EL PARCHÍS

El parchís es ese juego de mesa que suena a estornudo y que, aunque parece aparentemente tranquilo, es capaz de sacarle a uno de sus casillas.

En España, como en muchos otros países, es superpopular y se juega con un dado y cuatro fichas para cada uno de los contendientes, que pueden ser dos, cuatro o seis u ocho dependiendo de las características del tablero y el interés que tenga el personal en participar.

El objeto del juego no es otro (y resulta un tanto pueril) que llevar cada uno sus cuatro fichas desde la salida hasta la meta. El primero que consiga hacer llegar a ella las suyas será el ganador.

Como se verá no tiene mayor ciencia y hasta parece un poco tonto, pero quienes lo han practicado saben que resulta ameno y divertido y que hay que saber jugarlo.

Se le conoce también con los nombres de parcheesi, pachisi, parchesi, e incluso ludo (en latín, «yo juego»), y es originario de la India. En algunos lugares se llama también parqués, pero su nombre más conocido es el de parchís, derivado de la palabra pacisi, que en hindi significa «veinticinco», ya que esta era la máxima puntuación que se podía obtener en la partida.

El juego es conocido desde el siglo XVI y el tablero actual sigue teniendo la forma de cruz que viene a ser una representación simplificada del original, que era muchísimo mayor, ya que se trataba del jardín del emperador Akbar el Grande. Este Akbar, a pesar de ser grande, disfrutaba como un enano, y no es de extrañar, porque por entonces el juego tenía otros alicientes, como comprobará enseguida el lector.

Resulta que el bueno de Akbar, como emperador y mogol que era, se situaba cómodamente en un trono que estaba en el centro del tablero (lo que hoy conocemos como meta). Los participantes no usaban dados sino cauris, que eran unas conchas de moluscos que se lanzaban al aire. Cada una de las que caían con el hueco hacia arriba sumaba un punto para efectuar la jugada siguiente.

Pero ahora viene lo «jugoso» del juego: las fichas no eran tales fichas, sino las más bellas muchachas indias, que se movían (sicalípticamente, se supone) a lo largo de las casillas, conforme al desarrollo del juego. Y todas, al parecer, se disputaban el honor de jugar para el emperador.

Las chicas vestían diferentes colores, como sucede con las fichas del parchís actual, pero nos surgen las siguientes preguntas: ¿esas fichas se comían unas a otras? ¿Qué pasaba con las que llegaban hasta el trono? ¿Era el premio para el jugador ganador o el emperador se las apropiaba? ¡Quién sabe!...

Lo cierto es que, como pasa también ahora, de vez en cuando se perdía una ficha y todas las sospechas recaían en el todopoderoso Akbar, el cual, hay que decirlo, no parecía tener especial predilección por ningún color determinado, ya que todas eran igualmente mollares y macizas.

Especulaciones aparte, porque sin duda el funcionamiento del juego no era exactamente como se sugiere, se supone que las reglas más conocidas del que hoy se juega derivan en cierta forma del primitivo, y la ventaja que tiene el actual es que no se necesita ser ni mogol ni emperador para echar una partidita. Eso sí, con fichas menos sugerentes. Al margen de las reglas, que por sencillas y conocidas no vamos a relacionar, sí conviene saber algo sobre la terminología típica, que es más o menos la siguiente:

• Las casillas cuadradas más grandes de las cuatro esquinas se denominan cárceles o casas, y es donde se encuentran las cuatro fichas de cada jugador al inicio del juego.

• Las casillas rectangulares más pequeñas, coloreadas y numeradas que hay junto a cada cárcel o casa se llaman salidas («salidas» eran también en el original algunas de las «fichas macizas» con las que jugaba el cachondo de Akbar).

• Las casillas rectangulares grises o de un color diferente a los que pertenecen a los jugadores (rojo, amarillo, azul y verde) se denominan seguros.

• A las cuatro casillas triangulares de colores que conforman el cuadrado del centro del tablero se las llama meta.

• Dos fichas del mismo color alojadas en la misma casilla forman una barrera o puente que impide pasar a ninguna otra, y no queda expedita hasta que el jugador no mueve una de sus dos fichas.

• La ficha que cae en la casilla libre (no seguro) en la que se encuentra la de un contrario, manda a esta última a su casa o cárcel y a esta acción se la denomina comer o capturar...

Y así todo por el estilo. Las reglas básicas del juego no se las vamos a pormenorizar porque son de sobra conocidas y pueden variar según los usos y costumbres de los participantes, y en ocasiones en función del capricho del dueño del parchís, que es el que manda.

Lo único que no está especificado en el reglamento es la elección del color de las fichas por parte del jugador, que, aunque parezca una tontada, suele ser el primer y más importante punto conflictivo para empezar la partida. Ya saben: «Yo me pido las verdes»... «Y una caca, las verdes me tocan a mí»... «Yo ayer elegí el último»..., etcétera, etcétera.

Discusiones que se producen antes de empezar y que son completamente absurdas, porque al fin y a la postre se trata de simples fichas de madera o plástico. Todavía en la época de Akbar podría tener sentido la porfía, pero ¡en fin!, que es cierto que en más de una ocasión esto es motivo de que una partida se desarrolle en un ambiente algo tenso y poco deportivo. Ya se sabe la importancia que para mucha gente tienen los colores y lo que representan en el mundo del deporte.

Hablando de colores y de deportes, entre los forofos del balompié se cuenta un chascarrillo-adivinanza que dice así: «¿En qué se diferencia el Real Madrid del parchís?». Solución: en el parchís hay una meta y cien casillas y en el Real Madrid hay una meta y un solo Casillas.

Como se ha dicho al principio, al parchís se le conoce con diferentes nombres, según el país, pero todos suenan de una manera parecida, excepto en Francia, que como son muy suyos le llaman Lejen de Chevaux. En Alemania, en cambio, para simplificar, se le conoce como Mensch ärgere dich nicht.

Como colofón diremos que, al parecer, el registro definitivo más antiguo del que se tienen noticias perteneció a un tal John Hamilton, del valle del río Hudson, que adquirió los derechos de autor del juego en 1867. Según algunos dudosos documentos, dichos derechos se vendieron a un señor llamado Albert Swift, que a su vez los vendió a Selchow y Righten en 1870.

Hoy día el parchís sigue siendo uno de los juegos de mesa más populares y entretenidos para mayores y pequeños, que puede jugarse en familia, con las amistades o incluso con gentes de distintas culturas y lenguas dado lo sencillo y conocido de sus reglas.

Se dice, se cuenta, se rumorea, que hoy aún algunos millonarios en la India suelen practicarlo a la antigua usanza, y que recurren a Playboy para que les suministren «fichas» superseleccionadas. Seguramente esto es solo un bulo o una maledicencia de algún envidioso que no se conforma con jugar al parchís como todo hijo de vecino.