8

FANTASMAS

A

l principio creyó que el pico distante era una montaña.

Había caminado un buen rato. El bosque se había abierto ante él y parecía expulsarlo hacia un terreno escabroso donde los vientos de tiempo soplaban revolviéndole el estómago. Fue, de todos modos.

La montaña corcoveaba, y no pensó mucho en ella. Luego vio que los flancos eran lisos y firmes. No se deshilachaba ni se despedazaba en planos como la piedra de tiempo que lo rodeaba. Sus suaves declives permanecían fijos. Sus laderas se unían en bordes labrados. Las fuerzas magnéticas eran potentes y seguían en aumento.

Una pirámide. Esquinas de diseño claro. Y los acontecimientos no nadaban en sus lados. Tocó la base y era dura como granito. Materia común. Un montón de piedra tan grande que parecía formar parte del paisaje. En su silencio había misterio.

Escalándola, se sintió mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Tenía hambre, pero no le importaba. Lo apartó de su mente, como había hecho en los años de Nieveclara. Era raro, pero uno se acostumbraba a todo. Comprendió que el hambre le producía nostalgia y rio en voz alta. Un silencio profundo sorbió aquel sonido brillante, instándolo a callar nuevamente.

Había recorrido un largo trecho y tenía mucho tiempo para pensar. Todo ser humano de aquel lugar sabía que era un actor diminuto y prescindible en un escenario que él no había fabricado. Se estaba representando el drama de la lucha de los mecs contra las formas de vida naturales, y Toby no lo comprendía. Ansiaba hablar de nuevo con Quath, ver el rostro de su padre.

Debajo de las colosales energías de los mecs y la materia yacía la larga historia de la Agachada. ¿Quién había sido su causante? ¿Por qué los Bishop y las demás Familias habían sido condenadas a la tosca vida de la superficies planetarias, cuando existía un refugio como la Cuña, que los enanos como Andro lograban disfrutar?

Debajo de ese acertijo estaban los Bishop, todavía vivos cuando muchas otras Familias estaban muertas. Simple suerte, pensó Toby. Pero le llamaba la atención.

Y además estaba la Calamidad. Él había huido de esa catástrofe hacía tiempo, cuando era un niño pero no sabía qué era ser un niño. Ese día él y su padre habían perdido a Abraham. Y ahora Abraham estaba allí. En alguna parte. De algún modo.

Para comprender una mínima parte de todo aquello, Toby tendría que encontrar primero a Abraham. En un lugar donde la dirección no significaba nada y el tiempo era un lugar.

En mitad de su ascenso oyó pasos. Estaba seguro de que eran pasos y de que procedían de arriba. Apresuró el paso. Encontraba sendas a intervalos regulares a medida que subía.

Las sendas se dirigían a izquierda y derecha, y Toby sospechó que todas rodeaban la estructura. Se curvaban a lo lejos y él no veía a nadie en las inferiores. Trepó con esfuerzo por la cuesta, cada vez más empinada, y llegó a la senda siguiente.

Nadie. Pero los pasos ahora eran mas lentos. Mientras seguía su ascenso, los pasos se volvieron más tenues, como si los hubiera dejado atrás. Eran cada vez más espaciados.

Como un efecto Doppler en el tiempo. Dirigiéndose a fronteras futuras o pasadas de lo real. Como si el caminante vacilara, anduviera más despacio por la fatiga. Toby mismo comenzaba a cansarse, pero todavía oía los pasos que se acercaban en notas largas y bajas y continuó la marcha.

La cima no era lo que esperaba. Ancha, plana y lisa, con la superficie moteada de manchas grises. El campo magnético era muy fuerte.

Nadie. Ya no oía los pasos.

Miró hacia abajo. Las sendas estaban tan lejos que no distinguía si había alguien o no en ellas. Pulcra e impecable, la gran estructura se estiraba. En la neblinosa distancia distinguió las incesantes y conflictivas formas del cronopaisaje, el esti luchando contra sí mismo, las Vías entrecruzándose en una desgarradora turbulencia.

Se apartó del borde; pensaba descansar un rato antes de regresar.

—¿Dónde has estado?

