3

LA REGLA DEL NÚMERO

B

esen fue a ver a Toby para preguntarle si quería ir a la sala de observación. Iba sudada después de trabajar en los campos cultivando hortalizas en la exuberante cúpula. Llevaba el mono sucio y algunos mechones de pelo castaño se le escapaban del prieto moño, pero sonreía con entusiasmo.

—Lo lamento, no puedo —se disculpó Toby. Apoyado en la litera, escribía en una pizarra sin conseguir demasiados progresos.

—Oh, vamos. Eso puede esperar.

—Cermo me ha dado órdenes. Debo terminar cinco lecciones para poder salir de la nave.

—¡Qué crueldad! —Besen sonrió compasivamente. Todos querían salir, después de años de vivir en la nave, pero Toby más que nadie.

—Bien, voy un poco atrasado.

Besen sacudió la cabeza con atractivo fastidio.

—Veamos en qué estás… Oh, números. Qué asco.

—Tienen su encanto… aunque no en este momento.

—No entiendo para qué sirven. A fin de cuentas, las máquinas piensan en números. ¿Para qué molestarnos nosotros?

—Mira, la incapacidad para usar los números no es precisamente una ventaja.

—Los mecs piensan así.

Para Besen, todo lo asociable a los mecs quedaba descartado.

—También el Argo… Sin sus ordenadores estaríamos muertos. Los mecs son malignos, de acuerdo. Pero por lo que hacen, no por lo que usan. Los números son como las palabras… modos de decir cosas acerca del mundo.

—Pues a mí no me hablan.

—Y yo tampoco debería hablarte. Tengo que aprenderme estas lecciones, o no podré ir a ver el Candelero. —Toby suspiró y se desperezó, golpeando con los pies el tabique de cerámica. Era larguirucho y la litera ya le quedaba corta. Tendría que buscar una más grande en las habitaciones de los solteros de la Familia.

—¿Cermo ha dicho eso? Se está volviendo muy severo.

—Por influencia de mi padre, supongo.

Besen resopló.

—Nuestro amado capitán. ¿Por qué no puede dejar en paz a su propio hijo?

—No sé —dijo Toby, aunque tenía una idea bastante aproximada. Pero no quería hablar de ese tema, ni siquiera con Besen.

Ella escrutó pensativa la distancia.

—¿Sabes? Pareció recobrarse tras la muerte de Shibo. Pero últimamente está cada vez más ensimismado. Ladra las órdenes, no comparte sus pensamientos con nadie, y a ti te trata de un modo raro. —Lo miró con los ojos entornados, instándolo a responder.

Toby la eludió con un comentario.

—Tal vez entre padres e hijos siempre hay problemas.

—Tu padre es distinto —dijo Besen; una frase llena de implicaciones.

—¿A qué te refieres?

—Es rudo con todos. Realmente desagradable.

Toby sonrió con sarcasmo.

—Tal vez no quiere que nadie se sienta excluido.

—Ya salió el gracioso. —Besen había perdido parte de su entusiasmo—. Pero lo digo en serio. El capitán Killeen nos trata con rudeza y la gente está disconforme. Salvo los Cards… han tenido tantos líderes recios, por no decir locos de remate, que le tienen simpatía.

—Ah. Nos hemos ablandado, viviendo en esta cómoda nave.

—¿Cómoda? Hoy me he pasado el día de rodillas tratando de salvar las tomateras.

—Porque hemos echado a perder las otras cúpulas. El Argo iría como la seda si no fuéramos tan ignorantes.

—Bien —dijo Besen de mal humor—, tu padre no nos facilita las cosas.

Toby asintió de mala gana. Había defendido a su padre como de costumbre, pero no estaba convencido. Había visto en demasiadas ocasiones cómo Killeen se exasperaba por infracciones menores, imponía castigos severos por remolonear, prolongaba las horas de trabajo. Un gran cambio se había operado respecto del afable Killeen de antaño, espontáneo e informal.

—Corremos peligro continuamente. Él es el responsable de todos nosotros. Compréndelo…

Este pretexto no convencía ni siquiera a Toby, pero no se resignaba a condenar a su padre. Durante muchos años, después de que los mecs mataran a la madre de Toby, Killeen había sido el único que lo había cuidado.

Besen reparó en su estado de ánimo y se inclinó para darle un beso.

