Capítulo 15
«Siempre debes creer a una mujer que dice que es inocente. Al menos, así nunca podrá echarte en cara tu falta de confianza en ella».
Gideon, guardián de Mentira
A Baden se le llenó la cabeza con miles de nuevos recuerdos. Recuerdos de Destrucción. Recuerdos de Hades. Se apropiaron de él, lo consumieron, y la bestia comenzó a echar espumarajos por la boca. Quiso hacer jirones a Katarina. Le había traicionado tanto como su propia madre.
Cuando era niño, Jezebel lo había atado a un potro de tortura, y le había desencajado todos los huesos. Su querida madre había asado sus intestinos sobre el fuego, clavados en una espita, mientras se comía su hígado sin arrancárselo primero. Se había reído y le había echado encima cubos de insectos demoníacos. Los insectos se le habían metido por la boca, habían bajado por la garganta y habían salido por todos sus orificios.
Como no había conseguido matarlo, matar al hijo que iba a destruirla a ella, según las profecías, se lo había vendido a uno de los reyes del inframundo. El rey tenía bajo su control a una manada de perros del infierno a base de amenazas: «Obedece, o mataré a tu compañera».
Siguiendo sus órdenes, habían seguido el rastro de Hades y lo habían despedazado.
Tanto dolor, y tanta agonía del cuerpo y del alma. Él había querido a su madre, y también la había odiado.
Y, en aquel momento, Katarina pensaba que tenía la inteligencia y el valor suficientes como para engañarlo. ¿Pensaba que podía liberar a su marido y dejarlo?
Destrucción rugió de rabia, y la emoción se traspasó a Baden. Poder antes que sentimiento. Los débiles siempre buscaban un protector. A cualquier protector. Era un factor vital.
Una parte de Baden defendió a Katarina. Era inteligente y astuta, y podría sobrevivir en aquel mundo sin él, sin Aleksander, y prosperar.
No. Aquel pensamiento no podía ser el correcto. Ella necesitaba a un hombre fuerte para sobrevivir. Siempre necesitaría que la salvara un hombre fuerte.
Ella alzó la barbilla, con los ojos verdes también llenos de furia, como si lo desafiara a hablar contra ella.
¿Acaso en el momento del descubrimiento de su traición ella osaba desafiarlo?
Tal vez no fuera tan inteligente, después de todo. Sacaba a la superficie su peor faceta deliberadamente.
«Calma. Tranquilo».
Baden puso a Biscuit en brazos de Katarina y tomó a Gravy con una mano. Entonces, con el brazo libre, estrechó a Katarina contra su cuerpo y, antes de que Aleksander pudiera alcanzarlos, la teletransportó hasta el exterior de la casa segura. Aquel hogar temporal tenía el aspecto de un cobertizo en el exterior, pero, por dentro, era un arsenal y hospital. Soltó a Katarina rápidamente, como si fuera tóxica, y dejó el perro a sus pies.
Baden esperaba que se agarrara a su brazo y le rogara, que sollozara y excusara su comportamiento.
«Lo has entendido mal…».
«Estaba asustada y confundida, pero ahora ya no lo estoy».
«Nunca te traicionaría. Te deseo demasiado».
Sin embargo, Katarina se limitó a apartarse el pelo del hombro y a mirarlo con desdén.
–No te hace falta Destrucción para ser un kretén desconfiado y poco razonable, ¿eh?
–¿Por qué soy poco razonable? Tus propias palabras te delatan.
–Tienes razón. Ahora, vete. Tú solo oyes, pero no escuchas.
–¿Qué significa eso?
En aquel momento, Sienna entró desde el porche, y la conversación terminó. Su demonio, Ira, percibió el enfrentamiento que había entre ellos y se deleitó con ello, cosa que irritó a Baden y a su demonio.
–Puede que os venga bien esto –dijo Sienna, y les mostró dos arneses y dos correas.
–Gracias, eres muy amable –dijo Katarina.
Los perros empezaron a moverse nerviosamente cuando les puso los arneses, pero ella empezó a canturrear y, de repente, se calmaron y se comportaron dócilmente.
Baden frunció el ceño. Con qué facilidad los había dominado. Antes, a él le había hecho lo mismo, pero no iba a permitirlo más.
