8
La doctora LaMotta esperó a que la audiencia volviera a guardar silencio y prosiguió.
—Hasta el momento se ha informado de doscientos cuarenta y siete casos de SAF en treinta y ocho estados, Puerto Rico, las Islas Vírgenes estadounidenses y Guam. Aquí en Massachusetts hay actualmente nueve casos activos, cinco de ellos en la ciudad de Boston. Tengan en cuenta que todavía no hemos contactado con la comunidad internacional, así que no sabemos si el estallido epidémico se limita tan solo a Estados Unidos y sus territorios.
Alguien la interrumpió para preguntar si algo de todo aquello se había hecho público.
—Todavía no —respondió LaMotta—, pero es muy probable que el CDC y el Departamento de Seguridad Nacional, junio con la Casa Blanca, redacten un comunicado de prensa y lo den a conocer a lo largo del día. El director del CDC, el doctor Fogarty, está esperando las conclusiones de esta reunión antes de proceder. La comunidad médica y la opinión pública clamarán por obtener el máximo de información posible y recibir directrices de actuación, aunque mucho me temo que, al principio, no tendremos todas las respuestas.
Kovachek señaló las puertas del hospital con la cabeza y exclamó:
—¿Sabéis la cantidad de reporteros que hay acampados ahí fuera? Esto va a correr como la pólvora.
El director de la Comisión de Sanidad Pública de Boston preguntó acerca del período de incubación.
LaMotta contestó que solo podía hacer una estimación basada en los casos de Soulandros y Gennaro.
—La hipótesis más razonable es que Gennaro, la técnica de resonancia magnética, fue infectada por la paciente de la terapia génica, la señora Noguchi, en el momento de hacerle el escáner cerebral. Al día siguiente Soulandros viajó a Baltimore y se alojó en el apartamento de Gennaro. Pasaron un día y medio juntos y luego, o sea anteayer, Soulandros regresó a Boston. Si nos basamos en estos datos, el período mínimo de incubación diría que es de uno a tres días.
—¿Y cuál es el modo de transmisión? —quiso saber alguien.
LaMotta preguntó si disponían de la placa pulmonar de Soulandros.
El jefe de Enfermedades infecciosas del hospital proyectó la radiografía en la pantalla.
—Probablemente por vía respiratoria, según demuestra la presencia de una neumonitis bilateral difusa —explicó—. He hablado con los técnicos clínicos de Baltimore y me han dicho que su paciente presenta una infiltración pulmonar similar y un cuadro de fiebre y tos que progresa hacia un problema del sistema nervioso central. Estamos esperando resultados de los cultivos de esputos, sangre, orina y líquido cefalorraquídeo, así como un análisis exhaustivo de serologías. Por supuesto, compartiremos todas nuestras muestras con el CDC.
Tras darle las gracias, LaMotta prosiguió.
—Como ya saben, el modo de transmisión de la infección por adenovirus es a través de las gotículas expulsadas por las vías respiratorias. El virus de la encefalitis japonesa se transmite por vía sanguínea a través de la picadura de mosquitos. El VAF podría mostrar elementos de ambos o no, pero sin duda parece tener un componente respiratorio.
Collins anunció que el doctor Abbott ya estaba listo y conectó la señal de vídeo con la sala número uno de aislamiento, donde Jamie apareció en pantalla equipado con un EPI completo con casco incluido y provisto de suministro autónomo de oxígeno. El casco llevaba incorporado un micrófono, conectado a un altavoz por Bluetooth para que se le pudiera oír. Jamie presentó a su colega de neurología, la doctora Bowman, que estaba a su lado también con un equipo de aislamiento.
Al fondo se veía a Andy Soulandros, atado a la cama hospitalaria por cuatro puntos de sujeción.
Jamie se acercó a la cama.
—Soy el doctor Abbott. ¿Cómo te sientes esta mañana?
Soulandros miró a Jamie con los ojos muy abiertos y empezó a tirar de las ataduras de sus muñecas.
—Yo, yo, na, na, na…
—La doctora Bowman ha estado junto a él toda la noche y es quien mejor puede informarnos sobre su situación clínica. Adelante, Carrie.
—He estado con el paciente en todo momento desde que llegó anoche a urgencias —señaló. Su voz amplificada reverberaba suavemente—. Como ya les ha explicado el doctor Abbott, la mayoría de las funciones neurológicas permanecen intactas. Presenta control voluntario e involuntario de los músculos, incluyendo el movimiento intestinal y el control de la vejiga. Camina con normalidad y su equilibrio también es estable, responde a estímulos de dolor, calor y frío, y sus sentidos de la visión y el oído son a grandes rasgos normales. El examen neurológico y el escáner cerebral no revelan indicios de trauma, derrame o hemorragia. Sus deficiencias clínicas consisten básicamente en problemas de memoria y de lenguaje.
