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CORRIENTES TRANSITORIAS

M

ás tarde —tendido bajo una capa de vegetación triturada, con todas las articulaciones doloridas mientras se reparaban sus costillas—, Toby comprendió en parte lo sucedido.

La vida del bosque tenía diversas defensas. Era múltiple, silenciosa, antigua y estaba dotada de algo más que de las fuerzas naturales. Algunas cosas que Quath había dicho ahora tenían sentido, encajaban.

La vida derribada podía levantarse. Organismos oportunistas que formaban parte de intrincados eslabones absorbieron el brutal bombardeo y lo devolvieron. Pues el bosque no era simplemente vegetación aferrándose al cambiante cauce del esti, sino que incorporaba el esti.

Innumerables astillas de esti, en los árboles, los arbustos y las capas del suelo, provocaron fuerzas eléctricas. Las partes interactuantes del mundo natural tenían circuitos evolucionados a partir de los pliegues de espacio-tiempo. El bosque poseía una inteligencia difusa, o tal vez allí «inteligencia» fuera un término sin demasiado significado.

En cierto sentido había actuado más allá de las categorías de la evolución natural que Toby comprendía. Reflejaba los extendidos eslabones del Mantis y su especie. Y aquella íntima asociación estaba incorporada a la herencia genética del vasto esti.

Aquel tapiz podía devorar una tormenta, absorberla en sus genes.

Aprender del castigo. Prepararse.

Lo había hecho durante años.

Sepultado en el escondrijo más profundo de toda la galaxia, aquel yo difuso había aprendido durante mucho más tiempo del que era posible para un hombre.

Toby había recorrido las Vías, considerándolas pasillos de un vasto edificio esti. Una analogía falsa.

La vida entretejida anudaba reinos que él no podía ver. Sólo en momentos fugaces y esporádicos su sistema sensorial podía detectar las profundas y lentas conversaciones de aquel ser.

Esa sensación de ser observado… Pero más que eso… la sensación de formar parte de un todo brumoso.

Este mundo nudoso se sostenía porque permanecía fiel a sí mismo, devorando a sus rivales. Y ahora digería a Toby. Lo sabía sin saber cómo estaba tan seguro.

Había abierto una puerta, eso era todo. Había usado su don para abrir un agujero momentáneo en el esti. Para dejar entrar fuerzas que de otro modo no habrían podido llegar tan rápidamente, o ni siquiera habrían llegado.

Tal vez él hubiera dejado su huella. O tal vez al fin tuviera edad suficiente para saber que no importaba preguntarse si uno dejaba su huella. Había que intentarlo, eso era todo.

No creas que nos hemos olvidado de ti. Esperamos que vivas para ayudar. No había garantía de ello, sin embargo.

Más tarde, su único recuerdo sólido y duradero era lo sucedido cuando lo había tumbado la descarga. Había sido sólo un fragmento pasajero de los acontecimientos más grandes de arriba.

La explosión debía haberse producido dentro de él, pues el bosque estaba intacto. Pero había presenciado la inmensidad de la fugaz presencia y, por un breve instante, había participado en sus decisiones.

En cierto modo había sido el interruptor. Para abrir la puerta, necesitaba estar en el circuito. Pero los electrones no saben mucho sobre radiotransmisión aunque naden como peces entre resistencias, capacidades y mares de potencial.

Aquello que alimentaba la ferocidad lo había usado; había usado la conciencia de Toby para concentrarse.

Su participación en ello era algo en lo cual ni se atrevía a pensar sin sentir escalofríos.

Había sentido el obrar de poderes indiferentes. Peor aún, había sentido las muchas vidas que estallaban, sufrían y morían. Pero al menos eran iguales en sus tormentos. Se sumaban multitudes y el peso de arriba las aplastaba sin reparar siquiera en sus padecimientos.

Él sí había reparado en ellos. No como algo distante, sino como experiencia inmediata. Más que nada, recordaba el dolor.

Pues en esa fracción de segundo los dientes le bailaron en las encías. Las costillas de calcio que formaban su pecho se convirtieron en huesos cromados y nudosos, lustrosos y resbaladizos. Rápida gracia metálica. Tormentas rojizas rugieron en sus venas congestionadas, en sus ligamentos trémulos. Los pies le bailotearon, tamborileando, hablando con el suelo. Los tobillos le castañetearon con tal fuerza que corrían el riesgo de fracturarse.