–Eh… ¿De nada? –dijo Sienna. Después salió de la casa nuevamente.
Cuando Katarina iba a seguir a la chica, Baden la agarró de la muñeca.
–El ataque que acabamos de sufrir ha sido ordenado por alguien. Soy un hombre amenazado –le dijo con ira–. Hades tiene dos hijos: William, a quien ya conoces, y Lucifer, que es la oscuridad absoluta. Él está dispuesto a robar a cualquiera, a matar a cualquiera y a destruirlo todo. Quiere que yo muera. Quiere que mueran todos mis aliados. Necesitas mi protección, y harías bien en no olvidarlo.
–Lucifer… ¿el demonio? ¿El ángel caído?
–El mismo.
–Bueno, pues yo no tengo nada que temer. No soy aliada tuya. Métete tu protección donde te quepa.
Katarina alzó la barbilla, tiró del brazo y se encaminó al interior de la casa, seguida por los perros.
Baden también la siguió y la alcanzó en un salón. Allí había un sofá, dos butacas y una mesa de centro.
–¿No necesitas más curas en la pierna? –le preguntó con tirantez.
–No. Solo es un corte pequeño.
Él quería verlo para asegurarse de que no era más profundo de lo que ella pensaba, pero se mordió la lengua. No tenía por qué preocuparse de sus heridas. Ya, no.
–Si valoras tu vida, quédate aquí, en silencio.
Se encargaría de su traición después de haber visto a sus amigos. Hombres y mujeres que nunca iban a traicionarlo.
–Puedo ayudar… –dijo ella.
–Pero no lo vas a hacer. No confío en ti.
–Muy bien. Nos quedaremos apartados de la acción –respondió Katarina. Se sentó en el sofá y dio una palmadita a su lado. Los perros saltaron y se sentaron junto a ella–. Pero no porque tú lo ordenes, sino porque mis pequeños necesitan tiempo para calmarse.
«Se ocupa de los perros, pero no de satisfacerme a mí».
Baden salió por la puerta de la derecha y entró a un pequeño invernadero. Keeley estaba allí, sobre un montón de tierra. El invernadero estaba cálido y húmedo, y olía a rosas. Su carne estaba en proceso de volver a unirse.
Torin estaba agachado a su lado, acariciándole el pelo rosado. Él estaba muy pálido y tenía una expresión de dolor.
–Te quiero, princesa. Necesito que te recuperes. Puedes conseguirlo. Tú puedes conseguir cualquier cosa.
Detrás de ellos estaban Paris y Amun, echando palas de tierra en una carretilla. ¿Para ponérsela a Keeley por encima?
–¿Puedo ayudar? –preguntó él.
Se le había quedado la garganta seca. Lo que sus amigos sentían por sus mujeres… Para él era algo extraño, pero le provocó una chispa de anhelo. Tener a alguien a su lado…
Torin lo miró con lágrimas en los ojos.
–No, no puedes. Yo la tengo a ella, y ella tiene su tierra.
Keeley era una Curator, un espíritu de luz que tenía la tarea de salvaguardar el planeta, y estaba ligada a la tierra y a sus estaciones.
Baden se pasó una mano por la cara.
–Lo siento. Sé que creéis que estamos mejor juntos, pero debería haberme marchado de la fortaleza hace varias semanas. Mi conexión con Hades ha puesto a todo el mundo en mitad de su guerra contra Lucifer. William me lo advirtió, me dijo que solo iba a causar daño.
–William no lo sabe todo –replicó Paris–. Pase lo que pase, tienes que estar con nosotros. Y, de todos modos, nosotros estamos del lado de Hades. Lucy habría venido a vernos más tarde o más temprano.
–Por lo menos, ahora sabemos sin ninguna duda que estamos en el bando correcto –dijo Torin.
Sí. Aunque él ya no le guardaba rencor a Hades, sí tenía algo de resentimiento por las tareas más oscuras que le encomendaba. Pero eso iba a cambiar. A partir de aquel momento lo haría todo con urgencia y entusiasmo.
Lucifer iba a pagarlo caro por lo que había sucedido aquel día. Su mayor debilidad era la Estrella de la Mañana, y ese era el motivo por el que quería poseerla. La muerte de los Señores del Inframundo solo era una ventaja adicional.