»Creo que el doctor Abbott ya les ha contado que, en el cerebro de la paciente de terapia génica de Baltimore, las sondas moleculares incidían principalmente en los lóbulos temporales mediales y poco o nada en el resto de las zonas cerebrales. Los síntomas clínicos de nuestro paciente son totalmente compatibles con una afectación de dichos lóbulos. Por lo general, estas áreas son las primeras que resultan dañadas debido a la enfermedad de Alzheimer. Los lóbulos temporales mediales son los responsables de los aspectos fundamentales del almacenamiento y la recuperación de la memoria a largo plazo. El doctor Abbott lo explicará con más detalle, y luego les haré una demostración de lo que nuestro paciente puede o no puede hacer.
La cabeza de Jamie asintió en el interior de su voluminoso casco.
—Todos contamos con una memoria a largo plazo y otra a corto plazo. Esta última es la capacidad de recordar una cantidad pequeña de información durante un corto espacio de tiempo: por ejemplo, recordamos un número de teléfono en el momento en que lo estamos marcando. El córtex prefrontal ubicado en los lóbulos frontales es el responsable de la memoria a corto plazo. El estado de este tipo de memoria se suele comprobar haciendo que el sujeto recuerde un dígito o un objeto. Sin embargo, dadas las dificultades de lenguaje que presenta el paciente, lo mejor que podemos hacer es comprobarlo con este sencillo experimento. ¿Carrie?
—Nos ha llevado bastante tiempo enseñarle a hacer lo que queríamos, pero ahora puede hacerlo.
Acto seguido, buscó con sus gruesos guantes las ataduras para liberar las muñecas de Soulandros. Este levantó los brazos para mirarse las manos, pero por lo demás permaneció quieto en la cama. Sobre la mesilla había un bol con uvas. La doctora cogió una y se la mostró. El hombre la siguió fijamente con la mirada.
—Y ahora —dijo Carrie—, ¿dónde está la uva?
Se llevó el fruto de la mano derecha a la izquierda y cerró los puños. Esperó varios segundos antes de tenderlos hacia él.
Soulandros señaló inmediatamente la mano izquierda y cogió la uva cuando ella extendió la palma.
—Muy bien —le felicitó Carrie mientras el paciente masticaba—. Vamos a repetirlo.
Después de tres pruebas satisfactorias, Jamie prosiguió.
—Así pues, parece que la memoria a corto plazo, y por tanto las funciones que dependen de los córtex prefrontales, están intactas. Ahora procederemos a examinar su memoria a largo plazo. A grandes rasgos, existen dos categorías de este tipo de memoria: la explícita o declarativa, y la procedimental. Nuestros recuerdos explícitos son las cosas que sabemos o conocemos: hechos, sucesos, personas, lugares, objetos…, esa clase de datos. Hay dos tipos de recuerdos explícitos. Los recuerdos semánticos son las cosas que aprendemos y que no están relacionadas con la experiencia personal, como, por ejemplo, lo que aprendemos de los libros. Y luego están los recuerdos episódicos, que están relacionados con cosas que hemos experimentado personalmente: asistir a una boda, ver un desfile…, cosas así.
»Los recuerdos procedimentales son muy distintos. Se almacenan en diferentes partes del cerebro, sobre todo el cerebelo, los lóbulos frontales y los ganglios básales, y nos permiten hacer las tareas que ya hemos aprendido. Podemos realizarlas en cualquier momento, de manera automática, sin pensar en ellas de forma consciente: son cosas como conducir, tocar el piano o bailar. Ahora procederemos a examinar las capacidades y las deficiencias explícitas y procedimentales del paciente, pero antes déjenme hablarles un poco del lenguaje. La memoria y el lenguaje están interrelacionados. Uno de los componentes de nuestra memoria explícita corresponde al almacenamiento del significado de las palabras y sus asociaciones: nuestro léxico. Al igual que otros recuerdos explícitos, estos recuerdos basados en el lenguaje se almacenan en los lóbulos temporales. El otro componente del lenguaje es nuestra gramática mental, las reglas aprendidas que nos permiten juntar las palabras para formar oraciones. Estos recuerdos gramaticales se almacenan en los lóbulos frontales, y tengo la impresión de que también se han visto afectados en nuestro paciente. Muy bien, se acabó la lección. ¿Carrie?
Soulandros había estado observando fijamente el rostro de Carrie a través del visor acrílico. Cada vez que él se alteraba, ella le sonreía y el hombre parecía calmarse.
La doctora hizo un gesto con el brazo abarcando la habitación.
—¿Dónde estás?
Él siguió el movimiento de su brazo y respondió:
—Mi, mi, mi, mi…
—Vale. ¿Quién soy?
