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26.
El Gordinflón no parecía estar contento de verme. Su expresión era de enfado al otro lado de la ventana de su cuarto.
—Esto no puede ser, Jim. Son las cuatro. De la mañana.
—Por la puerta trasera —susurré—. Ahora.
Se sintió todavía menos contento al verme en el patio trasero en compañía de dos trolls que miraban el cielo con ansiedad mientras Jack se mantenía inmóvil y amenazador junto al decrépito columpio. El Gordinflón apoyó una mano en el marco de la puerta y soltó una bocanada de aire mañanero, al tiempo que se rascaba el pelo erizado por la almohada.
—¿Os habéis divertido esta noche?
—Pronto será de día —respondí—. Y se convertirán en piedra.
—Hombre, eso tiene que ser digno de ver.
Jack se movió lo justo para que las espadas rechinaran con sonido amenazador.
—No hay tiempo para bromas —insistí—. Es urgente. Necesito que… —No me quedaba otra opción que decirlo—. Necesito que ¡¡¡ARRRGH!!! se quede contigo.
El Gordi soltó una risa.
—¿Este gorilón monstruoso? ¿En la casa de la abuela? Estás para que te encierren en el manicomio, amigo.
—A ti te será mucho más fácil esconderla sin que tu abuela se entere. A mí, con mi padre, me es imposible. Tienes que ayudarme. Yo me llevo a los otros. Así que estoy cumpliendo con lo mío.
—Esto tan solo es asunto tuyo, Jim. Te recuerdo que tú eres el valiente cazador de trolls. Por mi parte, yo tan solo valgo para echar alguna que otra partida de videojuegos. ¿Cómo es que un famoso cazador como tú necesita la ayuda de un aficionado como yo? Gracias por la oferta, pero me parece que la voy a rechazar.
—¡Entonces no lo hagas por mí! Hazlo por ella. No es culpa suya que se vea metida en esta situación. Pero si no la ponemos a cubierto, dentro de dos o tres piedras (media hora, quiero decir) morirá. ¿Quieres vivir con ese cargo de conciencia? ¿Quieres salir al jardín cuando sea de día y encontrarte con un montón de pedruscos?
—Eres un cabrón.
—Insúltame. Pero déjala entrar.
¡¡¡ARRRGH!!! ladeó la cabeza.
—Chaval humano. ¿Tener mantequilla de cacahuete para comer?
El Gordi frunció los labios mientras deliberaba consigo mismo.
—Voy a suponer que tu amiga acaba de elogiar mi valor como guerrero. Y de acuerdo, puede pasar. Voy a hacerlo por ella. Pero haz que entre de una vez, antes de que los vecinos se despierten.
No le fue difícil cruzar por la puerta. ¡¡¡ARRRGH!!! simplemente se desgajó los brazos y volvió a colocárselos una vez en el interior. Optimistas, pensamos que no iba a haber problema. Pronto cambiamos de idea. La troll empezó a manosear todos los pequeños objetos decorativos de la sala de estar, con expresión de embeleso en el rostro. Un estante entero de niños de cerámica se vino abajo con estrépito. El Gordi empezó a preguntar que dónde estaba el pegamento. Bastó el roce de una de sus garras para que una hilera de delicados objetos decorativos de mimbre cayeran hechos trizas. La atención del Gordi se centró en el aspirador. ¿Dónde estaba el aspirador? ¡¡¡ARRRGH!!! empezó a mordisquear las flores de plástico que había en un jarrón. La empujé hacia el cuarto del Gordi. Captó el mensaje, pero no sin rasgar una funda del sofá con la uña del dedo gordo.
Señalé la alfombra que había en el cuarto y, con una sonrisa, ¡¡¡ARRRGH!!! entendió y se sentó en ella. Y a continuación se puso a degustar todo cuanto estaba a su alcance.
—¡Son mis mandos de videojuego! —exclamó el Gordinflón—. ¡No es comida! ¡Eres una troll muy mala! ¡Pero que muy mala! ¡Y espera! ¡Esas son mis zapatillas preferidas! ¡No puedes…! ¿Qué clase de broma es esta, Jim? ¿Tú sabes el pastón que me costó ese disco duro?
El Gordi terminó por marcharse de la habitación sin decir palabra. Hice lo posible por arrancar las pertenencias de mi amigo de las zarpas de ¡¡¡ARRRGH!!! antes de que se las llevara a la bocaza llena de dientes. Sin que Ojitranco me ayudara, pues estaba contemplando fascinado un estante con películas de ciencia ficción, haciendo entusiásticos comentarios sobre la importancia histórica de esta colección de filmes sobre el contacto entre los humanos y los extraterrestres. A todo esto, Jack no se había movido de la puerta. El dormitorio del Gordinflón parecía suscitarle tanta desconfianza como una selva llena de depredadores.