Encontrarla era lo más importante para Baden.
–Llámame si hay algún cambio.
Entonces, se fue hacia la zona de enfermería, donde estaban reunidos los demás.
Ashlyn estaba tendida en una camilla. Tenía un corte en la mejilla; seguramente, le dejaría una cicatriz. Los mellizos estaban agarrados a su pecho, llenos de moretones y chichones.
Gwen estaba consciente, y succionando la carótida de Sabin como si fuera un vaso de zumo. Las arpías, como los vampiros, necesitaban la sangre para curarse. Sabin debía de tener una sangre poderosa, porque su mujer ya tenía color en las mejillas.
Scarlet, la guardiana de las Pesadillas y esposa de Gideon, que estaba embarazada, había posado la pierna izquierda en un montón de almohadones. Tenía una fractura expuesta, y la tibia se le veía a través de la piel. Estaba sangrando.
Gideon estaba junto a la cama, vomitando en un cubo. Debía de haber pronunciado alguna palabra verdadera durante el caos, y eso había permitido que el demonio le pusiera enfermo. Se limpió la boca con la mano temblorosa y apartó el cubo con el pie.
–No lo siento –dijo, con la voz ronca, a su mujer–. Me encanta verte así.
Gideon tenía un terrible corte desde el comienzo del pelo hasta la mandíbula, que le había atravesado un ojo y prácticamente le había cortado la nariz en dos.
–He estado peor –le dijo ella–. Y no te lo tomes a mal, cariño, pero tienes un aspecto horrible. Ve a tumbarte. Lucien y Anya son los médicos y pueden…
Gideon negó con la cabeza.
–Sí, estás bien. Me marcho.
–Yo puedo enyesarle la pierna –dijo Baden–. Sé hacerlo –añadió. En el reino de los muertos había tenido que curarse a sí mismo muchas veces–. Puedo ayudar.
El alivio se reflejó en la expresión de Gideon.
–Ni hablar. No, gracias.
Baden reunió todo lo que necesitaba y se puso a trabajar. Scarlet no quiso tomar Whisky con ambrosía para anestesiarse a causa del bebé. Baden nunca comprendería el amor que una madre podía sentir por su hijo. No estaba entre sus recuerdos y, mucho menos, entre los de Destrucción.
Gideon le sostuvo la mano a Scarlet mientras Baden le colocaba los huesos. Sin embargo, ella solo empezó a rugirle cuando le cosía la herida. Ya había soportado demasiado dolor.
En un abrir y cerrar de ojos, Baden vio arañas por toda la habitación. Era una ilusión óptica creada por el demonio de Scarlet, que estaba especializado en hacer aparecer los peores miedos de la gente. En aquella ocasión se trataba de uno de los temores de Gideon, que se tambaleó hacia atrás, sacudiéndose los brazos y maldiciendo.
Las arañas evitaron por completo a Baden, como si ellas le temieran a él.
–Este juego es divertido –gritó Gideon.
–Lo siento, lo siento muchísimo –dijo Scarlet. Cerró los ojos, frunció el ceño, y las arañas comenzaron a desaparecer.
Cuando Baden terminó su tarea, Scarlet se dejó caer sobre el colchón con un suspiro de alivio.
–Nada de gracias, tío –le dijo Gideon, dándole palmaditas en el hombro. El contacto irritó la piel de Baden, pese a la camisa que llevaba. Gideon se volvió hacia su mujer.
–Te odio. Te odio muchísimo.
–Yo también te odio.
Un momento conmovedor entre dos personas que darían la vida una por la otra.
Baden notó un dolor en el pecho. Se lavó las manos y fue a comprobar qué tal estaban los demás pacientes. La mayoría estaban ya vendados, curándose.
«Golpea ahora. Sin resistencia, obtendrás la victoria total».
«Si vuelves a amenazarlos, hallaré la forma de destruirte».
La bestia empezó a tartamudear. Era como si se hubiera quedado sorprendida y… ¿dolida?
Sin embargo, él ya había aguantado hasta el límite. Nadie estaba preparado para lo que había ocurrido aquel día, y era culpa suya. Sabía que Lucifer iba a mandar a alguien a atacarlo; le habían avisado. Sin embargo, había pensado que él era capaz de arreglárselas solo, y se había equivocado.
