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BAHÍA BESIK

T

oby no quería aprovecharse de su condición de hijo del capitán, pero había momentos en que no podía resistirse a hacerlo.

Este era uno de ellos. Ahora corrían para salvar el pellejo.

Todas las pantallas del Argo mostraban la proximidad de sus perseguidores. Las naves mecs acortaban cada vez más la distancia que los separaba. Su aparatoso diseño demostraba la falta de preocupación por el estilo o la habilidad. Como explicó Jocelyn, las naves mecs no eran como recipientes llenos de pasajeros, sino multimáquinas entrelazadas, sin ni siquiera una única piel metálica intacta. Para las formas de vida orgánica la unidad básica era el individuo; para los mecs eran comunes los sistemas operativos del tamaño de ciudades. Y esas naves eran moles gigantescas y deformes.

Detrás de ellos venía la nave de las miriapodia, con su inmenso aro marfileño suspendido entre ellas. Los mecs no dieron la vuelta para atacar a la miriapodia. Y el Argo se internó en las umbrías volutas de la inmensa nube de Besik.

La bravuconería y el entusiasmo se disipaban. En la cafetería, los miembros de la Familia murmuraban preocupados en pequeños grupos. Toby no quería aguardar ociosamente las novedades, así que cuando podía inventar una excusa iba al Puente. Si permanecía detrás, los oficiales no reparaban en él, o bien le guiñaban el ojo y seguían de largo. El hijo del capitán, ¿quién quiere meterse en problemas?

Naturalmente, Besen quiso acompañarlo. Toby aún no sabía tratar con mujeres de verdad, y Besen ya era toda una mujer. En la Familia, las mujeres eran personas que demostraban su capacidad en una amplia gama de cuestiones prácticas, no sólo en la cocina o en la cama, aunque tampoco allí se quedaban cortas. Las muchachas y muchachos eran chiquillos, pero las mujeres y los hombres eran tripulantes. Los ritos apropiados marcaban el cambio entre una y otra condición. Así que Toby no pudo más que llevarla consigo.

Se detuvieron un instante en la cámara de los Legados. Era un simple recoveco en las tortuosas paredes del corredor, y Toby iba allí a menudo. Besen había ido pocas veces, y se lo dijo. Toby quedó sorprendido.

—¡Pero si son los Legados!

—Sí, claro —dijo ella compungida, y luego lo miró desafiante—. Pero son sólo losas con inscripciones, y en una escritura que nadie puede leer, ¿verdad?

—Claro que no. Por eso los guardamos aquí, para que algún día, cuando conozcamos a alguien capaz de leerlos.

—Ya, ya…, pero hasta entonces no son más que acertijos, ¿no?

Toby pasó por alto la mueca escéptica de Besen y miró un buen rato las altas y grises planchas y su ondulante escritura. Fría, solemne, de líneas serpenteantes. ¿Por qué lo colmaban de añoranza?

Besen se estaba impacientando, así que fueron al Puente. Entrar era fácil, un gesto de cabeza y un guiño. Permanecieron juntos en la penumbra, mirando la pantalla largas horas.

Bahía Besik. Enigmática y lóbrega como la escoria de un horno monstruoso.

Aquel lugar tenebroso describía su órbita alrededor del agujero negro. A veces su órbita atravesaba el disco inferior, donde sorbía materia. Una maraña de campos magnéticos toscamente urdida como una tela basta la protegía. Luego se liberaba del disco y se elevaba, girando lentamente encima del furor. Nadie sabía cómo perduraba una esfera de polvo sobre una parrilla de hierro líquido.

El Argo atravesó los oscuros recovecos de la inmensa nube de Besik, aguardando la llegada de las naves mecs. El casco se enfriaba. Los delgados tendones metálicos de la nave se descargaban, contrayéndose, causando detonaciones y tamborileos en los corredores. El aire perdió su punzante olor a ozono. Pero los bancos de polvo y gas no podían protegerlos eternamente de sensores sofisticados.

—¿Cuánto tiempo crees que tenemos? —susurró Besen.

