrios de la ciudad de Nueva York con sus bombillas de filamentos de carbón. El acontecimiento supuso un éxito tan clamoroso que inmediatamente este sistema de iluminación, plagado de bombillas a tutiplén, fue aplicado en toda América y Europa para regocijo del mago de Menlo Park.