Por la ventana abierta llegaron volando unos cuantos objetos de diverso tipo. Era el Gordi, quien estaba arrojando al interior cuanto había podido rapiñar en los jardines traseros de sus vecinos: un rollo de alambre para gallineros, un par de joviales enanos de jardín, tres macetas vacías, un arbusto arrancado de cuajo y rezumante de tierra. Tras lo cual trepó al alféizar, y le ayudé a entrar.
—Para que se entretenga masticando —gruñó—. Esto es peor que tener un gato.
Se quedó helado. Y yo también.
Un felino soltó un chillido.
Vimos que la punta de una cola atrigada se esfumaba por la garganta de ¡¡¡ARRRGH!!! El Gordi se llevó el dorso de la mano a la frente cual damisela victoriana.
—¡El Gato Veinte, Jim! ¡Ese era el Gato Veinte! ¡Por Dios, Jim! ¡Está comiéndose los gatos de la abuela!
¡¡¡ARRRGH!!! chasqueó los labios y cogió otro gato como si fuera un cacahuete.
—¡El Gato Treinta y Seis! ¡No! ¡El Gato número Treinta y Seis no!
Un breve maullido, y el Gato Treinta y Seis se convirtió en historia antigua. El Gordi se llevó las manos a la cabeza con desespero. Por razones que no entendíamos, los gatos se sentían atraídos por aquella troll siempre hambrienta e insistían en apretarse contra sus piernas y acariciarle el tieso pelaje negruzco con sus largos bigotes.
—¡El Gato Veintitrés! ¡No, por favor! ¡El Gato Cuarenta! ¡Por el amor de Dios! ¡Vete de aquí! —El Gordi me agarró por el brazo—. ¡Esto no funciona! ¡Tan solo responden cuando les llamas por sus nombres de verdad!
—¡Pues llámalos por sus nombres de verdad!
—¡Ya sabes que he perdido el listado!
—¡Encuéntralo!
—Lo tengo por aquí, en algún sitio… ¡Oh, no! Por favor, el Gato Treinta y Nueve no… Es el preferido de la abuela y…
¡¡¡ARRRGH!!! chasqueó su larga lengua tras haber dado buena cuenta del Gato Treinta y Nueve.
El Gordi estaba clavándose las uñas en el cuero cabelludo.
—¿Cómo se explica que estos gatos estúpidos sigan viniendo a este reducto de la muerte?
Jack entró en el cuarto. Sus guantes tachonados causaron cuatro raspaduras en el interruptor de la luz. Con un gesto de la cabeza, señaló el televisor.
—Conéctalo.
El Gordinflón y yo fuimos a por el mando a distancia. Durante el minuto que nos llevó encontrarlo, por lo menos otro de los gatos pasó a mejor vida de forma prematura. Finalmente conectamos el aparato, donde estaban emitiendo un publirreportaje. Un individuo con unos auriculares en la cabeza estaba explicando a gritos las ventajas de cierta fregona último modelo. El Gordi bajó el volumen, mientras yo manipulaba los mandos de la tele para que la imagen fuera mucho más borrosa.
—No hay suficiente electricidad estática —indicó Jack—. Esto es dañino para la salud.
¡¡¡ARRRGH!!! reparó en las imágenes parpadeantes, y la sonrisa en su rostro fue desapareciendo mientras su boca se abría de forma mecánica. Cinco segundos después, de su mandíbula se estaban desprendiendo cinco regueros de babas. Ahora que la tenía al lado, aproveché para coger el neumático de automóvil engarzado en su cuerno izquierdo. El neumático rebotó contra el suelo, espantando a los demás gatos antes de destrozar una mesita decorativa que había en el pasillo. La troll abrió las zarpas poco a poco, y un gatito rechoncho escapó de un salto de la palma enorme que lo aprisionaba.
El Gordi sentó su corpachón en el borde de la cama. Dio unas pataditas al rollo de alambre para gallinero y los dos enanos de jardín. En el aire había pelusa de gatos. Sus labios calcularon el número de bajas en silencio. No iba a tenerlo fácil con la abuela; iba a tener que inventarse una excusa muy convincente, y yo no tenía tiempo para ayudarle.
—Lo siento, Gordi —dije—. No era mi intención…
—Mejor lárgate de una vez, don cazador de trolls. —Hundió la cara en sus manos—. La abuela los lunes se levanta pronto.