Toby se encogió de hombros, aparentando menos aprensión de la que sentía. Había aprendido en su infancia a combatir el nerviosismo, o al menos a no demostrarlo. Movió los músculos, tratando de relajarse.

—Depende de lo que puedan ver los mecs. Tenemos mucha tecno diseñada para esquivar y cegar, pero quién sabe qué tienen ellos.

—¿Cómo es posible que esta nube haya existido tanto tiempo? —Besen señaló los enormes y turbios riscos de negrura—. ¿Cómo es posible que el agujero negro no lo arrastre?

—Quath dijo que podía ser artificial. Un refugio para navegantes que existe desde la antigüedad.

—Pero ¿quién se tomaría la molestia de construir una bola de polvo como esta? —Como en respuesta, un relámpago plateado culebreó en el banco de polvo. Besen insistió—: ¿Y por qué?

Toby volvió a encogerse de hombros.

—Tendríamos que averiguarlo —insistió Besen.

—Mira, para los mecs somos ratas que viven en las paredes de este lugar, gusanos ignorantes.

—Eso no es motivo para dejar de aprender.

—Claro, pero una rata lista procura conservar el pellejo.

Killeen estaba en el centro del Puente. La actividad giraba a su alrededor, con los oficiales yendo y viniendo para afrontar las muchas tensiones a las que los sistemas del Argo estaban sometidos. Toby sabía que la capacidad de su padre estaba sometida a una prueba, pero lo que más le preocupaba de Killeen era su mirada vidriosa. Deseaba saber qué sucedía detrás de aquellos ojos de pedernal.

Y de pronto, cuando la primera nave mec apareció, todo aquello pasó a ser ínfimo y trivial. Aristas. Puntales nervudos. Mecánicos ángulos grises. Surgió de una importante masa sombría y viró hacia el Argo.

La inquietud invadió el Puente. La nave mec estaba ampliada al máximo y Toby ni siquiera distinguía si estaba armada… hasta que les lanzó un misil.

El Argo pasó a alerta máxima. Las pantallas proyectaban estimaciones del tiempo de colisión, opciones defensivas, posibilidades de maniobra. De repente el misil desapareció, desintegrado por un rayo defensivo del Argo. La dotación del Puente aplaudió, pero Killeen ni siquiera sonrió. Toby se descubrió apretando con fuerza la mano de Besen.

Aparecieron más naves mecs. Se aproximaron al Argo siguiendo trayectorias complejas destinadas a impedir que disparasen simultáneamente a más de una. Aunque Killeen ordenó acelerar al máximo, las naves mecs se acercaban.

Pasó un buen rato. Los mecs no disparaban. Los oficiales del Puente supusieron que las naves mecs no querían malgastar disparos contra las defensas del Argo hasta estar bien cerca. Pero eso no tenía mayor sentido, pensó Toby, pues los mecs los superaban ampliamente en número.

Las naves mecs brincaban de aquí para allá. Parecían ansiosas por expulsar el Argo de la nube, por una larga senda de polvo ceniciento. Toby sentía el temblor de las forzadas máquinas del Argo. Killeen impartía las órdenes con serenidad y rostro pétreo.

Entonces algo rápido pasó fulgurante junto al Argo: una línea blanca y brillante, un rasguño vibrante que recorrió las pantallas. La dotación del Puente jadeó. Era el Círculo Cósmico, como lo llamaban las miriapodia, y en aquel momento Toby apreció su verdadera escala.

De cerca, el segmento parecía recto. Toby llamó a su Aspecto Isaac mientras la línea luminosa se alejaba hacia las naves mecs. Ya había visto el aro en el último mundo que habían visitado, pero nunca lo había entendido.

—¿Qué es esa cosa? —preguntó.

Me habría alegrado instruirte cuanto quisieras, si tan sólo hubieras inquirido…

—Vamos, habla… y sé breve y claro.

Muy bien, aunque te perderás mucho material interesante. Los antiguos los llamaban «líneas cósmicas», aunque son aros, como puedes ver. Una rareza que incluso mis Rostros más antiguos no se explican.