—No, no, no…
Carrie había dispuesto algunos objetos sobre una mesa. Cogió una cuchara y preguntó:
—¿Qué es esto?
Soulandros la cogió con la mano derecha, la olió y dijo:
—Yo, yo, yo…
—¿Qué es esto? —repitió Carrie.
No hubo respuesta.
Carrie le quitó la cuchara y le entregó un pequeño frasco sellado con trocitos de melocotón en almíbar.
—¿Qué es esto?
Él cogió el frasco y lo olió.
—Na, na, na…
—¿Es comida?
Él la miró inexpresivo.
La doctora le quitó el frasco de las manos. No fue tarea fácil retirar el sello de plástico con los guantes, pero al final lo logró. Entonces le tendió a Soulandros el frasco abierto y la cuchara al mismo tiempo, y él cogió cada cosa con una mano. Tras oler la fruta, usó la cuchara para llevarse los trocitos de melocotón a la boca hasta que no quedó ninguno, y luego se bebió hasta la última gota de jugo.
—El paciente no sabía o no era capaz de poner nombre a la cuchara, un problema de memoria explícita —explicó Jamie—, pero sabía por instinto para qué servía y cómo utilizarla, una habilidad de memoria procedimental.
Carrie cogió un bolígrafo.
—Hace dos horas el paciente no sabía nombrar este objeto —dijo sosteniéndolo ante la cámara—. Pero hemos estado trabajando en ello. —Se volvió hacia la cama—. ¿Qué es esto?
Soulandros tensó los labios. Ella repitió la pregunta.
—Bo… boli —balbuceó él al fin.
—¡Muy bien! —exclamó Carrie—. Boli. Hace un rato tampoco sabía cuál era su propio nombre, y también lo hemos trabajado. ¿Cómo te llamas?
Soulandros movió la boca, pero no salió nada.
—¿Cómo te llamas?
Nada.
Entonces la doctora le ayudó un poco:
—An…
—An… dy.
—¡Muy bien! ¡Andy! Ahora vamos a comprobar si sabe lo que tiene que hacer con el bolígrafo. Aún no lo hemos probado.
Carrie le entregó el bolígrafo y puso ante él una bandeja con una hoja de papel. Soulandros lo asió en su puño, pero no hizo nada. La doctora se inclinó sobre él, le quitó el bolígrafo y empezó a hacer garabatos en la hoja. Luego volvió a dárselo. En esta ocasión él la imitó, agarrándolo con tres dedos y trazando una simple línea en la página. Entonces parpadeó varias veces y empezó a mover la mano rápidamente.
—¡Muy bien, Andy! —le felicitó la doctora.
Luego Soulandros cogió la hoja y la sostuvo en alto: en ella aparecía garabateada una firma rudimentaria.
—Esto no resulta sorprendente —intervino Jamie—. Trazar una firma es un acto automático que no requiere de la recuperación consciente de la memoria almacenada.
Entonces Soulandros empezó a apretar las piernas, haciendo muecas y tocándose la entrepierna por encima de la bata de hospital.
—¿Quieres hacer pipí? —le preguntó Carrie—. Ya ha mostrado antes este comportamiento.
El hombre emitió un gruñido, y cuando ella le soltó las ataduras de los tobillos, saltó de la cama y se dirigió al lavabo. Desapareció de la pantalla y poco después oyeron que orinaba y que la cisterna se vaciaba. Carrie entró en el cuarto de baño y, al salir, puso una mano en el hombro del paciente y, guiándolo con delicadeza, lo llevó de vuelta a la cama.
—Ir al lavabo es otra función automática —explicó Jamie—, y el hecho de que permanezca intacta es otra señal de que sus problemas radican tan solo en su memoria explícita. Muy bien, antes de quitarme el traje, voy a resumir lo que tenemos. Esta evaluación es preliminar y se basa en un único paciente, pero creo que podemos establecer algunas generalizaciones. Su síndrome presenta similitudes, si bien también diferencias significativas, con dos procesos comparables: la enfermedad de Alzheimer y la amnesia retrógrada. Como muchos pacientes con un alzhéimer severo, parece haber perdido una parte sustancial de la capacidad de recuperación de la memoria explícita, así como la mayoría de sus aptitudes lingüísticas. Sin embargo, a diferencia de quienes padecen alzhéimer severo, la enfermedad ha aparecido de forma repentina, el paciente no está postrado en cama ni muestra incontinencia, y además está completamente alerta. Asimismo, a diferencia de aquellos en los que la posibilidad de un nuevo aprendizaje es prácticamente inexistente, nuestro paciente, al parecer, tiene la capacidad de, como mínimo, recuperar ciertos conocimientos como su propio nombre o la palabra para designar un bolígrafo.