Lucifer mandaría a otro asesino, y pronto.
Baden era un gran peligro para Lucifer, puesto que era uno de los hombres de confianza de Hades. Así pues, iba a marcharse para alejar el objetivo de ellos y darles tiempo para que se curaran de sus heridas.
Se llevaría a Katarina, a pesar del peligro. Si ella ayudaba a Aleksander y les hacía daño a los hombres, mujeres y niños a quienes él adoraba…
Sus amigos protestarían por aquella decisión. Seguramente, se empeñarían en irse con él. Los únicos a quienes él aceptaría serían Cameo y Galen, puesto que eran los únicos que no tenían pareja. Sin embargo, no quería poner a Cameo en peligro innecesariamente. A Galen… Baden se encogió de hombros. No tendría problemas a la hora de poner a Galen en peligro. Había formas de asegurarse de que aquel imbécil mentiroso fuera leal.
Miró a su alrededor y divisó a Galen apoyado contra la pared más alejada, observando a los demás con una expresión de aburrimiento.
Como era el guardián de los Celos y las Falsas Esperanzas, Galen tenía tendencia a crear problemas allá donde fuera. ¿Sabía de antemano que el asesino iba hacia la fortaleza, y por eso se había marchado varias horas antes?
¡Traidor!
Destrucción lanzó a Baden directamente hacia Galen. Baden lo agarró del cuello y lo puso en pie.
Sonriendo… ¿Sonriendo? Galen alzó las piernas y le rodeó el cuello a Baden. Aquella posición obligó a Baden a doblar los brazos de una manera imposible y, aunque a Galen le habían cortado las alas hacía varios meses, ya le habían crecido lo suficiente como para permitirle mantenerse en el aire, mientras Baden se tambaleaba hacia atrás.
Con un rápido movimiento, Galen puso los pies en los hombros de Baden y lo empujó, aumentando la distancia que había entre los dos. Baden ya no pudo guardar el equilibrio y Galen aterrizó en el suelo agachado. Miró a Baden con sus ojos azules entre mechones de pelo pálido, con una sonrisa cada vez mayor.
–¿Quieres que hablemos de tu problema, o prefieres seguir llevándote una tunda?
–¿Dónde estabas durante el ataque?
–Fuera.
–¿Haciendo qué?
–No es asunto tuyo.
–Todo lo que represente un peligro para mis amigos es asunto mío.
–¿De verdad? –preguntó Galen, enarcando una ceja rubia–. ¿Pensabas lo mismo hace cuatro mil años, cuando permitiste que un tipo te cortara la cabeza?
Aquellas palabras fueron como una puñalada en el corazón. En otros tiempos, Galen fue el líder de los Cazadores, un grupo de humanos que tenía la determinación de librar al mundo de los malvados inmortales. Humanos que no sabían que también su líder era un inmortal.
–¿Ayudaste al asesino que envió Lucifer?
–Vete a la mierda. Puede que esté podrido, pero no soy idiota.
–Eso no es una respuesta.
–Bien, porque no era mi intención responderte.
–No confío en ti. Nunca confiaré en ti.
Galen puso una exagerada cara de pena y se posó la mano sobre el corazón.
–¿Estoy llorando? Seguro que estoy llorando.
Destrucción rugió.
–Hace meses nos dijiste que Cronus te encerró en el Reino de la Sangre y las Lágrimas. Sin embargo, Cronus ya estaba muerto cuando te encerraron.
–¿Y qué?
–Que has mentido.
–Eso es lo que tú piensas. Yo no sé cómo pudo hacerlo, pero Cronus me encerró. Y a otros guerreros poseídos también. A Cameron, a Winter y a Puck. Pregúntaselo a Keeley.
–No puedo. Está debatiéndose entre la vida y la muerte.
En el rostro de Galen apareció una expresión de angustia, como si de verdad le importara.
–Que sepamos, Cronus tiene un hermano gemelo.
–¿Y nos enteramos ahora? No.
–¿Una realidad alternativa? ¿Viajes en el tiempo? Cualquier cosa es posible.