—¿Para qué son?

No son para nada… son naturales. Se formaron en las primeras épocas del universo, como pliegues compactos en el espacio-tiempo. Como las arrugas que se forman en el hielo de un estanque congelado. Sólo tienen unos átomos de grosor, pero son muy largos. Considéralos un recurso natural nacido del Big Bang.

—¿Unos cuantos átomos de grosor? ¡Vamos! Este resplandece como una estrella.

Eso es porque aquí atraviesa campos magnéticos de gran intensidad que conducen la corriente eléctrica a través de él, iluminándolo.

—No lo entiendo —susurró Toby mentalmente—. Debe ser difícil de transportar, a pesar de ser delgado. ¿Por qué llevarlo a rastras?

En muchos sentidos, la herramienta más útil es el cuchillo. Esta hoja es del tamaño de un mundo. Imagina lo que puedes cortar con ella.

A Toby no le hacía falta imaginarlo: había visto cómo cortaba un planeta entero. Ahora el aro iba hacia las naves mecs, escoltado por las ahusadas naves de las miriapodia. El aro palpitaba de energía.

De pronto las miriapodia lo soltaron y la gran hoz salió disparada. Daba vueltas a tal velocidad que el ojo no podía seguirlo. Se formaban vivos lazos que recorrían el borde y se dispersaban en destellos de luz ambarina y azul. Los mecs trataron de escapar, de esquivarlo.

Demasiado lentos. El aro vibrante los atravesó, culebreando y girando para atrapar cada nave al pasar. Las naves mecs siguieron teniendo el mismo aspecto, aun ampliadas al máximo. Pero pronto una de ellas comenzó a crecer y alargarse. Se había fracturado. Trataba de mantenerse entera recurriendo a los flexibles y relucientes metales que preferían los mecs.

No pudo lograrlo. La nave se partió en dos, esparcida en fragmentos y exhalando un penacho de gas anaranjado. Los trozos cayeron al espacio.

Toby pensó en lo extraño de la naturaleza: dejaba aros delgados y relucientes como marcas de aquello que había creado el universo. Y la vida aprendía a usarlos para sus propios fines.

Entonces notó que todos los que estaban a su alrededor gritaban y reían. Besen lo abrazaba. Ignoró a su Aspecto Isaac, que seguía tratando de impartirle una clase, y se sumó a la celebración.

La alegría no duró mucho.

Aún estaban festejando el primer éxito cuando aparecieron más naves mecs. Se mantenían a distancia, como temerosas. Pero el Círculo Cósmico ya no estaba. Se había zambullido en un vasto y sombrío penacho de polvo y las naves de las miriapodia lo seguían para recobrarlo con grapas magnéticas, según explicó Isaac.

Los mecs se acercaron. El Argo tuvo que huir de nuevo. Pronto se vio forzado a salir de Bahía Besik. Nuevamente la virulenta radiación del hirviente disco comenzó a calentar la piel del Argo. Mirando cómo bullía y resplandecía el disco, Toby recordó que estaba digiriendo su última comida: la moribunda estrella anaranjada. Casi sentía su tórridas emisiones.

Algo le llamó la atención. Una delgada columna azul se elevaba del centro más caliente del disco, de la gran esfera blanca de luz cegadora. Pequeños y brillantes remolinos giraban dentro de la columna. Comprendió que aquella cosa se desplazaba, recta como un lápiz. Huyendo del infierno del centro.

Inquietante, bella, de un azul titilante. Como un río fresco y acogedor, pensó Toby.

Uno de los chorros galácticos. También hay uno del otro lado del disco, apuntando en dirección opuesta. Ambos son expulsados por el agujero negro.

La parca descripción del Aspecto era un insulto a la resplandeciente, grácil y cambiante elegancia del espectáculo. Toby quiso meter a Isaac en su agujero digital, pero se contuvo.

—¿Cómo es posible que un agujero negro expulse algo?

