
23.
El jardín trasero me asombró por su normalidad. Sobre una de las tumbonas había unos guantes de jardinero. Del cielo sin nubes y puntuado de estrellas llegaba el lejano rumor de los vuelos de altas horas de la noche. Calle abajo, dos perros estaban conversando desde sus jardines respectivos. Incluso la hierba bajo mis pies volvía a ser la de siempre: los montones de vísceras habían desaparecido, dejando diez manchones húmedos de aspecto tan poco inquietante que parecían restos de rocío.
Los actores que deambulaban por este tan tranquilizador escenario parecían salidos de una obra teatral por completo distinta. ¡¡¡ARRRGH!!! estaba en el lado opuesto del césped, moviendo la encornada cabeza a uno y otro lado mientras buscaba al Nullhuller huido. Las luces de las farolas sacaban destellos a las vainas gemelas de Jack, cuyo pecho se abombaba y contraía mientras respiraba con furia. Incluso el Gordinflón parecía estar fuera de lugar: un chaval normal y corriente, sí, pero con el pelo anaranjado y desgreñado, y una camisa cubierta de pintura color rosa cuyos faldones no llegaban a cubrirle el barrigón. Me miró con expresión de desamparo.
—No tuve tiempo de reaccionar —explicó.
—Tampoco pasa nada —dije—. Tan solo ha escapado uno.
—No entiendes nada —terció Jack.
—Tío Jack. —Me dije que hacía bien en dirigirme a él de modo más formal—. Hemos matado a nueve de esos bichos.
—¿Y el saco con las vesículas? ¿O es que lo has olvidado? No hemos matado a uno solo de ellos.
Tuve la sensación de estar hundiéndome. Miré al Gordi, quien se encogió de hombros.
—Logró saltar al césped, se introdujo sus propias vísceras y se largó con el saco. ¿Qué se suponía que debía hacer?
—La responsabilidad no la tenía tu amigo —me espetó Jack—. Él no es un cazador de trolls.
—Pero si no es más que uno solo… —insistí como pude.
—Ese «uno solo» irá a buscar a Gunmar. Para contárselo todo sobre nosotros. Sobre ti.
—Mira, lo siento y…
—Te dije que permanecieras aquí. ¿Por qué no me hiciste caso?
—Porque pensé que en ese momento necesitabais…
Jack se quitó la máscara del rostro y se encaró conmigo.
—¿Y quién te ha pedido que pienses? No pienses. Escucha. ¿O es que crees que lo único que está en juego es tu preciosa vida insignificante? ¿Piensas que puedes suspender ese examen de matemáticas? ¿Que lo vas a hacer mal en esa tonta función teatral? Para que lo sepas, puede producirse otra guerra. Pueden morir decenas, centenares de trolls. Igual consideras que un troll tiene tanto valor como una caca de perro que pisas, pero resulta que los trolls son mis amigos. Y también pueden morir muchos seres humanos, personas a las que conoces. ¿Por fin te parece que el asunto es serio? Tenemos una semana, Jim. Una semana.
El suelo tembló. Nos giramos los tres y vimos que ¡¡¡ARRRGH!!! se había desplomado y estaba de rodillas. Jack corrió hacia ella. Le seguí, pero di un traspié. El Gordi me agarró por el hombro cubierto de sangre. Con un gruñido de asco, me entregó el Gato Seis para limpiarse con la mano las babas de troll que manchaban su pantalón. Rápidamente llegamos allí donde estaba Jack, quien se encontraba ante su amiga arrodillada en el suelo. Por la razón que fuera, acababa de desenfundar ambas espadas.
¡¡¡ARRRGH!!! estaba en una postura lastimosa. Su espalda gigantesca se estremecía con hipidos de dolor, y tenía el cuello tan debilitado que sus grandes cuernos doblegaban su cabeza. Di un paso hacia ella con la idea de ayudarla.
Jack me detuvo con la punta del Doctor X.
—Quieto.