El hombre pálido que tenía delante era bajo y robusto, del mismo tamaño que Andro y los demás enanos, pero arrugado, e iba totalmente desnudo.

—¿Comprendes, o no?

Toby miró a su alrededor pero no veía de dónde había salido aquel hombre.

—Mira, no tenemos mucho tiempo. Eres un Bishop, ¿verdad?

Toby tenía la lengua hinchada y paralizada.

—En efecto.

—Bien. De la última generación, supongo.

—En efecto, sí. ¿Quién…?

—Vamos, ven, ven, dentro estaremos más seguros. Y más calientes.

El enano enseñó a Toby su espalda correosa mientras atravesaba apresuradamente la planicie. Cuando Toby lo alcanzó, la piedra se abrió dejando al descubierto un limpio rectángulo, una rampa que descendía.

—Ven.

Toby se detuvo ante la rampa.

—En mi Familia nadie entra en un lugar sin saber de qué lugar se trata.

—¿De veras? Es un centro de operaciones.

El enano se dispuso a bajar.

—¿De quién?

—Pues mío. Nuestro. Humano, si a eso te refieres.

—¿Y quién eres tú?

—Oh, lo siento. —El enano se acercó tendiéndole la mano—. Walmsley. Nigel Walmsley.

—¿Qué Familia es esa?

—La de los Brit.

—¿Y cómo sabes quién soy?

—Historia. Hace mucho tiempo que te espero.

—¿Cuánto tiempo?

Walmsley calculó mentalmente.

—Calculo que unos veintiocho mil años. De los tuyos, claro. —Ante la mirada estupefacta de Toby, añadió—: Aproximadamente.

—¿Por qué? ¿Y para qué?

—Ven a tomar el té. Los Bishop mantuvieron viva esa tradición, al menos, ¿no es así?

—Pues sí. —Toby no probaba el té desde su infancia—. En la Ciudadela.

—Entiendo, la Ciudadela. Muy bien. ¿Eres el hijo de Killeen?

El sorprendido Toby se quedó boquiabierto. Walmsley asintió con la cabeza.

—Veo que sí. Hay un mensaje para ti.

Movió las manos rápidamente y momentáneamente uno de sus brazos se volvió transparente, mostrando redes intrincadas bajo la piel.

Killeen estaba de pie entre ambos.

Su padre tenía aspecto cansado y estaba ojeroso. Vestía el uniforme de campaña de la Familia Bishop, no el uniforme de a bordo.

—Hijo, te necesito.

Toby no supo qué decir. Quiso tocar a su padre y su mano atravesó la imagen.

Killeen no reaccionó.

—Sé que ha sido muy difícil. Mira, puedes quedarte con Shibo. Yo estaba equivocado. He olvidado ese incidente.

Toby habló con voz seca, cascada.

—¿Estás seguro?

—En efecto. Yo… me extralimité.

—¿Dónde estás?

—No hay modo de saberlo. No sé cuándo recibirás esto.

Toby frunció el ceño.

—Emitió este mensaje hace un tiempo, en el marco local —explicó Walmsley.

Killeen se movió a un lado y miró a Toby.

—Pareces estar bien. Un poco delgado.

Toby sonrió.

—He perdido toda la grasa que había acumulado en la nave.

—Los mecs tienen a todos en fuga. Muchos han muerto, incluidos algunos Bishop. Ellos…

—¿Besen? ¿Cermo? ¿Cómo…?

—Están aquí, todavía enteros. Ninguno de nuestros allegados ha sufrido la muerte definitiva.

Toby sintió alivio y alegría; ansiaba verlos a todos.

—Cuéntame todo lo sucedido. ¿Has visto a Quath? ¿Ella…?

—Escucha, los mecs han interferido en las Vías. Destruyeron algunas. No sé dónde encontrarás esto, pero podemos buscarte si envías una señal.

—Lo haré. —Toby le susurró a Walmsley—. ¿Está recibiendo esto?

—No, una manifestación de él reacciona ante ti. Este es un Killeen, no el Killeen. No sé dónde está ahora la persona real. Ni cuándo, si me apuras.

—No es preciso que susurres —dijo el Killeen—. Soy una representación limitada y no me avergüenzo de ello.