–No me vas a convencer…
Una risa femenina lo interrumpió. Baden se giró y vio a Katarina junto a la cama de Ashlyn, dándole la mano a Biscuit. ¿Ya había conseguido enseñarle un truco?
Una bruja bella y astuta. Seguramente, había mentido con respecto a la muerte de sus perros para ganarse sus simpatías.
¿Era posible que hubiera fingido todo aquel dolor?
Los niños chillaron de alegría. Se los había ganado por completo.
«Como a mí. Qué ingenuo…».
–Deberías dominarte –le dijo Galen con ironía–. Mirar a tu chica como un obseso solo te va a servir para que te impongan un alejamiento. O para que te den una cuchillada en el cuello. Yo podría haberte matado cinco veces desde que has empezado a mirarla.
–No es mi chica.
–De todo lo que te he dicho, ¿es eso lo que te ha llamado la atención? –dijo Galen, y puso los ojos en blanco–. Estás peor de lo que pensaba. Tan mal como los demás.
Tal vez, porque él siguió mirándola sin poder apartar los ojos. No podía negar el deseo que sentía por ella. ¡Tonto! Quería tenerla entre los brazos, en su cama. Y la tendría. No era necesario que confiara en ella para disfrutar de su delicioso cuerpo.
Lo primero era lo primero. Tenía que encontrar un nuevo hogar y convencer a Galen de que se uniera a él. Con el incentivo adecuado, tal vez aquel idiota quisiera proteger a Katarina cada vez que él tuviera una misión nueva.
«Si me traiciona…».
«Yo me aseguraré de que el incentivo le motive a comportarse como es debido».
Baden lo pensó un instante y, después, asintió con determinación. Sabía lo que tenía que hacer.
Katarina evitó a Baden mientras comprobaba el estado de la gente que se había preocupado de ella mientras estaba sufriendo por la muerte de sus perros. Algunos estaban mejor que otros, pero… vaya. Los inmortales podían sufrir heridas tan graves como las de los seres humanos. ¿Quién iba a imaginárselo?
–He visto la cara de Baden –dijo Maddox, que se había colocado junto a la camilla de su mujer, y tenía a su hija en el regazo–. Nos va a dejar otra vez.
A Katarina se le aceleró el corazón. Mientras acariciaba a los perros, le dijo al guerrero:
–Si quiere marcharse, no intentes detenerlo.
Maddox la miró fijamente.
–¿Qué eres tú para él? ¿Y para nosotros? Lo has calmado una vez. No tienes por qué decir cómo debemos tratarlo.
Ay. Vaya modo de ponerla en su sitio.
Ashlyn le dio un golpe en el brazo.
–¡Grosero!
–No te casaste conmigo por mi delicadeza –le dijo Maddox, mordisqueándole los dedos.
Katarina se echó el pelo por detrás del hombro.
–No tengo por qué ser nadie para Baden, ni para vosotros, para saber que unos barrotes de acero no son lo único que puede crear una cárcel. Queréis a Baden, y seguro que no deseáis que albergue ningún resentimiento hacia vosotros. Por lo tanto, tenéis que dejar que se marche.
Y ella también tenía que dejar que se marchara. Estaba segura de que él la iba a dejar en cualquier sitio en cuanto terminara allí. Había oído que le juraba lealtad a Aleksander, y creía que era una fulana sedienta de poder. Le dolía mucho, porque el hombre que la había abrazado y la había consolado ni siquiera le había concedido el beneficio de la duda. No le había pedido que le contara su versión de la historia. Pues, bien, ella no iba a darle ninguna explicación. Podía pensar lo peor.
¡Gracias a Dios que no se había acostado con él! Un hombre que pensara que tenía razón todo el tiempo y que no prestara atención a sus deseos no merecía su atención.
Y, sin embargo, sentía decepción por no haber podido adiestrarlo y por no haber podido curar la hipersensibilidad de su piel. Y pensar que no iba a volver a verlo la dejaba hundida. Bueno, ¡él se lo perdía! Ella le habría hecho feliz.
–Es alguien especial para él –dijo Ashlyn–, y tú lo sabes. Todos lo sabemos. Puede dar su opinión.
Antes de aquello, ella misma habría pensado que tenía algo de especial para Baden. Sin embargo, ya no podría averiguarlo nunca.