»Los pacientes con amnesia retrógrada desarrollan su enfermedad de forma repentina, como resultado de un trauma, una hemorragia cerebral o una situación de estrés psicológico severo. Pueden no recordar su identidad o cómo han llegado a un determinado lugar, pero por lo general su lenguaje es fluido y su memoria semántica permanece intacta. Lo que pierden es la memoria episódica, los recuerdos relacionados con su experiencia personal. Creo que nuestro paciente sufre un síndrome totalmente distinto que no ha sido descrito con anterioridad. Un síndrome compatible con los factores tipo CREB alterados que les he descrito antes y que bloquean, a nivel molecular, los circuitos de recuperación de la memoria.
»En estos momentos, resulta imposible saber si otros pacientes con el mismo síndrome se verán afectados en un mayor o menor grado. También resulta imposible saber cuánto podría durar el síndrome sin la aplicación de algún tipo de terapia. El nuevo virus parece ser que se replica, lo que significa que seguirá produciendo factores CREB alterados y, por tanto, continuará bloqueando la recuperación de la memoria. Y eso no es bueno. No obstante, la capacidad de reaprendizaje indica que algunas regiones de los lóbulos temporales son capaces de almacenar y recuperar nuevos recuerdos a pesar de esos factores alterados. Y eso sí es bueno.
Cuando Jamie regresó a la pequeña sala de reuniones y se reincorporó a la asamblea, en el auditorio se había desatado una acalorada discusión acerca de las medidas que habría que adoptar en cuanto a salud pública. El director del equipo de respuesta rápida global del CDC, el doctor Hansen, se encargaba de moderar el debate desde el estrado. Jamie escuchó mientras se lanzaban opiniones sobre si los hospitales deberían mantenerse abiertos o cerrados, si habría que aconsejar a la gente que se recluyera en sus casas, si deberían cerrarse las escuelas y las guarderías o si habría que distribuir mascarillas quirúrgicas entre la ciudadanía. Una de las pocas medidas en las que hubo unanimidad fue la de que había que administrar doxiciclina de forma masiva, tal vez a toda la población estadounidense. Se envió a alguien del CDC a realizar las llamadas pertinentes para enterarse del nivel de las reservas nacionales del antibiótico.
Hansen explicó a los reunidos que una de las máximas prioridades del CDC era averiguar el riesgo de contagio del SAF tras haber estado en contacto con una persona infectada, y también obtener datos concluyentes sobre el período máximo de incubación tras la exposición. Eso permitiría tomar decisiones sobre la duración de la cuarentena.
—Tras haber estado en contacto —prosiguió Hansen—, ¿cuánto tiempo ha de pasar para estar seguros de que no ha habido contagio? ¿Cuatro, cinco, seis días? ¿Durante cuánto tiempo es contagioso un enfermo de SAF? ¿Solo mientras sigue tosiendo? ¿Más tiempo? Necesitamos saber mucho más sobre la enfermedad antes de dar respuestas a la ciudadanía. De todos modos, aunque disponemos de datos insuficientes, está claro que la Casa Blanca querrá que emitamos una declaración institucional, probablemente a lo largo de esta misma mañana.
El miembro del CDC que había ido a comprobar el nivel de las reservas nacionales de doxiciclina regresó y procedió a explicar lo que había averiguado. Justo en ese momento, el móvil de Jamie empezó a vibrar. Cuando vio que se trataba de Colin Pettigrew, silenció su micrófono y dio la espalda a la cámara.
—Colin, ¿has logrado contactar con Steadman?
Mientras Pettigrew hablaba, Jamie perdió la noción del tiempo. Cuando colgó y echó un vistazo a la pantalla del móvil, le sorprendió descubrir que la llamada solo había durado dos minutos.
Volvió a conectar el micrófono y se volvió hacia la cámara.
—Siento interrumpir —dijo alzando la voz, y provocando que Hansen mirara por encima del hombro hacia la gran pantalla—. Acabo de recibir una llamada de Baltimore. Han encontrado al doctor Steadman esta mañana. Muerto. Se ha suicidado. También me han informado de que han localizado al jefe de laboratorio de Steadman en Montana, donde se encontraba de vacaciones. Este ha explicado que, sin que sus colaboradores ni el comité de seguridad tuvieran conocimiento de ello, la estabilidad del virus de la terapia génica se había visto seriamente comprometida al incorporar el gen suicida. Y hace unos seis meses, con el fin de acabar el ensayo en el plazo previsto, Steadman le ordenó que suprimiera el gen suicida y que guardara el secreto.
—¿¡Cómo!? —oyó gritar a Hansen.
Jamie tragó saliva.
—Me temo que no disponemos de mecanismo de seguridad —repuso—. No contamos con ninguna arma conocida para enfrentarnos a esto.