Había cometido unos cuantos errores, cierto, pero no era razón suficiente para que me amenazara con una espada. Iba a quejarme, pero en ese momento vi una caja de cartón tirada en el césped bien cortado. Al momento comprendí lo que pasaba, y los hombros doloridos de pronto me pesaron más. Empecé a dar vueltas, manteniéndome a distancia segura, seguido por el Gordi con dificultad.
¡¡¡ARRRGH!!! tenía pegado al rostro el Ojo de la Maldad. Los palpitantes tallos ópticos se habían abierto camino por los orificios de la troll, colándose en su garganta, en sus fosas nasales y bajo los párpados. Habían penetrado hasta el cerebro de la troll y el Ojo se había aplastado en un óvalo gelatinoso que burbujeaba como un huevo frito en la sartén. ¡¡¡ARRRGH!!! estaba retorciéndose de dolor.
—Sácale eso de la cara —dije a Jack—. ¿No ves que está matándola?
Sus músculos se tensaron, pero no se movió de donde estaba. Entrechoqué la Espaclaire y el Gato Seis. Jack pestañeó muy ligeramente.
—¡Pues voy a hacerlo yo! —grité—. ¡Apartaos!
Las piernas gruesas como troncos de árboles cobraron vida y ¡¡¡ARRRGH!!! se puso en pie de un salto, con las zarpas en alto, como si estuviera sosteniendo dos planetas, y la cabeza echada para atrás. Esperé oír un aullido, pero se oyó una risa que recorrió una escala de varias octavas, tan cacofónica como un grupo de elefantes barritando. Los curvos cuernos partieron la rama de un árbol, que cayó al suelo entre una lluvia de astillas. Jack seguía con las espadas en alto mientras las astillas rebotaban contra su armadura metálica.
¡¡¡ARRRGH!!! nos miró al Gordi y a mí. El Ojo de la Maldad tembló de placer, y el iris verde-anaranjado bostezó, y al hacerlo dejó a la vista los dientes.
—SSSSSSTURGESSSSSSSSSS.
Era la voz pastosa de alguien que había estado mordiéndose la lengua durante decenios. Gunmar el Negro, el Famélico, me vio, me olió, quiso devorarme. De un punto situado en el vacío de aquella pupila me llegó un sordo golpe que atribuí a su brazo de madera. Gunmar estaba muriéndose de ganas de agregar unas cuantas muescas de muerte más, y aunque hubiera preferido hacerlo en persona, todavía no estaba lo bastante fuerte, razón por la que trataba de utilizar a esta conveniente marioneta de cuatro toneladas de peso.
¡¡¡ARRRGH!!! extendió una de sus zarpas, tan enorme como un autobús escolar, con la intención de hacernos daño. El viento que levantó nos derribó antes de que la manaza llegara a tocarnos. El Gordinflón y yo nos abrazamos sobre el césped, demasiado aterrados para gritar.
La zarpa nunca llegó a tocarnos. Gunmar berreó a través del hocico de ¡¡¡ARRRGH!!! El Gordi y yo retrocedimos a cuatro patas y vimos que Jack pinchaba ligeramente con el espadón la pantorrilla de la troll. El pelaje se le erizó, y el descomunal ser se volvió hacia mi tío mostrando los colmillos retorcidos. Pero cuando vio a aquel valiente muchacho que empuñaba la espada, se encogió de hombros y se tiró al suelo; tras lo cual se sentó en la rama desgajada del árbol. El Gordi y yo dimos un respingo al oír el estruendo que se produjo al sentarse.
El Ojo de la Maldad se ensanchaba y temblaba como si fuera masa para hornear. Decenas de venas fueron retirándose del cráneo de ¡¡¡ARRRGH!!!, liberando a la troll poco a poco de su sumisión. El Ojo tembló sobre su hocico unos segundos y se desprendió, rebotó contra el suelo y rodó por el bien cuidado césped hasta detenerse. ¡¡¡ARRRGH!!! hundió el rostro exhausto entre sus zarpas colosales. Jack envainó la espada y llevó las manos al cuello de su amiga, en cuyo oído musitó unas palabras. Reinaba el silencio, por lo que pude escucharlas.