—Lamento haberte deprimido. O, teniendo en cuenta lo que estás estudiando, haberte deprimido aún más.

—Oh, déjame en paz y ve a mirar ese Candelero.

Ella esbozó una mueca.

—Lo haré, sólo porque tú me lo has dicho.

La Familia Bishop se aproximaba al Candelero lenta y cautelosamente, protegiéndose detrás de pequeñas nubes pasajeras. La aparatosa y compleja masa era extensa e intrincada, aún más que las ciudades mecs de Nieveclara, pero quienes habían construido el Candelero eran humanos. Humanos. Toby no podía creerlo mientras estudiaba las alas en espiral, los brazos entrecruzados y los imponentes y majestuosos arcos.

Nadie de la Familia Bishop había visitado un Candelero. Reinaba la expectativa, y un cierto temor.

Lo abordarían al cabo de un día. El bullicio de los preparativos se multiplicaba en el Argo. Toby no le prestó atención y se concentró a regañadientes en sus lecciones. Sentía la presencia de su Aspecto pedagógico, Isaac, en el fondo de la mente, ansioso por tener voz. Los Aspectos habían muerto hacía mucho y anhelaban salir de los atestados espacios cerebrales donde estaban almacenados. En cierto sentido sólo vivían cuando Toby hablaba con ellos. Por otra parte siempre estaban allí, en un estrato muy profundo, como un vejete dormitando al sol. Fuera cual fuese la imagen que Toby usara, consideraba que sus Aspectos, como la ropa, olían mejor si los aireaba de cuando en cuando. Isaac dijo ávidamente:

Me alegra que te interesen las matemáticas. ¿Has resuelto los problemas?

—Algunos. Pero son muy aburridos.

Isaac respondió con severidad:

No deberías criticar los problemas que te asigno, considerando lo poco que me hablas o…

—Está bien, está bien… pero dame algo diferente.

Muy bien. Supongamos que anotas todos los números del uno al cien. Uno, dos tres… y así sucesivamente, hasta cien.

—¿Eso te parece interesante? —Aquel Aspecto se había pasado demasiado tiempo en la caja.

Aprenderás más pronto si no interrumpes. Ahora quiero que encuentres un modo de sumar todos esos números.

—¿Quieres decir uno más dos más tres…? ¿Así?

Ese es el modo vulgar de hacerlo. Tosco, carente de imaginación. Quiero que seas listo.

—Oh, no —gruñó Toby. Ser listo a petición de otro era tan difícil como ser gracioso a petición de otro. Ansiaba estar fuera, trabajando en la nave y no con la mente.

Toby no era un fanático del estudio, pero realizó su trabajo. Jugó un poco con la pizarra, hasta que al fin algo en los números comenzó a hablarle. Un patrón. Escribió los números por pares:

1 100

2 99

3 98

· ·

· ·

49 52

50 51

Cada par sumaba 101. Había 50 pares en total, así que multiplicados daban 5050.

Toby pestañeó. ¿Quién hubiese imaginado que los números podían ser tan interesantes?

Era estimulante que los números fueran tan simples y dóciles en su imponencia.

Como era de prever, Isaac quedó satisfecho.

Excelente. El objetivo de los ejercicios es ampliar la mente. Pensar de modos diferentes, ¿entiendes?

—Me parece que ya tenemos bastante amplitud. Has visto esa serpiente, ¿verdad? Los Aspectos registran datos, aunque estén encerrados.

Recibo un rastro tenue de lo que haces. Sí, es una criatura interesante. Recuerdo un documento histórico de la época de los Candeleros que hablaba de expediciones a las nubes moleculares. La humanidad recorría sistemas solares enteros cazando las bestias del vacío, sólo para divertirse.

—Me cuesta creer que la gente persiguiera esas criaturas por diversión.

Los humanos aman el peligro. Las leyendas e historias de la Familia Bishop… ¿qué son, a fin de cuentas, sino historias de personas con problemas?

—Sí, pero problemas que están a una distancia cómoda del narrador.

Eres demasiado joven para ser tan cínico.

—Sólo soy realista, Isaac. Para ti es fácil adoptar una perspectiva cósmica. A fin de cuentas, al margen de lo que me pase, siempre estarás bien. Siempre pueden extraer tu chip de mi columna vertebral para revivirte en otra persona.

