2

Jamie Abbott sudaba y el corazón le latía a mil por hora.

—Hola, ¿eres Derek? —jadeó por el auricular.

—Sí, ¿quién eres?

—Soy Jamie Abbott. ¿Qué tal? Quería hablar con Mandy.

Espero que no sea demasiado tarde para llamar.

—No, ahora se pone. Voy a buscarla. —La respuesta no sonó muy amistosa.

Jamie siguió pedaleando y esperó. Al inclinarse sobre el manillar, el sudor de su frente goteó sobre la bicicleta. Mechones rizados de cabello oscuro le caían sobre los ojos y no paraba de echárselos hacia atrás. De niño, su madre solía decirle que tenía pelo de caniche, y suponía que aún era así. No había manera de domarlo y siempre parecía un tanto desgreñado. A eso había que añadirle una barba tupida. Aunque se la afeitara, al mediodía lucía siempre una sombra oscura.

Amanda Alexander se puso al teléfono.

—Derek dice que suenas como si te faltara el aliento.

—Estoy en la bicicleta.

—Son las diez de la noche en Boston. Estás en Boston, ¿verdad?

—Sí. Es una bicicleta estática. Estoy haciendo un esprint de cincuenta kilómetros.

—¿Por qué?

—Ya he cumplido los cuarenta —respondió sin dejar de pedalear—. La edad en que los hombres empiezan a engordar.

—No creo que eso vaya a pasarte a ti. ¿Qué ocurre?

—Te he llamado al móvil.

—Lo apago por las noches. A diferencia de ti, yo no tengo que atender a pacientes, ¿recuerdas? ¿Qué es tan urgente?

—¿No has visto el correo que acaba de enviar Steadman?

—Ya te lo he dicho, me desconecto. ¿Lees el correo en la bicicleta?

—¿Y por qué no?

—Ah, no sé —repuso ella en tono irónico—. ¿Qué dice el mensaje?

—Creo que deberías leerlo. Esperaré.

Jamie pedaleó casi un kilómetro hasta que ella volvió a ponerse.

—¡Santo Dios, Jamie! —exclamó Mandy.

El asunto del correo era: «Actualización urgente sobre el estudio BMCH-44701, fase 1 del ensayo de un nuevo agente de terapia génica contra el alzhéimer». Lo remitía Steadman e iba dirigido a Jamie, Mandy y otros integrantes del comité de seguridad del estudio, con copia a varios miembros del personal de la FDA, del NIH —los Institutos Nacionales de la Salud— y del Baltimore Medical Center. El mensaje empezaba así: «Paciente 0 de 78 años, mujer, sometida al ensayo desde hace 3 días, ha experimentado un grave e inesperado episodio adverso». A continuación describía su estado clínico y los resultados de diversas pruebas.

—¿Qué opinas? —preguntó Jamie—. ¿Hay alguna posibilidad de que se deba al vector?

—Hice especial hincapié en probarlo con todos los modelos imaginables. Es cien por cien no patógeno y no inmunogénico. —Sonaba dolida. Era de su criatura de la que estaban hablando—. Lo introduje en decenas de ratones severamente inmunodeprimidos. Y no se les movió ni un pelo.

—Muy graciosa —replicó Jamie; los ratones inmunodeprimidos no tenían pelo.

—Es imposible que haya provocado una encefalitis.

—No estoy dudando de ti, pero está claro que la paciente sufre una encefalitis de algún tipo. No tardaremos en saberlo si aparece algo en su serología.

—Steadman dice que la resonancia no muestra ningún cambio significativo —observó Mandy—. ¿Hay escáneres portátiles?

—Bravo, tú también te has dado cuenta. No hay escáneres portátiles. Eso significa que han roto el protocolo de aislamiento y la han llevado a otra sala para hacerle la resonancia. No es muy inteligente por su parte.

—Steadman quiere que nos reunamos en persona el viernes. ¿Podrás asistir? —preguntó ella.

La bicicleta de Jamie emitió un pitido al llegar a los cincuenta kilómetros.

—¿Podremos hablar?

—Estamos hablando.

—Ya sabes a lo que me refiero.

—Sí, podremos hablar —respondió Mandy en un tono vacilante y receloso.

Jamie paró de pedalear.

—No puedo creer que vaya a volver a verte tan pronto.