LA BRÚJULA
Hay cosas que confunden y desorientan una barbaridad cuando su cometido, paradójicamente, debería ser el contrario. Algo de esto sucede con la brújula.
Que una flecha señale siempre la misma dirección por mucho que quien la sostiene cambie de emplazamiento o postura, encierra sin duda algo de misterioso. Que dicha flecha señale invariablemente al norte parece ser algo de brujería. Puede que ello hiciera pensar a más de uno que el nombre de «brújula» provenga de «bruja», y nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que la palabra es una derivación de la voz latina buxula y después de la italiana bossola, diminutivo de boj, que, como todo el mundo sabe, es la madera de cierto árbol, que no por casualidad lleva el mismo nombre.
Esto, lejos de aclarar la etimología, lo que hace es desorientarnos más, porque ¿acaso la citada flecha que insiste machaconamente en señalar el norte es de madera de boj? ¡No, es metálica y magnetizada! ¿Es que el citado árbol solo crece en el norte? ¡Tampoco! La explicación es aún más absurda y desconcertante...
El invento en cuestión estaba alojado en principio en una caja de madera de boj, que viene a ser como si a un submarinista se le aplicara el nombre «cauchondo» por ir embutido en un traje de caucho. Pero, en fin, no nos dispersemos ni perdamos el norte porque si nos metemos en honduras podríamos ir a parar a Tegucigalpa, aun sin brújula. Vayamos al invento en sí...
A nadie se le oculta que el artilugio del que hablamos consiste en una flecha imantada que, instalada en un soporte en equilibrio, nos señala siempre el norte magnético. Es decir, que si uno quiere dirigirse al norte magnético, no tiene más que seguir la dirección de la flecha; pero si lo que desea es irse hacia el sur, no tiene más que tomar el camino opuesto.
Dicho esto, debemos insistir en que hay algo de misterioso en torno al aparatito en cuestión. Por ejemplo, ¿quién lo inventó? Hay quien lo atribuye a un italiano llamado Flavio Gioia, que ejercía de fabricante de armas en el siglo XIV. Como armero que era, fabricaba flechas, y estas debían apuntar todas al norte..., o era él el que tenía la obsesiva idea de dirigirse al norte magnético, ¡vaya usted a saber!
Lo cierto es que existen otras teorías más o menos creíbles que apuntan a que mucho antes de la era cristiana se conocía el empleo de un aparatejo similar. Parece que Marco Polo, que era un viajante y aventurero como De la Quadra-Salcedo pero en plan antiguo y veneciano, hizo uso de la brújula en sus exploraciones por Asia. Se supone que brujuleando, brujuleando, los chinos enseñaron su uso a los árabes y estos lo extendieron por Europa allá por el siglo XII (porque los árabes parece que solo miran a La Meca, pero ¡mecachis, cómo controlaban lo de los puntos cardinales!).
No hemos dicho que en su más antigua aplicación la brújula servía para que los barcos pudieran controlar la dirección de la ruta en el mar o, lo que es lo mismo, para no navegar en un mar de dudas. Pero como las embarcaciones se movían que daba gusto, las oscilaciones afectaban al cacharrito. Por eso, en el siglo XV no hubo más remedio que acoplarle una suspensión que le permitiera mantenerse todo el rato en horizontal a pesar de los vaivenes que las olas propinaban al barco. Aun así la aguja imantada tenía una ligera desviación hacia el oeste y se tuvo que esperar hasta el final del siglo XV para que el gran descubridor que era Cristóbal Colón se diera cuenta de ello y llamara a este fenómeno «declinación» (este hallazgo fue anterior a lo del huevo).
Hasta el año 1870 se estuvo utilizando la brújula inventada por Gioia, pero William Thomson, que era un lord inglés, decidió sustituir la aguja imantada por unas finas láminas de acero y poner la caja en una solución de aceite de ricino para que las oscilaciones del barco no le afectaran. Hoy día para la navegación se utiliza la brújula giroscópica y además un montón de adelantos técnicos mucho más sofisticados que hacen imposible que un navío pierda su rumbo.
En la actualidad el meridiano geográfico y el meridiano magnético siguen siendo los mismos, pero a las brújulas no se les pone aceite de ricino, aunque se encuentren indispuestas. Lo que no obsta para que, aunque la aguja siga señalando el norte, el sur también exista.
¿Ha quedado meridianamente claro?... Si se ha perdido, ya sabe, para eso están los inventos y de algo tiene que vivir el coronel Tapioca, ¿no?