Me escandaliza que me creas indiferente a tu destino. Soy un Aspecto leal, dedicado a la Familia Bishop…

—De acuerdo, ahórrame el discurso. Volvamos a trabajar.

La matemática se ponía interesante cuando uno la exploraba en serio. Constituía una especie de juego complejo cuya estructura encerraba bellas sorpresas. Valía la pena aunque no fuera útil, como sucedía con la música. Cuando le contó su pequeño truco a Quath, ella manifestó su entusiasmo, señalando que esa idea era aplicable al Centro Verdadero, pero rehusó hacer más comentarios porque todavía estaba digiriendo la información, recién enviada por las Iluminadas.

Pero lo más asombroso, pensándolo bien, era que la matemática fuera práctica. El mundo funcionaba de acuerdo con la regla del número puro. La matemática describía la órbita de las estrellas, el funcionamiento de los circuitos, incluso el modo en que rasgos inusitados como una nariz de forma extravagante u ojos rojizos se transmitían de generación en generación en la Familia Bishop.

Eso sí, no le ayudaba con Cermo.

Por lo tanto, al grandote no le había gustado que Toby se escapara con Quath. Para colmo, el fluido rojo que trajeron estaba saturado de nutrientes útiles. Incluso era sabroso. Él y Quath le habían robado a Cermo su momento de gloria.

Así que tuvieron que aguardar mientras la Familia recorría el flanco de la serpiente, aprovisionándose de líquido rojo. Nunca demasiado, pues el código de la Familia Bishop prohibía poner en peligro la vida de un ser tan vasto.

Algunos miembros de la Familia se internaron en los recovecos más densos de la nube molecular. Besen los había acompañado, y despertó la envidia de Toby con sus historias acerca de las exóticas formas de vida que habían visto. La nube era una de las más pequeñas, pero abundaban en ella las formas extravagantes. Criaturas de triple espinazo, con paneles retráctiles para absorber la luz solar. Grandes bestias ondulantes que parecían fabulosos veleros. Depredadores de ojos crueles y boca correosa, turbios con sus preciosos gases internos. Dirigibles con enormes ojos para encontrar alimento en el cambiante fulgor de las estrellas. Marañas de hierba sedosa que crecían en sacos acuáticos. Bosques de hojas amarillentas y cimbreantes. Árboles helicoidales que se estiraban buscando más luz. Pieles vivientes y verrugosas que se contraían y dilataban en torno a esqueléticos troncos rojos, socios en un misterioso proceso vital.

Encontraron una enorme pirámide autopropulsada color herrumbre que, como un apacible rumiante, se alimentaba de enormes telarañas grises absorbiendo sus fibras como si fueran deliciosos espaguetis. Estas delgadas redes recogían las moléculas errantes de las grandes nubes. Su aspecto era apetitoso pero ningún miembro de la Familia las soportaba. Besen pensaba que tal vez mejorarían con una salsa.

Para colmo, a la pirámide roja no le gustó que aquellas diminutas criaturas le quitaran su alimento. Era tan grande como la serpiente, y muy testaruda. Persiguió a los ofensores hasta la nave, alejándose sólo cuando vio que el Argo era de su mismo tamaño.

Besen no sabía quién habría ganado si hubieran tenido que luchar con la pirámide. Varios miles de millones de años de evolución podían haber fraguado muchos trucos en una nube molecular.

Y todo aquello sucedía mientras Toby permanecía encerrado en la nave. Apretó los dientes, maldijo por el simple placer de maldecir, y volvió al trabajo.

Cuando terminó de estudiar e Isaac hubo aprobado su trabajo, se presentó ante Cermo, obtuvo el programa para el día siguiente y dio media vuelta dispuesto a marcharse.

—Aguarda —dijo Cermo—. Preséntate ante el capitán.

—¿Eh? Quería salir a echar un vistazo al Candelero.

—Las decisiones del Argo no se toman para tu diversión —dijo Cermo con severidad—. Obedece.

El capitán Killeen estaba con las manos a la espalda, estudiando las pantallas de la oficina. Mostraban imágenes en primer plano del Candelero, enviadas por los exploradores automáticos del Argo. Grandes brazos en espiral. Extensas redes que, ampliadas, parecían apartamentos conectados. Toby trató de imaginarse la vida en semejantes lugares, entre prolongadas líneas que la perspectiva reducía a masas fulgurantes en la inmensa distancia.