La cabeza erguida, el cuello estirado. Hormigueo en la piel hirviente y eléctrica en la luz polarizada. Su columna vertebral era parabólica, crujiente. Pasajes huracanados se abrieron en él, un rechinante canto de dolor.

Lo atravesó. Buscó a su verdadero enemigo y él no supo si el fuego de voltaje venía de los mecs o surgía de descargas imponderables desde las honduras del bosque hirviente. Y no importaba. Él pertenecía a esa furia y por un momento fue el conductor. Las corrientes lo atravesaron sin que él lo supiera.

El furor recorrió caderas pulidas por gusanos azules y voraces. Serpientes de frenesí luminoso atravesaron vorazmente los huesos.

Y para él fue suficiente. Más tarde sólo recordaría con claridad el dolor. Un dolor jubiloso y pleno. Abundante.

Despertó tendido sobre ceniza gris. Silencio, lluvia suave. Un ratón alado pasó volando.

No era preciso moverse. Sólo pensar.

Vio cuál era la diferencia de los mecs más elevados. Había una estremecedora belleza en su distanciamiento. Una dura concentración en el oficio de tratar con la muerte sin correr peligro de sufrirla. No morían como la gente. Tal vez eso fuera un verdadero avance. No lo sabía. Podía envidiarlos u odiarlos, pero lo mejor era no hacer ninguna de las dos cosas.

Ahora sentía la soledad como no la había sentido nunca. La extrañeza de los mecs le había hecho ver que la Familia Bishop, su padre, incluso Quath, cuando estaban cerca, constituían un mundo para él. Sin ellos estaba definitivamente solo frente a los lechos desnudos.

Ahora sabía cosas que no podía haber sabido de ningún otro modo. Había huido de su padre en su confusión, respondiendo a sus principios y a su amarga furia. No sabía que era el portador de todo aquello, y ahora era demasiado tarde.

Tal vez así tenía que ser, y nunca aprendías nada a menos que lo hicieras de forma retrospectiva, examinándolo a la luz de la experiencia. Era preciso incorporar lo que uno llevaba encima. Coraje, fracaso, rencor, todo eso.

Luego el universo procuraba incluirte, y si no encajabas te destruía. Algunas personas encajaban bien después de eso. Toby comprendió que algo se había roto en él y que a lo sumo cabía esperar que después de la fractura fuera más fuerte.

Había crecido creyendo que el universo era hostil a la gente; en cierto modo eso la hacía importante. Estaba enzarzada en una gran lucha contra un gran enemigo.

La verdad era mucho más triste. Al universo no le importaba.

Los mecs eran así. Implacables, pero indiferentes a las personas en cuanto tales, viéndolas sólo como un elemento más en un paisaje llano y carente de sentido. Cumplían su misión sin reparar siquiera en sus extrañas y falsas muertes.

Encontró al pájaro que le había hablado. Estaba calcinado y aplastado, con los ojos hinchados de sangre seca. Lo sepultó.

A fin de cuentas, se trataba del Yo. Killeen le había impedido ser él mismo, aunque tal vez era algo que sucedía siempre entre padres e hijos. Y nunca sabría cuánto de aquello se relacionaba con la silenciosa invasión de Shibo.

De un modo extraño, el Mantis quería lo mismo. El único bien que Toby nunca cedería. El Yo.

Recordó la alegría y la paz del comercio en la ciudad portal. Allí el comercio reforzaba el Yo. Obtener un premio justo significaba saber comerciar. Ayudaba a definir quién era uno. Lo mismo sucedía con la Familia, que era una especie de maquinaria para crear el Yo por medio de la acción.

Nunca le habría sucedido aquello si hubiera estado con la Familia o con Quath. La Familia limaba las asperezas. La Familia era una ficción, ahora lo sabía. Una ficción que se defendía contra el abismo frenético que se abría por doquier.

Pero también era una ficción veraz, porque la historia que las Familias contaban con su ejemplo permitía seguir adelante. El abismo seguía allí y uno lo vería de nuevo, al menos una última vez, pero nadie tenía prisa por alcanzar ese momento. Después de encarar el abismo, uno sabía para siempre que el abismo aguardaba, y que regresaría. Sabiendo esto, Toby era libre.