–No. Maddox tiene razón. Yo no tengo nada que decir sobre Baden. Voy a volver a mi casa. Os echaré a todos de menos –dijo. Las mujeres de aquella casa eran encantadoras.
Se preguntó si podría seguir teniendo relación con ellas.
–Espero que nos mantengamos en contacto –añadió, dándole un suave apretón a Ashlyn en el pie–. Podéis encontrar mi número en la guía telefónica.
A los niños, les dijo:
–Voy a llevarme a los perros. Podéis ir a verlos…
–Por encima de mi cadáver –le soltó Urban.
–Sí –corroboró la pequeña Ever, asintiendo, mientras sus rizos dorados rebotaban junto a sus sienes–. Por encima de nuestro cadáver.
–Niños –dijo Ashlyn, con un suspiro–. ¿Qué os he dicho sobre lo de intimidar a los demás?
–Que antes nos aseguremos de que se trata de una situación de vida o muerte –dijo Urban, refunfuñando.
–Exacto.
Katarina contuvo la sonrisa. Notó un calor familiar en la espalda y se puso rígida al percibir el olor de Baden.
«Estoy furiosa con él. No debería desearlo así».
–He hablado con Galen –les anunció Baden–. Se viene conmigo. Esto es por la seguridad de todos a quienes quiero –añadió cuando comenzaron las protestas.
–No hagas esto otra vez –le dijo Lucien.
–Nos necesitas –dijo Sabin–. Y nosotros también te necesitamos a ti.
Reyes, el guardián de Dolor, lo fulminó con la mirada.
–Somos parte de esta guerra aunque tú no estés con nosotros.
Baden no se dejó conmover.
–Necesitáis tiempo para curaros, y yo voy a conseguíroslo manteniendo ocupado a Lucifer, de modo que no pueda prescindir de un solo soldado para mandarlo a atacaros. Puedo teletransportarme al inframundo, y vosotros no. Incluso Lucien está bloqueado –añadió. Aprovechó la pausa tensa que se produjo después de sus palabras, y prosiguió–: Sé que no tengo derecho a pediros que me dejéis marchar, que lo aceptéis, pero, de todos modos, os lo pido. Por mí… y por vuestras mujeres.
Poco a poco, los guerreros entraron en razón. Siendo tan obstinado como era, ellos ya debían de haber aceptado algo que Katarina sabía desde el principio: que Baden movería cielo y tierra para salirse con la suya.
Él le susurró al oído:
–Tú, krásavica, no vas a irte a tu casa. Vas a venir conmigo.
¿Cómo? Él le rodeó la cintura con un brazo fuerte y cálido. Un placer y un dolor a la vez.
–Estás tan equivocado que resulta hilarante. Claro que me voy a ir a mi casa.
–Una vez te dije que te llevaría donde quisieras, pero tú me elegiste a mí. Ahora tienes que enfrentarte a las consecuencias de tu decisión.
Ella se puso rígida.
–Entonces, ¿soy tu prisionera de nuevo?
–Si quieres decirlo así…
–No quiero decir nada de eso en absoluto.
–Bueno, no puedo dejarte suelta para que te vayas a ayudar a tu precioso maridito, ¿no crees?
–Eres idiota. Lo sabes, ¿verdad? Si me encierras, yo… yo…
En aquel momento, Maddox se puso en pie de un salto, con los ojos enrojecidos.
–Estáis provocando a Violencia.
Baden la agarró y la colocó a su espalda, y señaló con un dedo a su amigo.
–Es mía. Nadie puede tocarla ni asustarla. Ni mirarla.
Primero, la acusaba de ser una traidora y, al segundo siguiente, la defendía. ¡Qué hombre tan desconcertante!
En cuanto Maddox se retiró, Baden se giró hacia ella y, con una mirada fulminante, le dijo:
–Puede que sea un idiota, pero tú todavía me deseas, así que, ¿en qué te convierte eso a ti?
–Yo no te…
Él se inclinó y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
–Te corre tan rápido la sangre en las venas que casi puedo oírla. Se te acaban de endurecer los pezones, y despides un olor… delicioso.
Ella se estremeció de excitación.
–No deberíamos tener esta conversación aquí.