—¿Crees que está habitado, papá?

Killeen se volvió lentamente, con expresión ambigua.

—No. Los mecs atacaron todos los Candeleros hace miles de años. Este está bastante conservado, así que puede que no fuera escenario de una gran batalla.

—¿Estás seguro?

Killeen sacudió la cabeza mientras lo consultaba con un Aspecto.

—Es lo más probable. Pero la documentación es escasa.

—Alguien debe tener Aspectos de esa época.

—Ninguno de este sector cercano al Centro Verdadero.

Toby sabía que los Aspectos se volvían borrosos y trémulos con la edad. Los Aspectos de la Era de los Candeleros necesitaban programas intérpretes para ser comprendidos con claridad. Y eso no se debía sólo a los cambios idiomáticos. Lo más difícil era comunicar los conceptos. Nadie entendía la forma de pensar de la gente de los Candeleros.

—Si tuviéramos alguna idea…

Killeen sacudió la cabeza.

—En esa época los humanos estaban desperdigados por todas partes. Este Candelero tiene bastante buen aspecto, pero pudo haber sido un puesto de avanzada menor, por lo que sabemos.

—¿Te parece? Pero es hermoso.

Killeen sonrió.

—Sin duda… a nosotros nos lo resulta. Tal vez no tuviera nada de particular para la gente de los Tiempos de Gloria.

Toby puso cara de escepticismo y Killeen señaló las pantallas donde se multiplicaban las maravillas.

—Mira, cuando la gente abandonó los Candeleros, volvió a vivir en planetas. Las cosas se pusieron feas. Dejamos de construir a lo grande y nos conformamos con lo que podía protegernos de los mecs. La Familia de Familias se separó buscando entre las estrellas sitios seguros donde ocultarse.

—Te refieres a la Agachada, ¿verdad?

—A sus comienzos. Pensaron en esconderos en planetas. Pensaron que los mecs no sacarían demasiado partido de esos planetas.

—¿Porque los mecs viven mejor en el espacio?

Killeen asintió con una mueca.

—Eso pensaron. En Nieveclara y Trump, el mundo de los Cards, construimos grandes Arcologías, ciudades como Candeleros pero más pequeñas a causa de la gravedad. Los malditos mecs las aplastaron. Nuestro material tecnológico empeoró, y construimos las Bajas Arcologías. Seguían siendo lugares bastante grandes. He visto las ruinas de una.

—Me lo has contado. Grande como una montaña.

—Bien, quizás un poco más pequeña. Aun así, demasiado grande para los mecs. Atravesaron nuestras defensas y también arrasaron las pequeñas arcologías.

La antigua cólera que temblaba en la voz de Killeen instó a Toby a decir comprensivamente:

—Así que construimos las Ciudadelas. Continúa.

—Así fue, y las mantuvimos bien escondidas, o eso creímos. Sobrevivíamos realizando incursiones en los nuevos complejos industriales de los mecs. Entonces las mentes-ciudad de los mecs enviaron cazadores para destruir todas las Ciudadelas de la Familia. Desarraigando a la gente, esparciéndola a los cuatro vientos. Hasta que sólo quedó la Ciudadela Bishop. Entonces nos tocó el turno… ¿recuerdas?

Toby recordó de mala gana la huida de la Ciudadela Bishop. Entonces era sólo un niño confundido y asustado. Fuego y humo y devastación. Su madre muerta por los mecs con piadosa y fría rapidez.

Se estremeció.

—Mira, Cermo dijo que viniera a verte.

Killeen asintió en silencio. Toby notó que también a él le costaba afrontar el oscuro pasado. Killeen se volvió abruptamente y se sentó detrás del ancho y ordenado escritorio.

—Creo que has sido un poco díscolo.

—¿Por lo de la serpiente? No fue idea mía, ¿vale?

—No debiste excitar a Quath. Es imprevisible.

—Quath me llevó allí. No pude evitarlo.

—Pudiste habernos comunicado qué sucedía.

Toby se encogió de hombros.

—No pensé en ello.

—Cuando estés en apuros, consulta a tus Aspectos.

—Tampoco pensé en eso.

—Llevas mucha experiencia a cuestas en esos Aspectos. Deja que te ayuden.