—¿Qué buscan los mecs? Me han estado pisando los talones continuamente.

El Killeen titubeó, continuó.

—Nos quieren a ti y a mí. No sé por qué.

—¿Quieren infligirnos la muerte definitiva?

—Algo más que eso. Algo raro sucede con Abraham, pero no sé qué. Trata de encontrarlo.

—¿No hay un sitio donde podamos reunimos?

Killeen sacudió la cabeza.

—Recuerda que estoy huyendo, igual que tú. Tengo que seguir buscando.

—El Mantis quiso capturarme.

—También a nosotros.

—Entonces debemos estar cerca.

—No. Creo que hay más de un Mantis.

—¿Los Mantis son toda una clase de mecs?

—Es como dividir agua. No puedes definir límites.

Toby se sintió confortado por la sencillez con que hablaba su padre, por el sonido de su voz.

—Papá…

—Hijo, te necesito —repitió Killeen, con la misma voz y la misma postura—. No sé cuánto más puedo decirte. Sólo… intentémoslo.

—Claro —dijo Toby con un inmenso alivio—. Naturalmente.

—Sé que ha sido muy difícil. Mira, puedes quedarte con Shibo. Yo…

—Papá, yo… —Toby enmudeció. Era extraño hablar con una grabación y querer sonsacarle más. Pero tenía que decirle la verdad—. Tuve que extraer a Shibo.

El Killeen se sobresaltó. Ondeó en el aire un instante, como si aquella noticia sacudiera toda la representación.

—Tú… no tienes las herramientas.

—Lo sé. Me las apañé como pude.

—¿Ella era… demasiado?

—No podía manejarla.

El Killeen cabeceó adustamente.

—No era fácil en persona, tampoco.

—Creo que yo…

Junto a Killeen, condensándose en el aire, estaba Shibo. Era traslúcida y sus piernas habían desaparecido, pero la parte superior del cuerpo se movía con naturalidad. Volviendo la cabeza hacia Killeen y hacia Toby, Shibo sonrió.

—Yo… todavía… estoy aquí… parcialmente…

—El lector está recogiendo campos contiguos a ti —dijo Walmsley—. Ella debe estar integrada a tus perceptores.

Toby asintió con un gesto de la cabeza.

—Así es, y quiere hablar.

Shibo suplicaba con la mirada. Sus palabras resonaban débilmente en el sistema sensorial de Toby.

—Estaré aquí… para ayudar. Tenía que salir. Mi querido… Killeen…

Con movimientos espasmódicos y el rostro convulso, se volvió hacia el Killeen. Toby sintió fluir una extraña corriente entre los dos. Las valencias se desplazaban, obtusas y ciegas. Ambos se miraron un buen rato en silencio. Toby captó un temblor en el aire. Pequeñas señales cruzando un abismo frenético.

Shibo alzó una mano, saludando, y se desvaneció. Toby no entendió nada de aquello.

El Killeen sacudió la cabeza y se volvió para mirar a lo lejos. Profundas arrugas le cruzaban el rostro.

—Muy bien —dijo Walmsley—. Creo que has comprendido el meollo del asunto. Manos a la obra, tenemos trabajo que hacer.

Cuando Toby miró para ver la reacción de su padre, el Killeen había desaparecido.

Aquella pérdida repentina le hizo perder el equilibrio. Cerró los ojos, recobró la compostura. Walmsley le hizo una seña.

—Sé que es un poco apresurado, pero hay cosas realmente urgentes.

Toby echó un último vistazo a las cambiantes perspectivas y siguió a Walmsley por la rampa hacia un oscuro subterráneo donde la luz se endurecía en pequeños puntos, como en un estanque consternado de estrellas.

Conque el tiempo había hecho su trabajo y su padre había cambiado. También Toby. Ya no importaba quién hubiera tenido razón. Aquello era una nimiedad entre hechos que se desvanecían, perdidos en la curva de los acontecimientos. Los lugares donde el esti le había dejado sus cicatrices eran más firmes y él podía afrontar toda eventualidad sin aferrarse al pasado ni temer el futuro. Se dirigió con paso firme hacia un rumbo incierto.