Con testigos.
–Está bien –dijo, y se dirigió a los demás–: Os enviaré mensajes de texto.
La habitación desapareció y, en su lugar, apareció otra nueva. Las paredes estaban forradas de encaje y terciopelo, y por todas partes había retratos de un guapísimo rubio, Galen, que tenía unas enormes alas. El guerrero debía de haber perdido las alas en algún momento, porque ahora solo eran unos muñones. Los muebles eran una mezcla de madera brillante, mármol y hierro forjado; había gruesas alfombras en el suelo y una espectacular chimenea de mármol con vetas azules.
¿Era aquella su nueva jaula de oro?
Se apartó de Baden.
–¿Cómo te atreves a dejar a mis perros…?
–¿Ahora son tuyos? –preguntó él. Se acercó al mueble bar y se sirvió algo que parecía Whisky, pero que tenía un olor mucho más dulce–. Con cuánta rapidez cambias de opinión.
Los perros eran suyos. Se habían quedado a su lado durante el ataque de Pandora, y le habían hecho saber a Aleksander que la defenderían con la vida… Sí, eran suyos. Y ella era suya. No de Baden.
–Voy a luchar contigo día a día, minuto a minuto, hasta que los traigas…
–Tranquila. Galen los va a traer.
–Si les hace algo…
–No les va a hacer nada. Está advertido –dijo Baden, y se sirvió otra copa. Se la tomó de un trago y se giró hacia ella con los ojos entrecerrados–. Hay algo sin resolver entre nosotros.
«Ahora va a recriminarme mi supuesta traición». Y, sí, de acuerdo, lo que había oído era condenatorio, pero él debería confiar más en ella…
–Si me insultas… –le dijo.
–¿Qué?
–Retiraré la oferta de las relaciones sexuales.
Un momento, ¿no la había retirado ya?
–Esa oferta se mantiene vigente pase lo que pase.
¿Ah, sí?
–¿Es que piensas violarme?
–Como si tuviera que hacer eso. Parece que estás a punto de violarme tú a mí.
¡Estúpidos pezones! Todavía estaban endurecidos, preparados para él.
Se sentó en la mesa de centro. De ese modo, adquirió una posición de desventaja, algo que nunca habría hecho al empezar a adiestrar a un nuevo perro, pero Baden era de una raza única. Al ponerse en una supuesta posición débil, tal vez consiguiera que él dejara de estar a la defensiva y comenzara a escuchar lo que ella tenía que decir.
–¿Sabías que la moneda puede comprar un título real en el inframundo? –preguntó ella–. En realidad, puede obligar a Hades a concederle un deseo a su propietario, sea cual sea.
Él estaba sirviéndose otra copa, pero se giró lentamente a mirarla.
–¿Cómo lo sabes?
–Me lo ha dicho Alek, por supuesto.
–No se puede confiar en ese tipo, igual que no se puede confiar en ti.
–Tienes mucha razón. Yo tengo el propósito de destruirte –dijo ella–. Esa ha sido mi intención desde el principio. Por eso te rogué que me secuestraras de mi propia boda.
Él siguió hablando como si no la hubiera oído.
–Sin embargo, en este caso, los dos decís la verdad.
Entonces, fue ella la que continuó como si no hubiera escuchado su respuesta.
–Alek me ha prometido que me hará su reina. Todas las chicas sueñan con ser reina.
Baden caminó hacia ella… y se detuvo.
–No vuelvas a pronunciar el nombre de ese desgraciado.
–¿O qué?
Él dio otro paso hacia Katarina, y apretó los puños.
–Deberías estar pidiendo perdón. O piedad.
Ella se echó a reír sin ganas.
–No tengo por qué pedir disculpas. No he hecho nada malo. Y dudo que tú seas capaz de tener piedad.
–Tu traición…
–¿Qué traición? Alek es…
Baden rugió:
–Ese nombre.
–Tú ya has tenido tu turno para hablar. Ahora me toca a mí. No eres mi marido –dijo Katarina–, así que no tengo por qué serte leal a ti. Debería ser leal a Alek –añadió. Aquella idea le parecía asquerosa, pero tenía que dejar clara una cosa. Sonrió con dulzura, y preguntó:
–¿No crees?