—Lo siento. Tan solo te he pinchado un poquito. No es más que un arañazo.
—Esos chavales humanos. Yo querer comérmelos. Ellos ser una vergüenza.
—Shh —susurró Jack—. Eso no voy a permitirlo.
—¡Hablar en broma! —exclamó ¡¡¡ARRRGH!!!
—Cuéntame qué es lo que has visto. —Jack acarició su pelaje húmedo—. Antes de que lo olvides.
—Nullhuller ir a ver a Gunmar. Gunmar dar órdenes a otros. Los Gumm-Gumms han ido a buscar combustible. Combustible para la Máquina.
A pesar de la pálida luz, vi que el rostro de Jack empalidecía.
—¿La Máquina? En su momento la destruimos. Yo mismo lo vi con mis propios ojos.
—Los Gumm-Gumms trabajar sin descanso. Gumm-Gumms reparar Máquina. Chavales humanos tener razón. Killaheed dar fuerza y poderío. Muy triste. ¡¡¡ARRRGH!!! estar muy triste.
Sentado en el césped, me las arreglé para preguntar:
—¿Qué Máquina es esa?
El temor que se reflejó en la cara de Jack me turbó. Le restó importancia a mi pregunta y dijo:
—Nada. No te preocupes por eso. Lo principal es que ¡¡¡ARRRGH!!! acaba de confirmarlo todo. Y nada de lo que ha dicho es bueno. Los trolls de esta noche no han sido más que la avanzadilla. Gunmar va a seguir enviándonoslos, cada noche, para mantenernos ocupados mientras espera que terminen la reconstrucción del Killaheed. Su plan es perfecto, y vamos a tener que hacerle frente. Si los Gumm-Gumms han salido a buscar combustible para la Máquina…
Guardó silencio. Trató de calmarse un poco contemplando las casas, los vallados, las calles, los tan previsibles ángulos rectos propios de los barrios residenciales. Pero finalmente clavó las dos espadas en el césped con el rostro enrojecido por la frustración de un chico de trece años.
—¿Por qué todo tiene que ser siempre tan difícil?
El silencio posterior hubiera sido insoportable si Ojitranco no hubiera elegido el momento idóneo para intervenir. Al pasar por nuestro lado, nos levantó al Gordi y a mí del suelo con uno de sus tentáculos. Con rapidez, recogió el Ojo de la Maldad, agarró la caja de cartón y lo metió en ella para que no tuviéramos que seguir viendo aquella mirada inmutable. Dejó la caja en el piloso regazo de ¡¡¡ARRRGH!!! e informó con voz animosa:
—La habitación del bebé está exactamente igual que antes. De hecho, está un poco más ordenada, si queréis que os diga la verdad. No he podido resistir la tentación de arreglarlo todo un poco para que el cuarto tenga mejor aspecto. Resulta curioso ver cómo cambian las cosas con solo mover una mesita de noche. A veces pienso que en su momento me equivoqué de profesión.
Ojitranco esperó a que le correspondiésemos con elogios. Pero tan solo se encontró con el exhausto silencio de cuatro seres derrotados en la noche. Suspiró y miró al este, donde una línea anaranjada estaba cortando el horizonte.
—Hemos pasado por momentos peores —dijo con voz queda—. Vamos, vamos. Ha llegado el momento de dejar a estos chavales en sus casas.
No sin cierto esfuerzo, Jack desclavó las espadas hincadas en el suelo. A esta señal, ¡¡¡ARRRGH!!! se puso en pie, apoyándose en la pantorrilla izquierda. Ojitranco encabezó el regreso hacia el puente, seguido por los otros cansados guerreros. Me quedé un poco rezagado, lo suficiente para sujetar el brazo de Jack. Se me engancharon los dedos en la red de espirales de cuadernos escolares.
Él me miró con los ojos inyectados en sangre.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué estás arrastrándome a todo esto?
Su respuesta fue como el rumor de las hojas transportadas por la brisa nocturna.
—Es terrible, ¿verdad? Que te arrastren al subsuelo.