El agujero gira porque adquiere la rotación de todo lo que ha caído en su interior durante todos estos miles de millones de años. La materia cae en él desde el borde interior del disco. Pero los fuertes campos magnéticos del agujero apresan esa masa y la hacen girar a creciente velocidad. Debido a la rotación, la materia caliente asciende en espiral alrededor de los polos y luego sale. Al enfriarse emite ese tenue resplandor azulado.

Toby pensaba que el agujero era un agujero, y que las cosas caían dentro de él y punto. Pero dejó de mirar ese inmenso espectáculo de las pantallas, cuyos vivos colores alumbraban el rostro ojeroso de los oficiales del Puente.

Especialmente el de su padre. Killeen miraba las naves mecs que los perseguían, y que cada vez eran más. Pequeñas y rápidas, formaban un complejo diseño. Escrutaba las pantallas con contenida energía, y una palidez plomiza le cubrió los rasgos sombríos.

Estaban atrapados. El Argo había huido de la nube de Besik dirigiéndose hacia el borde interior del disco. Killeen había salido para escapar, y más mecs acudían para arrinconarlo.

—Esas naves pequeñas pueden ser mecs suicidas —murmuró Killeen. Miró a su hijo. Una sonrisa fugaz—. Naves inteligentes. El mismo principio que esa bomba del Candelero.

—¿No podemos seguir de largo? —preguntó Toby. Su padre era un genio para salir de un atolladero.

Killeen sacudió la cabeza.

—Demasiados. Demasiados.

La teniente Jocelyn trabajaba en los paneles de control, y retrocedió, mirando las opciones de trayectoria que presentaba el ordenador. Redes de curvas tridimensionales que zigzagueaban para dar esquinazo al enemigo y evitarlo. Sus ojos intensos barrían ansiosamente la pantalla, y al final se detuvieron en una curva.

—Hay una sola opción, capitán. Tenemos que ir hacia dentro. Los mecs no han cubierto esa zona.

—Claro que no —dijo Killeen—. Ese rumbo es la muerte.

—No hay otro camino. En toda esta extensión, ni un solo…

Killeen cabeceó.

—Entonces iremos hacia allí.

Jocelyn lo miró incrédula. Todos en el Puente guardaron silencio. Sólo se oía el zumbido tenue de un canal de comunicaciones abierto.

—No podemos… el calor…

Killeen se volvió despacio, moviéndose con aparente serenidad. Pero el aire que lo rodeaba parecía vibrar con la energía, la resolución y la inamovible determinación que de él emanaban mientras miraba a cada oficial a los ojos. Con una sonrisa sesgada hizo un signo de afirmación a Besen, que no tenía por qué estar allí, dejando que el silencio creciera mientras escrutaba cada rincón del Puente. Al fin posó la mirada en Toby.

—¡Debemos hacerlo! La nube de Besik estaba ahí por una razón. Era un lugar donde refrescarse, tal vez, una parada. Pero no el destino final, no… Es sólo una masa de gas oscuro a la deriva. La antigua inscripción del Candelero hablaba de un lugar allá, en el Centro Verdadero. Allí sólo hay mecs y muerte. Ese lugar tiene que estar más adentro.

—¡No! —exclamó Jocelyn—. No duraremos ni un día en esos…

—¡No quiero interrupciones! —ladró Killeen.

De nuevo se hizo silencio. El capitán señaló el azul chorro galáctico, trémulo y fantasmagórico.

—Tomo eso como una señal. Una indicación. Y la seguiremos.

Toby se encontró conteniendo el aliento. Al fin aspiró una bocanada de aire. La inquieta tripulación murmuraba, atónita. Jocelyn formuló la pregunta que Toby no se animaba a plantear.

Sus ojos parecían perforar el aire vibrante del Puente.

—El chorro va hacia fuera. ¿Lo seguimos?

Killeen se envaró.

—Los mecs nos cerrarán el paso —respondió.

—¿Hacia adónde, entonces?

—Hacia el interior del chorro. Tal vez haya un camino.