—Me fastidian bastante.

Killeen sonrió.

—Es parte del trato. No pueden hacer nada salvo hablar, recuérdalo. Imagínate cómo tiene que ser eso.

—Prefiero no imaginarlo —dijo Toby, inquieto por el rumbo que tomaba la conversación.

—Tienes que habituarte a trabajar con ellos. Con fluidez. Para que se vuelva automático, como rascarse.

—Todavía no me resulta tan fácil —admitió Toby.

Killeen lo miró fija y largamente.

—¿Cómo… cómo está ella?

Conque al fin había salido. Una vez más.

—Igual… por supuesto.

El amor perdido de Killeen, Shibo. La mujer que había entrado en la vida de Killeen cuando murió la madre de Toby. Toby había llegado a aceptarla como madrastra. Ahora la enérgica Shibo sólo vivía como un Aspecto dentro de Toby.

Había sido abatida en Trump, víctima de una trampa de Su Supremacía, un híbrido de mec y humano. Toby y Killeen habían logrado regresar al Argo. En la sala de grabación los instrumentos de la nave habían hablado de niveles de potasio, amalgamas neurológicas y matrices de concordancia digital, términos que nadie de la Familia Bishop entendía. Ni siquiera sus Aspectos.

Los antiguos instrumentos habían guardado cuanto habían podido de Shibo, leyendo los cauces neurales de su mente, la forma de una conciencia única. Haciendo una grabación. Comprimiéndola en un chip que se insertaba fácilmente en un lector espinal humano. Aparte de las muestras celulares del cuerpo para los registros genéticos de la Familia, el Aspecto Shibo de Toby era lo único que quedaba de ella.

Normalmente un Aspecto permanecía dormido hasta que superaba el trauma de la muerte, con frecuencia en el transcurso de una generación. Pero la Familia necesitaba las aptitudes, el buen criterio y los conocimientos de Shibo. Killeen no podría haber llevado su Aspecto, pues ello habría causado estragos emocionales en el capitán y violado todos los preceptos de la Familia.

Toby era el único miembro de la tripulación con una ranura espiral disponible y las personalidades adecuadas para aceptar a Shibo de inmediato. En esa larga travesía, habían utilizado muchas veces los conocimientos de Shibo acerca de los sistemas de la nave. Shibo tenía habilidad para la tecnología. En ese tema era mejor consejera que los Aspectos más viejos de la Era de las Bajas Arcologías.

Pero había sido doloroso para Killeen. El silencio se prolongaba, y Toby habría querido echar a correr, alejarse de aquella tensión.

—Yo… —Killeen vaciló—. ¿Puedo hablar con ella?

—No lo creo, papá.

Killeen abrió la boca, la cerró con un chasquido.

—Sólo unas palabras.

—Creo que es mala idea.

—¿Por qué?

—Ya sabes cómo te pones.

—Sólo quería…

—Papá, tienes que olvidarla.

Había desesperación en los ojos de Killeen.

—La he olvidado.

—De ninguna manera. Si así fuera, no me lo pedirías.

Killeen estiró los labios hasta que palidecieron. Toby sabía que su padre soportaba muchas cosas, entre ellas las presiones del liderazgo, pero no podía ceder en esto. Otra vez no.

Killeen lo había persuadido de dejar que el Aspecto Shibo hablara por sus labios. Se lo había permitido. Una vez. Dos veces. Luego una y otra vez, hasta que Killeen buscó aquel frágil y fugaz contacto todos los días.

—Supongo que eres un experto —dijo Killeen con dureza.

—En esto, sí.

—¿Qué te ha dicho tu consejero familiar?

—Sólo que no permita que Shibo se manifieste en tu presencia.

Killeen dio un puñetazo en el escritorio.

—¿Y si te lo ordeno?

—No puedo obedecer esa clase de orden.

—Yo juzgaré eso. —Killeen curvó cruelmente los labios.

Toby inspiró profundamente y dijo con serenidad:

—No, no lo harás. Expondré el problema en una Reunión de Familia.

Killeen perdió su expresión atormentada. Palideció, derrotado, con una cara que a Toby le agradaba aún menos.

—Tú… harías eso. —No era una pregunta.

—Tendría que hacerlo. —Toby se notaba la boca amarga y seca—. Si permitiera que Shibo se manifestara, enloquecerías como antes.

—Sólo… un poco. —A Killeen le temblaban los labios. Movía la mandíbula con callada emoción. Toby odiaba que esa torturada devoción rebajara a un hombre al que amaba a semejante humillación. Era como si Killeen fuera adicto a una droga terrible y nunca pudiera eliminarla de su organismo.

Pero tenía que hacerlo. Y Toby tenía que ayudarle.

—No. No, papá.

—Podrías, sólo…

—Poco es peor que mucho. Y lo sabes.

Killeen permaneció un buen rato con la mirada perdida y al fin asintió lentamente.

—Sí… peor que mucho.

—Papá, aprovecho el talento de Shibo todos los días. Conoce los sistemas electrónicos de esta nave, la interacción de los sistemas… era magnífica. Pero no es eso lo que quieres de ella. Tú amabas a Shibo la mujer. Ella se ha ido. Lo que ha quedado es hueco, una sombra. Sólo un Aspecto.

Killeen tenía las mejillas hundidas, los ojos vacíos.

—No es así.

—¿Qué dices?

—Las máquinas grabadoras hicieron una copia profunda. El chip que llevas es una Personalidad.

—¿Qué?

Toby quedó azorado. Una Personalidad era una encarnación plena de los cauces neurales. Incluía rasgos de la persona original que trascendían sus aptitudes y conocimientos.

—Ordené que nadie te lo dijera —explicó Killeen con gesto fatigado—. Un chico de tu edad no puede manejar una Personalidad.

—Pero… la siento como si fuera un Aspecto.

—Ordené que restringieran la Personalidad. Al principio no puede expresarse plenamente a través de ti.

—Eso es… nunca he oído decir que…

—Es infrecuente. Sólo para emergencias.

—Pero ¿por qué?

Killeen estaba recobrando su semblante de capitán.

—Las normas de la Familia imponen rescatar todo lo posible de una persona.

—Pero hay límites. No conservamos cuerpos, ni…

—Yo quise que se hiciera así.

—¿Tú quisiste? Sensacional. ¿Y qué hay de mí?

—Los bloqueos durarán un tiempo, luego cederán. Finalmente aflorará su Personalidad plena.

—¿Y si algo sale mal? ¿Y si la Personalidad Shibo comienza a causar problemas?

Toby sintió escalofríos. Hasta los Aspectos podían rebelarse contra su portador. Atacando en un momento de debilidad, provocaban una tempestad de Aspectos. El portador entraba en un estado traumático, una suerte de trastorno mental inducido. Una vez que los Aspectos controlaban al portador, podían dirigir el movimiento y el habla. A veces los Aspectos dominaban a una persona durante días o años sin que nadie se enterase.

—Y una Personalidad era más fuerte que un Aspecto.

—Tomé precauciones. Su Personalidad está restringida con protecciones entrelazadas.

—Aun así, papá, si alguna vez…

—¡Estamos hablando de Shibo! —Killeen asestó otro puñetazo sobre el escritorio—. Ella no te atacaría, y lo sabes. Te amaba como a un hijo.

—Esta cosa que llevo encima es una versión de Shibo. Con trauma de muerte incluido.

Killeen parpadeó.

—¿A qué te refieres? Toby vaciló.

—La muerte cambia a la gente. —Sintió la tentación de reírse de esa frase absurda. La muerte cambia a la gente. ¿Todavía se trataba de gente? ¿O sólo de grabaciones defectuosas, alteradas?

Otra vez el silencio se prolongó. Killeen se envaró y dijo:

—Debí habértelo dicho antes.

Conque su padre adoptaba su personalidad de capitán, ocultando sus sentimientos detrás del uniforme. Toby comprendió que aquella frase era para su padre lo más parecido a una disculpa.

Toby se encogió de hombros, pero su mente era un torbellino de sentimientos opuestos.

—Sólo habrías conseguido preocuparme.

—Eso pensé, hijo. Yo…, lamento haberte pedido que le permitieras manifestarse. Sé que está mal.

—De acuerdo, papá.

—Lo lamento. Lo lamento mucho.

Toby se levantó, agitado. Su padre se incorporó para abrazarlo. Ninguno de los dos sabía expresar sus sentimientos con palabras, y durante un buen rato permanecieron unidos, comunicando con el cuerpo mensajes que la voz no podía transmitir.